Toth
06-Jan-2016, 17:20
Les comparto una de mis últimas producciones. Espero sea de su agrado.
NO OLVIDEN VOTAR.
:saludo:
---------
Los siete mil millones
Faltaba muy poco para que oscureciera por completo y Markuz caminaba con su familia y muchas otras familias, en dirección del Monumento al Espíritu Humano, para conmemorar el quinientos aniversario de El Día de los Siete Mil Millones. Iba de la mano de su bisabuelo y de tanto en tanto echaba una mirada furtiva a la bóveda celeste que, desde que abandonaron su casa hacia poco más de una hora, había pasado del azul al rojo y ahora se empezaba a teñir de violeta.
-¡Ya te dije que no mires para arriba en la noche!-le ordenó su bisabuelo jalándolo del brazo-. Ya sabes que eso no se hace, Markuz.
-Pero todavía no es de noche.
-Ya te he dicho que cuando se oculta el sol, aunque todavía haya luz, ya se considera como si fuera de noche.
-¿Por qué, abuelo?
-Porque del cielo viene el Mal.
-¿Pero por qué? ¿Y por qué cada año venimos aquí? ¿De verdad hace mucho tiempo se murieron muchas personas?
-¿Muchas?-respondió el anciano con sarcasmo-. Eso es poco, Markuz. Se murieron casi todas las personas del mundo.
-¡Quiero saber por qué!-exigió el niño tironeando la mano de su bisabuelo.
El anciano lo miró de soslayo y le sonrió con una pizca de malicia.
-Cuando lleguemos al obelisco te contaré toda la historia.
Los ojos de Markuz casi abandonan sus orbitas y una gran sonrisa apareció en su rostro.
Al arribar al gran zócalo circular, ubicado en medio de una llanura en la que no había alguna otra construcción, avanzaron entre las familias que ya estaban sentadas sobre las losetas de mármol blanco, para tratar de estar lo más cerca posible del rústico y ciclópeo obelisco de cuarzo y piedra ubicado en el centro. El ritual exigía sentarse en el piso, encender un cirio por familia y aguardar en silencio hasta la media noche; aunque lo de “silencio” significaba simplemente hablar por lo bajo y el “aguardar hasta la media noche” no impedía el comer y beber, sobre todo beber. Una vez la familia de Markuz se posicionó y los adultos comenzaron a beber y los niños a comer dulces, su bisabuelo lo apartó un poco del resto, se ajustó los lentes que empequeñecían sus ojos y se humedeció los labios.
-Todo comenzó hace unos quinientos once años con el Advenimiento-inició el anciano.
-¿Qué es eso, abuelo?
-Debes saber que en aquellos tiempos todos se preguntaban una cosa, Markuz, ¿adivinas qué era?
Markuz se frotó la cabeza y respondió:-¿Cuándo se iba a acabar el mundo?
-Eso también se lo preguntaban en aquella época así como nosotros ahora, pero la pregunta que más se hacían era: ¿Estamos solos en el Universo? Y fue hace quinientos once años, en el día del Advenimiento, cuando el meteorito, al que ahora llamamos Tánatos, cayó en un país que se llamaba Tailandia, que encontraron la respuesta.
-¿Ya no existe ese país?-preguntó Markuz.
-No. Hoy ya casi no queda ninguno de los países de antes. Y como te decía… el meteorito, que dicen era muy chico, cayó en ese país y los científicos pudieron encontrar un pequeño pedacito y lo estudiaron.
-¿Había muchos científicos antes?-interrumpió Markuz.
-Sí-respondió tajante su bisabuelo-. Yo creo que la mitad de la gente de esa época era algún tipo de científico, no como ahora que sólo hay unos cuantos cientos en todo el mundo. Pero no me interrumpas. Como te decía… lo científicos encontraron un pedazo de meteorito y después de muchos días anunciaron que habían encontrado unos seres microscópicos, muy muy pequeños-le dijo mientras hacia un ademan juntando las yemas de su dedo índice y pulgar-, tan pequeñitos que no se podían ver a simple vista. Los científicos dijeron que eran muy parecidos a los seres microscópicos que vivían aquí en la Tierra, aunque con algunas diferencias en las cosas que tenían dentro, y los llamaros los Advenedizos. Hubieras visto a la gente en esos días-le dijo con entusiasmo y acercando su rostro al de él-, todos hablaban de que no estábamos solos en el Universo, que afuera de la Tierra había otros mundos con seres vivos y a lo mejor algunos eran inteligentes como nosotros-y al decir esto no pudo evitar señalar el cielo y mirarlo-. Pero la emoción se acabó cuando la gente empezó a morir.-El anciano hizo una pausa dramática para intrigar más a su nieto.
-¿Por qué se murieron?-preguntó Markuz jalándole una mano.
-Has de saber que…
-¿Ustedes dos de qué tanto hablan y por qué están hasta acá en lugar de estar con nosotros?-preguntó la madre de Markuz parada en medio de los dos con las manos en aras.
-Le estoy contando la historia del Advenimiento y la Panspermisis-respondió el anciano.
-Ah… ¿Pero no crees que es muy chico? No te va a entender.
-Ya casi cumplo diez años, mamá-replicó Markuz.
-Exacto-reforzó el viejo-. Además él es muy inteligente, más que sus dos mellizos-agregó revolviendo los cabellos del niño.
-Eso sí. Mi muchacho es muy inteligente-dijo la mujer mientras abrazaba a su hijo y le daba un beso en la frente. Después regresó al conglomerado familiar.
-¿En qué nos quedamos?-preguntó su bisabuelo tomándose el mentón.
-Me ibas a contar por qué se empezó a morir la gente.
-¡Cierto! Como te estaba diciendo… la gente y los animales y las plantas y todo ser vivo empezaron a morir.
-¿Todos se murieron?-preguntó Markuz con cierto horror en su cara.
-Sí, hijo, todos se morían-respondió cerrando los ojos y asintiendo lentamente con la cabeza-. A la gente le dolía todo: los músculos, las articulaciones, la cabeza, los huesos, no tenían fuerzas ni apetito, se quedaban ciegos, sordos, inválidos y de pronto morían; y supongo que a los animales, las plantas y los otros seres vivos también les pasaba algo muy parecido-suspiró y guardó silencio un momento-. Por eso este día se llama de los Siete Mil Millones, Markuz-lo jaló hacía él y lo abrazó-. A esa enfermedad que mataba a todos los seres vivos del planeta la llamaron Panspermisis y causó la muerte de más de siete mil millones de humanos y de casi la mayoría de los otros seres vivos.
Markuz se quedó callado y a su mente se le vinieron imágenes de personas, perros, gatos, simios e insectos muriendo, y de plantas marchitándose, secándose y haciéndose cenizas.
-¿Y esa enfermedad la provocaron los Advanadizos?
-Advenedizos-lo corrigió el anciano sonriendo-. Sí, Markuz, esas criaturas que llegaron de quién sabe dónde enfermaron a todos.
-¿Cómo lo hacían?
-Esa es una pregunta difícil… Después de varios años del Advenimiento, cuando los pocos humanos que quedaban se hicieron resistentes a la enfermedad, dicen los viejos libros que ya nada volvió a ser lo mismo. Muchas personas más murieron de hambre porque las frutas, verduras y animales que comían también habían muerto y no había qué comer. También hubo muchas enfermedades que mataron a más personas. Y muchísimas guerras en las que se peleaba por comida y que mataron aún a más personas. Fueron tiempos horribles, los peores de la humanidad. Todo lo que había conseguido nuestra raza a lo largo de miles de años se perdió en menos de cien años en el Siglo Negro…-volvió a callar, pero esta vez durante un lapso más prolongado-. Dicen que los Advenedizos se comían el ADN de todos los seres vivos de la Tierra.
-¿Qué es eso, el ADN?
-No lo sé muy bien, Markuz, pero es algo que todo ser vivo lo tiene dentro y se pasa de padres a hijos.
-¿Es como el alma?
Su bisabuelo vaciló en responder, pero luego dijo “sí”.
Ambos se quedaron callados, reflexionando sobre las últimas palabras que acababan de decir.
-¿Y qué más, abuelo?
El anciano le sonrió y le pidió que mirara el cielo.
-Pero…
-Adelante, Markuz, mira el cielo, hoy te doy permiso de que lo hagas.
El cielo estaba despejado, plagado de estrellas y con una luna menguante. Markuz ya había visto muchas veces el cielo, pero siempre por breves lapsos y a escondidas, y acaso porque aquél día tenía el permiso o porque era una noche especial por aquello de la conmemoración y todas las personas reunidas, nunca antes le había parecido tan sorprendente.
-Se dice-continuó su bisabuelo mientras también miraba el cielo-que antes de que llegara la peor parte del Siglo Negro, los científicos dijeron que habían encontrado algo en los Advenedizos, algo diferente, antinatural, no hecho por la naturaleza, algo que indicaba con toda certeza que ellos habían sido creados, construidos por alguien, y enviados a la Tierra con la intención de eliminarnos.
-¿Qué fue lo que encontraron?-preguntó al instante Markuz antes de tragar saliva.
-No lo sé, Markuz. Una vez leí que los Advenedizos también tenían el ADN, pero que el suyo tenía una parte rara, sintética.
-¿Qué es sintética?
-Que no la hizo la naturaleza, sino alguien o algo.
-¿Y eso qué significa?
-Que alguien o algo hizo a los Advenedizos y los envió aquí. Alguien, allá arriba-le dijo señalando el cielo-quiere nuestro planeta… Por eso el Mal viene del cielo, Markuz, por eso nunca lo vemos.
Markuz abrazó con fuerza a su abuelo, porque por primera vez sintió verdadero miedo del cielo.
-¿Y si vuelven a venir los Ad-ve-ne-di-zos?-preguntó pausadamente para no errar la pronunciación.
-No te preocupes-le respondió su bisabuelo sonriéndole ampliamente-. Como te dije: nos hicimos resistente a ellos, dejamos de enfermarnos de Panspermesis. Además, nuestros científicos…
-¿Nuestros científicos?-interrumpió Markuz-. ¿Los de ahora?
-Sí, los de ahora. Ellos dijeron que en aquella época nuestro ADN cambió y por eso dejamos de enfermar de Panspermisis y las mujeres empezaron a tener dos o tres hijos a la vez. Muy pronto la Tierra tendrá muchos humanos de nuevo y la ciencia alcanzará lo que tuvo que abandonar hace más de quinientos años, y entonces tendremos la tecnología para defendernos de cualquier cosa.
-¿Cómo?-preguntó Markuz frunciendo el ceño.
-No lo sé, pero ya inventaremos algo que sirva para defendernos de cualquier cosa.
-¡No! ¿Cómo lo de las mujeres?
-¡Ah! Las mujeres de antes casi siempre tenían sólo un hijo al mismo tiempo, no tenían dos o tres o hasta cuatro como ahora.
Markuz alzó las cejas con asombro y le echo un vistazo a sus dos mellizos que peleaban con niños de otras familias. Iba a hacer otra pregunta, pero alguien informó que ya era media noche y se iniciaría con el ritual.
-Vamos con los demás-le dijo su bisabuelo tomándolo de la mano-. Otro día te platicaré de las maravillas del siglo veinte y veintiuno.
NO OLVIDEN VOTAR.
:saludo:
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Los siete mil millones
Faltaba muy poco para que oscureciera por completo y Markuz caminaba con su familia y muchas otras familias, en dirección del Monumento al Espíritu Humano, para conmemorar el quinientos aniversario de El Día de los Siete Mil Millones. Iba de la mano de su bisabuelo y de tanto en tanto echaba una mirada furtiva a la bóveda celeste que, desde que abandonaron su casa hacia poco más de una hora, había pasado del azul al rojo y ahora se empezaba a teñir de violeta.
-¡Ya te dije que no mires para arriba en la noche!-le ordenó su bisabuelo jalándolo del brazo-. Ya sabes que eso no se hace, Markuz.
-Pero todavía no es de noche.
-Ya te he dicho que cuando se oculta el sol, aunque todavía haya luz, ya se considera como si fuera de noche.
-¿Por qué, abuelo?
-Porque del cielo viene el Mal.
-¿Pero por qué? ¿Y por qué cada año venimos aquí? ¿De verdad hace mucho tiempo se murieron muchas personas?
-¿Muchas?-respondió el anciano con sarcasmo-. Eso es poco, Markuz. Se murieron casi todas las personas del mundo.
-¡Quiero saber por qué!-exigió el niño tironeando la mano de su bisabuelo.
El anciano lo miró de soslayo y le sonrió con una pizca de malicia.
-Cuando lleguemos al obelisco te contaré toda la historia.
Los ojos de Markuz casi abandonan sus orbitas y una gran sonrisa apareció en su rostro.
Al arribar al gran zócalo circular, ubicado en medio de una llanura en la que no había alguna otra construcción, avanzaron entre las familias que ya estaban sentadas sobre las losetas de mármol blanco, para tratar de estar lo más cerca posible del rústico y ciclópeo obelisco de cuarzo y piedra ubicado en el centro. El ritual exigía sentarse en el piso, encender un cirio por familia y aguardar en silencio hasta la media noche; aunque lo de “silencio” significaba simplemente hablar por lo bajo y el “aguardar hasta la media noche” no impedía el comer y beber, sobre todo beber. Una vez la familia de Markuz se posicionó y los adultos comenzaron a beber y los niños a comer dulces, su bisabuelo lo apartó un poco del resto, se ajustó los lentes que empequeñecían sus ojos y se humedeció los labios.
-Todo comenzó hace unos quinientos once años con el Advenimiento-inició el anciano.
-¿Qué es eso, abuelo?
-Debes saber que en aquellos tiempos todos se preguntaban una cosa, Markuz, ¿adivinas qué era?
Markuz se frotó la cabeza y respondió:-¿Cuándo se iba a acabar el mundo?
-Eso también se lo preguntaban en aquella época así como nosotros ahora, pero la pregunta que más se hacían era: ¿Estamos solos en el Universo? Y fue hace quinientos once años, en el día del Advenimiento, cuando el meteorito, al que ahora llamamos Tánatos, cayó en un país que se llamaba Tailandia, que encontraron la respuesta.
-¿Ya no existe ese país?-preguntó Markuz.
-No. Hoy ya casi no queda ninguno de los países de antes. Y como te decía… el meteorito, que dicen era muy chico, cayó en ese país y los científicos pudieron encontrar un pequeño pedacito y lo estudiaron.
-¿Había muchos científicos antes?-interrumpió Markuz.
-Sí-respondió tajante su bisabuelo-. Yo creo que la mitad de la gente de esa época era algún tipo de científico, no como ahora que sólo hay unos cuantos cientos en todo el mundo. Pero no me interrumpas. Como te decía… lo científicos encontraron un pedazo de meteorito y después de muchos días anunciaron que habían encontrado unos seres microscópicos, muy muy pequeños-le dijo mientras hacia un ademan juntando las yemas de su dedo índice y pulgar-, tan pequeñitos que no se podían ver a simple vista. Los científicos dijeron que eran muy parecidos a los seres microscópicos que vivían aquí en la Tierra, aunque con algunas diferencias en las cosas que tenían dentro, y los llamaros los Advenedizos. Hubieras visto a la gente en esos días-le dijo con entusiasmo y acercando su rostro al de él-, todos hablaban de que no estábamos solos en el Universo, que afuera de la Tierra había otros mundos con seres vivos y a lo mejor algunos eran inteligentes como nosotros-y al decir esto no pudo evitar señalar el cielo y mirarlo-. Pero la emoción se acabó cuando la gente empezó a morir.-El anciano hizo una pausa dramática para intrigar más a su nieto.
-¿Por qué se murieron?-preguntó Markuz jalándole una mano.
-Has de saber que…
-¿Ustedes dos de qué tanto hablan y por qué están hasta acá en lugar de estar con nosotros?-preguntó la madre de Markuz parada en medio de los dos con las manos en aras.
-Le estoy contando la historia del Advenimiento y la Panspermisis-respondió el anciano.
-Ah… ¿Pero no crees que es muy chico? No te va a entender.
-Ya casi cumplo diez años, mamá-replicó Markuz.
-Exacto-reforzó el viejo-. Además él es muy inteligente, más que sus dos mellizos-agregó revolviendo los cabellos del niño.
-Eso sí. Mi muchacho es muy inteligente-dijo la mujer mientras abrazaba a su hijo y le daba un beso en la frente. Después regresó al conglomerado familiar.
-¿En qué nos quedamos?-preguntó su bisabuelo tomándose el mentón.
-Me ibas a contar por qué se empezó a morir la gente.
-¡Cierto! Como te estaba diciendo… la gente y los animales y las plantas y todo ser vivo empezaron a morir.
-¿Todos se murieron?-preguntó Markuz con cierto horror en su cara.
-Sí, hijo, todos se morían-respondió cerrando los ojos y asintiendo lentamente con la cabeza-. A la gente le dolía todo: los músculos, las articulaciones, la cabeza, los huesos, no tenían fuerzas ni apetito, se quedaban ciegos, sordos, inválidos y de pronto morían; y supongo que a los animales, las plantas y los otros seres vivos también les pasaba algo muy parecido-suspiró y guardó silencio un momento-. Por eso este día se llama de los Siete Mil Millones, Markuz-lo jaló hacía él y lo abrazó-. A esa enfermedad que mataba a todos los seres vivos del planeta la llamaron Panspermisis y causó la muerte de más de siete mil millones de humanos y de casi la mayoría de los otros seres vivos.
Markuz se quedó callado y a su mente se le vinieron imágenes de personas, perros, gatos, simios e insectos muriendo, y de plantas marchitándose, secándose y haciéndose cenizas.
-¿Y esa enfermedad la provocaron los Advanadizos?
-Advenedizos-lo corrigió el anciano sonriendo-. Sí, Markuz, esas criaturas que llegaron de quién sabe dónde enfermaron a todos.
-¿Cómo lo hacían?
-Esa es una pregunta difícil… Después de varios años del Advenimiento, cuando los pocos humanos que quedaban se hicieron resistentes a la enfermedad, dicen los viejos libros que ya nada volvió a ser lo mismo. Muchas personas más murieron de hambre porque las frutas, verduras y animales que comían también habían muerto y no había qué comer. También hubo muchas enfermedades que mataron a más personas. Y muchísimas guerras en las que se peleaba por comida y que mataron aún a más personas. Fueron tiempos horribles, los peores de la humanidad. Todo lo que había conseguido nuestra raza a lo largo de miles de años se perdió en menos de cien años en el Siglo Negro…-volvió a callar, pero esta vez durante un lapso más prolongado-. Dicen que los Advenedizos se comían el ADN de todos los seres vivos de la Tierra.
-¿Qué es eso, el ADN?
-No lo sé muy bien, Markuz, pero es algo que todo ser vivo lo tiene dentro y se pasa de padres a hijos.
-¿Es como el alma?
Su bisabuelo vaciló en responder, pero luego dijo “sí”.
Ambos se quedaron callados, reflexionando sobre las últimas palabras que acababan de decir.
-¿Y qué más, abuelo?
El anciano le sonrió y le pidió que mirara el cielo.
-Pero…
-Adelante, Markuz, mira el cielo, hoy te doy permiso de que lo hagas.
El cielo estaba despejado, plagado de estrellas y con una luna menguante. Markuz ya había visto muchas veces el cielo, pero siempre por breves lapsos y a escondidas, y acaso porque aquél día tenía el permiso o porque era una noche especial por aquello de la conmemoración y todas las personas reunidas, nunca antes le había parecido tan sorprendente.
-Se dice-continuó su bisabuelo mientras también miraba el cielo-que antes de que llegara la peor parte del Siglo Negro, los científicos dijeron que habían encontrado algo en los Advenedizos, algo diferente, antinatural, no hecho por la naturaleza, algo que indicaba con toda certeza que ellos habían sido creados, construidos por alguien, y enviados a la Tierra con la intención de eliminarnos.
-¿Qué fue lo que encontraron?-preguntó al instante Markuz antes de tragar saliva.
-No lo sé, Markuz. Una vez leí que los Advenedizos también tenían el ADN, pero que el suyo tenía una parte rara, sintética.
-¿Qué es sintética?
-Que no la hizo la naturaleza, sino alguien o algo.
-¿Y eso qué significa?
-Que alguien o algo hizo a los Advenedizos y los envió aquí. Alguien, allá arriba-le dijo señalando el cielo-quiere nuestro planeta… Por eso el Mal viene del cielo, Markuz, por eso nunca lo vemos.
Markuz abrazó con fuerza a su abuelo, porque por primera vez sintió verdadero miedo del cielo.
-¿Y si vuelven a venir los Ad-ve-ne-di-zos?-preguntó pausadamente para no errar la pronunciación.
-No te preocupes-le respondió su bisabuelo sonriéndole ampliamente-. Como te dije: nos hicimos resistente a ellos, dejamos de enfermarnos de Panspermesis. Además, nuestros científicos…
-¿Nuestros científicos?-interrumpió Markuz-. ¿Los de ahora?
-Sí, los de ahora. Ellos dijeron que en aquella época nuestro ADN cambió y por eso dejamos de enfermar de Panspermisis y las mujeres empezaron a tener dos o tres hijos a la vez. Muy pronto la Tierra tendrá muchos humanos de nuevo y la ciencia alcanzará lo que tuvo que abandonar hace más de quinientos años, y entonces tendremos la tecnología para defendernos de cualquier cosa.
-¿Cómo?-preguntó Markuz frunciendo el ceño.
-No lo sé, pero ya inventaremos algo que sirva para defendernos de cualquier cosa.
-¡No! ¿Cómo lo de las mujeres?
-¡Ah! Las mujeres de antes casi siempre tenían sólo un hijo al mismo tiempo, no tenían dos o tres o hasta cuatro como ahora.
Markuz alzó las cejas con asombro y le echo un vistazo a sus dos mellizos que peleaban con niños de otras familias. Iba a hacer otra pregunta, pero alguien informó que ya era media noche y se iniciaría con el ritual.
-Vamos con los demás-le dijo su bisabuelo tomándolo de la mano-. Otro día te platicaré de las maravillas del siglo veinte y veintiuno.