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Blasero1
12-May-2015, 16:01
Marina estaba sentada en el taburete alto, apoyada en la barra de pizarra oscura que iluminaban las medusas eléctricas y adornaban los relieves, de gran detalle, de algas luminiscentes. Sostenía entre sus manos el vaso de tubo, de licor ambarino, mientras el camarero, un humanoide con cabeza de pez payaso, atendía a la variopinta clientela, la ondina de largos cabellos rojizos, profundos ojos violetas y rasgos delicados, la miraba fijamente.
-¡Payaso! ¡Qué eres un payaso! -increpaba Marina al camarero.
-¡No deberías beber tanto! -reprendía la ondina- ¿No puedes dedicar tus días libres a otra cosa que no sea reírte de los demás?
-Ahórrate los sermones, pescadilla...
-No te pases, bicho raro…
-Perdona… -abrazando el cuello de cisne, apoyó la frente en la de su amiga acuática-, he tenido una semana horrible de trabajo en la pizzería. Atendí a todos los clientes maleducados de esta cuidad sumergida -lloriqueó-, aparte de que me intentaron atracar en un pedido a domicilio y tuve que desenfundar el arma para ahuyentar a los delincuentes. Sí, soy un bicho raro, para colmo tampoco soy humana, sólo una replica artificial, atrapada en esta dimensión acuática y renegada a un trabajo miserable cuando en mi mundo curse varias licenciaturas.
-¡De eso nada! -contesto la ondina de figura estilizada y escamas plateadas-. Siempre que bebes de más sueltas la misma verborrea. No eres del espacio ni otra dimensión desconocida, ni de ese planeta al que llamas Tierra que únicamente existe en tu imaginación, eres hija de una ballena-manta.
-El cetáceo gigantesco me engulló con el banco de peces tras el desgraciado accidente de mi nave de exploración espacial. Durante el letargo inducido en la cápsula criogénica, se averió la computadora cuántica de abordo e inutilizó los aparatos del navegador estelar, desviando el rumbo del túnel de gusano en el que viajaba, justo hacia un agujero negro que me transportó hasta aquí; un mundo líquido, comparable al tamaño del Sol terrícola. En absoluto soy la hija del mar, sino una defecación de metro sesenta -por un instante enmudecía al verse reflejada en la superficie brillante y esmaltada, de colores agradables y vivos, del mueble con la caja registradora y estanterías coralinas repletas de botellas, que había tras la barra. Alzó el vaso y propinó un generoso trago a su salud-. Gracias al sistema salvavidas del traje de astronauta, el animal no me pudo digerir y desperté, no sé cuanto tiempo después, en la planta del hospital anfibio para los inmigrantes que llegan a la megalópolis coralina.
-Señoritas -interrumpía el encargado con cabeza de tiburón martillo, de dentadura afilada y ojos oscuros, dejando una botella con otros dos vasos-, ¿os puedo presentar a unos amigos que están a punto de entrar al local?
-¿Qué te parece? -animaba la ondina-. Algo de diversión nos vendría bien, somos jóvenes y prometemos.
-Ahí llegan -después de señalar a la compuerta metálica de la entrada que se abría, el encargado fue a saludar al conocido, de morfología crustácea, que le reclamaba del extremo de la barra. Entonces hicieron acto de presencia dos musculosos tritones, bien parecidos y mejores vestidos que tras buscar con la mirada entre el gentío, caminaron hacia ellas. Sin embargo, pasaron de largo para saludar a las ondinas hermosas que esperaban igualmente en la barra, cerca de Marina y su amiga.
-¡Señoritas, estamos aquí! -reclamaba la atención el enorme renacuajo de ojos saltones, erguido sobre sus patas traseras, apenas alcanzaba la altura del mostrador.
-Somos “los amigos” del encargado del establecimiento -se presentó.
-¡Joder, si son dos putos sapos, y encima, van desnudos! -voceó Marina. Sorprendidas y desencantadas, ambas comenzaron a reír.
-¿Qué es un “sapo”? -preguntó uno.
-¿Y “desnudos”? -cuestionó el otro.
-No todas las criaturas marinas van vestidas. Hay especies que no saben de ropa ni moda, en estas aguas cálidas -recordó la ondina- Pero si es lo más feo que he visto, en mucho tiempo.
-No hemos cruzado el arrecife de coral para hacer amigos en esta parte de la cuidad. Queremos cobrar los favores sexuales que pagamos por adelantado al señor tiburón -expuso malhumorado, a la vez que su lengua bífida relamía los labios gruesos.
-Cierto -afirmó su igual-, dijo que resultaríamos plenamente satisfechos por la experiencia.
-¿Eso ha dicho el muy desgraciado? ¿Pero quién narices se cree? ¡Esperar aquí! -les ordenó Marina.
Marina apurando la consumición, se abrió paso entre la concurrida clientela de la barra. Continuó por el peculiar público que había junto al escenario de esponjas y conchas marinas, donde el músico acompañaba a la sirena hermosa. Cuando Marina estuvo en primera fila, frente al grupo, la vibración del instrumento electrónico produjo un intenso cosquilleo en la espalda que subió despacio hasta la nuca. Atrapada por la voz melancólica, así como por el fulgor azulado que desprendían los ojos de la cantante, llegó a su mente el recuerdo del cielo terrestre y en aquel sentimiento, tan agridulce, que hizo suyo, empezó a mover las caderas sinuosas. Gracias a que la piel hubo sintetizado la cualidad escamosa, bailaba sin esfuerzo alguno, adelantándose al movimiento de su vestimenta y cabello en el agua. Se convirtió entonces en la marioneta de la sirena y se dejó llevar por los hilos invisibles del embrujo.
Marina, más tarde retomaba su vida y abandonaba el lugar. Llegó a un recodo en penumbras de la gigantesca caracola. Había una compuerta metálica custodiada por dos forzudos crustáceos con las pinzas cruzadas.
-¿El aseo, por favor? -la miraron de soslayo sin prestar mayor atención, ni siquiera la palparon las antenas. Marina apretó el puño, sobresaliendo los nudillos metálicos, lanzó un rapidísimo puñetazo al tórax de uno de ellos. Antes de que la criatura pudiera reaccionar, la onda expansiva despedazaba el caparazón y se extendía por el resto de su coraza biológica. Al instante, dejaba al descubierto la enclenque figura, de segmentos blanquecinos, y cefalonia. El giro del puño que Marina imprimió en el golpe, además hizo que el crustáceo saliera despedido del sitio, girando por la fuerza centrífuga, se estrelló contra la techumbre espirilada para rebotar en el suelo.
-¿Me concedes este baile? -pidió Marina. Y así, con la música de fondo, comenzó la danza. El otro crustáceo mantis, en un principio atacó con sus tenazas perforadoras. Marina, dando pasos cortos, esquivó los apéndices espinosos. A continuación, la criatura desplegó el segundo par de apéndices torácicos. Y Marina se desvaneció ante los impactos de los brazos desarrollados como garrotes.
En cuatro rapidísimos movimientos, los puños de Marina y las tenazas se estrellaron a medio camino.
-¿Me disculpas? -aprovechó el lapso de tiempo para arreglar el mechón que había escapado del adorno del peinado. El crustáceo con los ojos sobre los tallos móviles la miró con furia. Pero en el amago de atacar de nuevo, las pinzas se desmenuzaron, exceptuando una maltrecha. Marina, acto seguido le agarró una antena y la arrancó de cuajo- ¡Abre la puerta del despacho de tu jefe!
La criatura mantis dio varios toques en la compuerta. En cuanto se abrió, lo empujó dentro de la habitación y cerró tras de sí.
-¡Señores! -Marina saludó entonces al humanoide con cabeza de tiburón, sentado en la silla y con las botas encima del escritorio, protegido por sus matones con armas. Igualmente a los secuaces del fondo, amontonando los fajos de créditos contabilizados por la máquina que había encima de la mesa cálcica. Asimismo, otros se dedicaban a guardar bolsitas de polvo brillante en varios bolsones. Por casualidades del destino era día de reunión, en la mesa de juego, bajo la lámpara lumínica, el principal proveedor de droga de Coralia “cabeza de pez león” y sus distribuidores “las morenas”, el jefe de policía y un concejal elegantemente vestido, también apostaban a las cartas.
-¡Magnífico espectáculo! -se puso en pie-. Caballeros, les presento a nuestra nueva adquisición y su amiga -señaló en el monitor la imagen de la ondina que esperaba con los dos enormes renacuajos en la barra concurrida.
-¡No somos propiedad de nadie! -gritó, alto y claro- Y si nos vuelves a molestar, volveré a buscarte -afirmó, antes de dar media vuelta.
-¿Y qué me dices del Depósito de Cuerpos? -voceó, el dueño del local.
Marina se detuvo en el sitio, a punto de pulsar la apertura de la compuerta. Se retiró. Ahora recordaba sus primeros años como humana en el planeta de líquido. Al ser de especie desconocida, recibió la categoría y el trato como inmigrante ilegal, sin reconocer derecho alguno. No tuvo acceso a la sanidad y educación. Tampoco trabajo digno, al carecer de documentación. Se dedicó a vagabundear y mendigar por las calles sumergidas, vestida con el traje acuático de calidad pésimo que la dieron en la beneficencia, hasta que la Asistencia Social la colocó en la limpieza del alcantarillado de la cuidad coralina. Pudo alquilar un apartamento en la barrera de coral, cerca de las aguas abismales. Comprar tanto un traje submarino y óptimo cómo asistir a clases académicas privadas. Pasó su tiempo libre en las bibliotecas en busca de conocimientos y referencias a la Vía Láctea, sin resultado. A pesar de mejorar su status social, contrajo numerosas enfermedades, algunas de ellas crónicas a causa de los alimentos y del entorno medioambiental. Dos años después de su llegada al planeta líquido, cumplidos los veinticinco años terrestres, decidió sacar un crédito del banco. Así, invirtió parte del préstamo en su hospitalización. Antes de alquilar la cámara de criogénica y dormir en las instalaciones privadas de la empresa de Depósito de Cuerpos, el dinero restante cumplió el propósito de fabricar una copia artificial "mejor" de sí misma y la transferencia neuronal.
-Si no te conviertes en mi “empleada”, los muchachos esta noche visitarán a tu amiga. Además de ir al Depósito y destrozar tu cámara -expuso-. Y eso significa que jamás regresarás al cuerpo original, o al contrario, si te matara aquí mismo, perderías tu "alma" y conocimientos acumulados, por siempre. Sólo despertarían un cuerpo en estado vegetal, carente de recuerdos o la memoria de quién fue ¡así que baila y desnúdate para nosotros! ¡Luego, la ondina y tú subiréis a una de las habitaciones con los renacuajos! -gritó, escupiendo saliva entre los dientes cómo cuchillos.
-No, por favor… -imploró temblorosa y comenzó a desabrocharse los botones de la blusa de tirantes. Se quitó la fina de cota de malla, mostrando el sostén de encaje negro. Deshizo el peinado, agitando el cabello largo oscuro con las manos, la rodearon todos los presentes en la sala. Después de aquello, agarró la cintura del ajustado pantalón corto y con movimientos de caderas, éste cayó a los tobillos, descubriendo la prenda íntima de lencería.
-¿Pero…? -exclamó el encargado, cuando la figura de Marina desapreció y en su lugar flotaba una esfera translúcida.
-¡Miserables! -exclamó Marina, oculta en las contramedidas electrónicas y camuflaje óptico, se apoyaba en el exterior de la compuerta, limándose las uñas-. El proyector que lancé dentro tras el fortachón, ya ha cumplido su función -susurró-, es hora de activar el servicio de limpieza. La esfera irradió dos veces energía y a la tercera, la onda de plasma desintegró la materia orgánica de la sala, como si jamás hubiera existido. Marina puso sus dedos en la superficie metálica con remaches, trampeando la cerradura, cedía la compuerta. Anduvo la sala y se agachó para recoger la cadena con llave del suelo. Llegó al escritorio, justo detrás del horrible retrato del dueño, había una caja fuerte. Tras abrir la tapa y tomar la documentación, sin tocar los fajos de créditos ni el revolver de energía, su mirada de belleza sintética escaneó los impresos plastificados. Se sentó en la silla, enfrente del terminal de sobremesa, y utilizó el teclado. Pronto su troyano había descifrado las claves de acceso a todos los archivos. Por vía telemática, gestionó en el Registro Mercantil la donación de las propiedades y dinero de las cuentas a la beneficencia, a diferentes centros sociales de la cuidad sumergida, también. Manipuló las grabaciones de las cámaras de seguridad y cerró la caja de nuevo. Sin mirar el cuadro, abandonó el lugar.
-Querida amiga -dijo al volver a la barra y sentarse en el taburete, con los enormes renacuajos desfallecidos por el alcohol-, es hora de continuar la fiesta en otro local...

Blasero1
12-May-2015, 16:46
Esta relato ya lo he presentado antes. Ahora con algunos cambios en la historia. Saludos!!!!