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Almo
18-Apr-2015, 10:43
La clase de ciencias siempre ha sido una de las más agradecidas. Comparada con las matemáticas o incluso la aburrida historia, ciencias aporta a los chavales un montón de ideas prácticas, de respuestas a sus preguntas sobre su entorno, de experimentos, de dibujos. Si el profesor le pone ganas, la clase de ciencias puede ser más un juego que una clase. Y yo siempre he sido un buen profesor.

Sin embargo, aquella tarde estaba resultando especialmente dura. Era un viernes por la tarde, y no un viernes cualquiera, sino el último viernes antes de las vacaciones de Navidad, así que mis alumnos tenían cualquier cosa en la cabeza menos las capas en que se divide el planeta tierra. Decidí darles un descanso.

“¿Recordáis que ayer hablábamos del espacio? “ - Miradas de asentimiento aburrido. Sólo el pelota de Carlos mostrando una sonrisa entusiasta.

“Pues hay una cosa que no os expliqué, porque cada año la explico el último día de clase antes de Navidad.” – Un poco más de interés en las caras de casi todos los chavales, pero todavía algún cuchicheo de fondo.

“¿Cuántos de vosotros habéis visto alguna vez la Luna? Por, favor, levantad la mano.” Veintisiete manos levantadas. Todas. Su atención se despierta con ese mero ejercicio físico.

“¿Y cuántos habéis visto la segunda luna?” Ninguna mano, pero veintisiete pares de ojos clavados en mí.

“¿Cómo? ¿Ni uno sólo? Hombre, ya sé que la ven muy pocos, ¿pero ni uno?” Cuchicheos nerviosos, miradas escrutadoras. Carla, la valiente Carla, pregunta que de qué luna estoy hablando.

“Veréis, el planeta Tierra, el nuestro, tiene dos lunas. Sí, sí, ya sé que en los libros sólo se habla de una, la Luna, así, en mayúsculas. Y todos sabéis que es una luna fría, apagada, sin vida. Pero lo cierto es que hay otra, una segunda luna, sólo que es una luna un tanto especial”. Carla hace un amago de volver a preguntar pero levanto una mano para silenciarla. Nadie se pierde una palabra de lo que digo.

“Esta segunda luna no se ve a simple vista. No porque esté muy lejos, ni porque se esconda detrás de la primera, ni nada parecido. Es porque se trata de una luna, ¿cómo podría decirlo? Mágica. Sí, sí, vale, esto es clase de ciencias y hoy en día ya nadie cree en la magia por mucho Harry Potter que echen en el cine –risas de fondo-, pero es que los científicos no han encontrado otro modo de hablar de esa luna. Y eso, sólo los que la han visto, que no son muchos.”

“La Segunda Luna no puede ser vista por todo el mundo, sino que sólo la ven aquellos que tienen imaginación. ¿Habéis oído hablar de las Musas? ¿De la inspiración? Todo eso viene de la Segunda Luna. Los artistas, los escritores, los mejores músicos, todos pueden ver la Segunda Luna, y sacan de ella su inspiración, sus historias, sus colores. Todas las leyendas que hay en la Tierra vienen de esa Luna, los dragones y los elfos, los monstruos y los ángeles. Todos. Hay quien dijo que incluso puede estar allí el Paraíso. O el infierno, no se sabe.” – Esta vez Santiago se adelanta a Carla y pregunta si les estoy tomando el pelo. Muevo la cabeza poniendo expresión seria.
“¿No habéis oído decir a alguien –¡Estás en la Luna!-? ¿De qué Luna creéis que está hablando? La ciencia no puede explicarlo todo. Sí, os dirá de qué están hechas las cosas, por qué algo está caliente o frío, qué pasa si enciendes un interruptor o si te cortas en un brazo, pero no lo puede explicar todo. La ciencia no puede explicar por qué a Carla le gusta tanto Jaime –muchas risas y abucheos de fondo, y Carla se pone colorada y me mira censuradora pero encantada-, por qué soñamos por la noche o a dónde vamos cuando nos morimos.” – Jaime, quizás obligado por la mención de su nombre, salta con un grito de ¿A la segunda Luna?

“¿Quién sabe? ¿Pero sabéis qué es lo que me preocupa?, que ninguno de vosotros la haya visto. ¿Lo decís en serio o es que os da vergüenza?” – Por supuesto, nadie la ha visto, pero se miran los unos a los otros preocupados.

“Normalmente, cuando hablo de la Segunda Luna, siempre hay alguien que acaba por levantar la mano, y nos cuenta a todos cómo es, y nos habla de sus colores, del camino que sigue por la noche...” – Finalmente, como cada año, alguien pregunta si acaso la he visto yo, a lo que yo respondo con un silencio y una mirada soñadora.

“Cuando era más joven, más o menos de vuestra edad, la vi una vez. Era Navidad, porque en esa época del año es cuando la gente tiene la imaginación más despierta y muchos acaban por verla, aunque ni siquiera sepan de qué se trata. Yo la vi, y sabía lo que era porque mi padre me había hablado de ella. La verdad es que era preciosa, y cuando la ves te sientes extraño, y se te llena la cabeza de ideas, y te ríes como si te hubieran contado cien chistes. Es algo increíble. Pero no la he vuelto a ver. Pero, al fin y al cabo, yo sólo soy un profe, ¡y de ciencias!” – Más risas, pero hay cierto desasosiego nervioso de fondo. He plantado una duda razonable en esos espíritus cerrados a cal y canto por la televisión y la Playstation. Carla vuelve a tomar el mando y con sentido práctico pregunta qué hay que hacer para ver esa dichosa luna.

“Bueno, ya te digo que yo sólo la vi una vez, y eso que cada Navidad lo vuelvo a intentar. Una vez hablé con un pintor muy bueno, un tipo que ha ganado mucho dinero, y me dijo que él la veía a menudo, y que le debía a ella todo lo que tenía. Me dijo que cuando más trabajaba con su imaginación, más fácil le resultaba ver la Segunda Luna, y más se beneficiaba de su influencia, así que cada día dedicaba un tiempo a leer algún libro interesante, a escuchar algo de música, y claro, ¡a pintar!”

Cuando sonó el timbre de final de clase pareció como si mis palabras se las llevara su estridencia. Todos se levantaron hablando a la vez, recogiendo sus cosas, tirándose papeles y bolígrafos entre risas. Carla me dedicó una sonrisa madura y un saludo con la mano, y Carlos se acercó para desearme una feliz Navidad. Pero a pesar de todo, yo sabía que algunos de esos proyectos de hombre y mujer, los más abiertos e imaginativos, pasarían algún rato perdido de las vacaciones mirando a la noche en busca de la Segunda Luna, y quizás se atreverían a abrir algún que otro libro, o incluso a pintar...