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Blasero1
14-Dec-2019, 22:02
Salto de Fe

Estoy en clase de spinning. Doy pedales encima de la bicicleta estática. Sigo el rito de la musica electrónica que suena por los altavoces de la sala mientras miro la pantalla que hay enfrente de mi. Al monitor que nos grita y anima, también. La linea se mueve por la grafica del ejercicio de hoy. Debajo de ésta, los globos de colores giran según los vatios y la resistencia de cada número de bicicleta. De vez en cuando, echo un vistazo alrededor. Observo al resto de la gente, pedaleando. De edades dispares y cada cual a su aire. Detrás de mí los grandes ventanales dejan ver el recinto del Complejo Deportivo de Vallehermoso. El solárium con tumbonas y la sauna. Las piscinas al aire libre están cerradas y cubiertas de lonas. El césped artificial, con los arboles de tonalidades típicas de la estación en la que estamos. Detrás del muro de hormigón que adornan las plantas trepadoras, puedo ver la calle por la que circulan los coches. Transeúntes. Y algo más allá la gente por el parque Santander. Bajo cielo azul y un sol radiante de Otoño. Cuando miro al otro ventanal de la sala encuentro a los nadadores de la piscina cubierta. Casi todos, personas de avanzada edad.

Despues de cuarenta y cinco minutos de musica y pedalear, termina la clase con el aplauso colectivo. Bebo agua de mi botella y limpio el sudor de la bicicleta con la toalla. Al salir de clase el monitor nos choca la mano, felicitando nuestro esfuerzo. Camino el pasillo y paso de largo más salas llenas de personas que realizan otros ejercicios. Bajo las escaleras hacia los vestuarios masculinos. Una vez que me he duchado, empieza el ritual de cada día de vestirse de nuevo.

Saco la ropa de la taquilla. Una a una me visto las prendas, terminas y transpirables. Las botas y los guantes tienen la misma particularidad textil y regula el micro ordenador cuántico del traje. Estos se fijan en los pantalones y chaqueta por medio del velcro especial. En cuanto termino de guardar la ropa de deporte en la mochila metálica *y ponerme el casco, con visera, las gafas, una replica de los pilotos de avionetas de época, y la mascara depuradora de oxigeno, marcho hacia la salida del complejo deportivo. Después de pasar el torno con mi llave de socio, despidiéndome del personal de recepción, a la vez que me cruzo con los demás abonados en aquel momento, salgo al exterior.

Las holografías de los ventanales dan paso a la cruda realidad. El cambio climático es un hecho. En cada continente afecta de una manera. Mi país, España, está bajo la influencia de África. La calima lo cubre todo. La tormenta de polvo y arena tiñe de color rojizo la ciudad. En la entrada del polideportivo hay un indigente que pide limosna. Está dentro de la tienda iglú, transparente, parcialmente cubierta de polvo. Meto la mano por el orificio y dejo caer la moneda por el tubo. Aquel la recoge del plato y la guarda en el bolsillo de la chaqueta harapienta, dedicándome la sonrisa que aparece en su barba mugrosa. El perrito que tiene al lado me mira, también. Los transeúntes visten trajes climáticos. Son como astronautas. Diferentes. Según la marca de ropa. Pero de igual funcionamiento. Comienzo a caminar hacia el semáforo. Hay mucha circulación de vehículos. Parecen huevos con ruedas porque la fabricación ha sido adaptada al tiempo adverso. Nada más cruzar la calle, las nubes se disipan y se abre el cielo. Luce un sol radiante. Sin embargo, es una simple ilusión pasajera. Las sirenas de los edificios monolíticos suenan por todas las calles anunciando la nube morning glory. El trafico se detiene por completo y la gente corre en busca de refugio.

La nube de polvo y arena, con forma de rollo, se acera barriendo el suelo.

Los gritos de una madre rompen el silencio del aviso de sirenas. Su pequeña se ha escapado del carro de bebé y corre con los bracitos en alto. Señalando al sol. Ya puedo escuchar el rugido de la nube enredadera que se aproxima sin remedio y oscurece de nuevo el cielo. Tiene un kilometro de altura y se traga a los edificios a su paso. Se levanta aire de forma progresiva e intensa. El fenómeno natural de impresionante rapidez, en pocos segundos nos alcanzará. Sin pensarlo dos veces, salgo corriendo hacia ellas.

La mujer tiene a su hija en brazos y las llevo a la señal de auxilio próxima. Me quito el sistema de emergencia. Engancho entonces los cables al arnés del traje de la mujer y su hija. Ella está tan nerviosa y asustada que pareciese no verme. Sólo cierra la visera de sus cascos. Paso el tambor por los diferente puntos de sujeción del poste hasta que lo meto en el cierre de seguridad de la base.

Ni siquiera me mira o agradece el gesto. Únicamente, abraza a su hija y está encogida en el suelo.

La fuerte presión vertical se mueve a mi espalda. La ola se alza. Imponente. Y me siento muy pequeño. No puedo hacer nada. Acaso mirar la espectacular naturaleza. De forma instintiva saco un pequeño libro del bolsillo y leo en voz alta

Maldita será la tierra, por nuestra culpa.

De espino y cardos, producirá, para nosotros.

Nuestra tierra fuimos tomados,

porque de polvo somos y en polvo nos convertiremos.

*

El fortísimo aire me arranca el libro de las manos. Y succionado, salgo volado. Quizás, viva para contarlo. Quizás, vuelva a ver a mis seres queridos.

Dios mío, salva mi vida y me dedicare por completo a salvar la Tierra del Hombre.

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