Sí, ya sé qué me estoy volviendo loco, y que además, el casero me avisó, que hasta en cinco ocasiones y de cinco formas diferentes, me dijo que no intentara abrirla, que me olvidara de ella.
Pero no le quise hacer caso, siempre he sido así, desde que era un niño, para mí, una advertencia significa una irresistible invitación, algo a lo que no me puedo negar, especialmente cuando la prohibición implica un misterio, algo por descubrir.
Ansié abrirla desde la primera noche, ni tan siquiera esperé a deshacer las maletas. Instantes después de despedirme, ya había retirado el armario que la protegía.
Los primeros intentos fueron sutiles, tratando de no dejar rastro, pero conforme pasaban los días y aumentaba mi obsesión, la sutileza fue dejando paso a la brutalidad, por no decir a la violencia, sin embargo, por muy tosca y grande que fuese la herramienta, jamás conseguí infligir daño alguno en ella. Curiosamente, eso, lejos de desanimarme, no hizo más que aumentar mi obcecación, que llegó a límites inimaginables, no dejándome pensar en otra cosa que no fuese cruzar su umbral, llegando incluso, a impedir el normal desarrollo de mis actividades cotidianas.
Ahora sé que eso es imposible, jamás nadie la atravesará. Lo descubrí la madrugada posterior, a la tarde que destrocé la motosierra, a las 3:17 a.m., cuando totalmente desvelado, me dirigía a por un vaso de agua. Fue entonces, cuando me percaté de la luz que salía por la cerradura, y desoyendo a todos mis instintos primarios, me arrodillé frente a ella, cerré uno de los ojos y con el otro miré…
En realidad, y para ser sinceros, no entiendo lo que visualizo todas las noches a la misma hora, aunque de alguna forma sé, que ante mí pasan todos los secretos del universo. Sin embargo, mi pequeño cerebro de homo sapiens, no consigue asimilar la información, se ha colapsado, ya no distingue el paso del tiempo, ha perdido la capacidad para interactuar con el mundo. Por eso llevo días sin comer, ¿o tal vez sean horas? ¿Segundos? ¿Años? Quien sabe, yo solo sé que he perdido la razón…
Pero no le quise hacer caso, siempre he sido así, desde que era un niño, para mí, una advertencia significa una irresistible invitación, algo a lo que no me puedo negar, especialmente cuando la prohibición implica un misterio, algo por descubrir.
Ansié abrirla desde la primera noche, ni tan siquiera esperé a deshacer las maletas. Instantes después de despedirme, ya había retirado el armario que la protegía.
Los primeros intentos fueron sutiles, tratando de no dejar rastro, pero conforme pasaban los días y aumentaba mi obsesión, la sutileza fue dejando paso a la brutalidad, por no decir a la violencia, sin embargo, por muy tosca y grande que fuese la herramienta, jamás conseguí infligir daño alguno en ella. Curiosamente, eso, lejos de desanimarme, no hizo más que aumentar mi obcecación, que llegó a límites inimaginables, no dejándome pensar en otra cosa que no fuese cruzar su umbral, llegando incluso, a impedir el normal desarrollo de mis actividades cotidianas.
Ahora sé que eso es imposible, jamás nadie la atravesará. Lo descubrí la madrugada posterior, a la tarde que destrocé la motosierra, a las 3:17 a.m., cuando totalmente desvelado, me dirigía a por un vaso de agua. Fue entonces, cuando me percaté de la luz que salía por la cerradura, y desoyendo a todos mis instintos primarios, me arrodillé frente a ella, cerré uno de los ojos y con el otro miré…
En realidad, y para ser sinceros, no entiendo lo que visualizo todas las noches a la misma hora, aunque de alguna forma sé, que ante mí pasan todos los secretos del universo. Sin embargo, mi pequeño cerebro de homo sapiens, no consigue asimilar la información, se ha colapsado, ya no distingue el paso del tiempo, ha perdido la capacidad para interactuar con el mundo. Por eso llevo días sin comer, ¿o tal vez sean horas? ¿Segundos? ¿Años? Quien sabe, yo solo sé que he perdido la razón…
L. Ángel Fdez. de Betoño
http://coloniassistemasolar.blogspot.com.es/