Toth
29-Jan-2015, 20:35
Les comparto un cuanto-de los primeros que escribí hace unos cuantos años- que tiene algo de ciencia ficción dura. A ver qué les parece.
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Más Allá de la Oscuridad Absoluta
El astrofísico, Leonard van Dyk, después de recorrer más de 25,000 años luz en un período de 10 años, se encontraba en la cabina de mando de Orpheus que, al igual que el héroe mitológico, se dirigía al infierno, aunque a diferencia del griego, él no iba en busca de su amor, sino en busca de la verdad oculta más allá de la oscuridad absoluta.
Leonard estaba cerca de atravesar el Límite de Roche, el punto a partir del cual la gravedad de Sagitario A, el oscuro monstruo situado en el centro de la Vía Láctea, podía ejercer su fatal atracción. Antes de permitir que la gravedad atrajera a Orpheus, Leonard van Dyk, que se había aventurado en aquel largo y solitario viaje sólo para demostrar que su teoría que decía que los hoyos negros escupían todo lo que consumían a universos alternos a través de hoyos blancos-el inverso matemático del hoyo negro-, y viceversa, se comunicó, usando los millares de satélites artificiales, sondas y demás artefactos construidos por el hombre que estaban regados por el universo, en una transmisión que tardo casi 4 días en llegar a su destino en el Sistema Solar, con las colonias humanas de la Tierra, la Luna, Marte y Titán, y les transfirió los datos que había recolectado y analizado a lo largo de su inmenso recorrido, y que servirían para esclarecer muchos de los más grandes misterios del universo.
Terminado el enlace con el Sistema Solar, cruzó el Límite de Roche, apagó los propulsores nucleares y dejo que la gravedad condujera a Orpheus hasta la boca del monstruo. Gracias a las ecuaciones que Leonard había hecho, él suponía que luego de rebasar el Horizonte de Sucesos-el área en torno al hoyo negro de la cual es imposible salir- y finalmente llegar al corazón de Sagitario A, en lugar de ser comprimido como las demás teorías decían, sería expulsado a otro universo a través de un hoyo blanco y, a su vez, al entrar en un hoyo negro de aquel universo paralelo, regresaría a su universo original. Pero estando frente a la oscuridad inmaculada y viendo como la velocidad de Orpheus incrementaba de forma exponencial, sintió miedo y empezó a dudar de sus propios cálculos. Puso los propulsores nucleares en reversa y les dio su máxima potencia, pero fue en vano, el poder gravitacional de Sagitario A, a pesar de que aún no se introducía en el Horizonte de Sucesos, ya no le permitía escapar.
Echando un vistazo hacia atrás, lo que veía era luz, contrario a lo de enfrente; y usando los filtros vio a aquella aglomeración de estrellas que, en conjunto, vistas desde fuera de la Vía Láctea, formaban su núcleo luminoso y hermoso. Sintió nostalgia, porque sabía que en esa dirección estaba su hogar: el pequeño e insignificante planeta azul, el lugar al que tal vez no podría regresar jamás. Lleno de miedo y tristeza, hizo una última transmisión con el Sistema Solar que tardo más de 8 días en llegar debido a que la fuerza gravitatoria de Sagitario A también influía sobre las ondas electromagnéticas. En la transmisión simplemente aparecía él derramando un par de lágrimas, despidiéndose de todos y hablando del miedo que le provocaba la sensación de estar completamente solo; decía que estando tan cerca de lograr su objetivo, se arrepentía de haber aceptado el dinero de sus patrocinadores para realizar el viaje, porque se encontraba en el peor lugar del universo entero: se encontraba frente a un demonio al que no podía ver, pero que sabía lo observaba y lo esperaba con las fauces abiertas.
Los instrumentos en cabina le indicaban que en cuestión de minutos Orpheus alcanzaría la velocidad de la luz y que, justo cuando lograra dicha cifra, sería el momento en que atravesaría el Horizonte de Sucesos, el sitio del que ni la luz puede escapar. Se aferró a su asiento, porque, a pesar de que la nave estaba diseñada para que en su interior no se sintiera la aceleración, el simple hecho de saber que se desplazaba a velocidades nunca antes alcanzadas por el hombre en dirección del hoyo negro supermasivo, le producía vértigo y lo estremecía. Ya no llorada, ya no sentía miedo; esos sentimientos habían quedado olvidados porque ahora, estando a unos segundos de adentrarse al lugar más desconocido del universo, sus expectativas regresaban y volvía a sentir curiosidad de saber lo que encontraría ahí, de ver el rostro del demonio que sostenía con su desmesurada gravedad a la Vía Láctea.
Orpheus empezó a vibrar y alcanzó la velocidad de la luz al mismo tiempo que un resplandor envolvía todo. Al disiparse la radiación misteriosa que encegueció a Leonard van Dyk, frente a él no vio a Sagitario A con su enigmática forma, sino a un universo basto, porque en realidad un hoyo negro no era la puerta que conectaba con un corredor que llevaba hasta un universo alterno, sino que él mismo era un universo. Leonard empezó a reír con locura, ya que con este descubrimiento su teoría y, prácticamente todas las demás que trataban de explicar al universo, quedaban reducidas a meras tonterías; su propio universo no era otra cosa más que un grano de arena en una playa cósmica.
Cuando recupero la calma, que se la trajo el espectáculo galáctico que se desplegaba ante sus ojos: un universo entero visto desde sus límites finales, quiso deshacer su trayecto y regresar, para comunicar cuanto antes su descubrimiento y planear nuevos viajes, pero conforme se aproximaba a la frontera del Horizonte de Sucesos, su aceleración empezó a disminuir hasta quedar anulada. Intentó varias veces retornar, pero finalmente, frustrado y desesperado porque parecía que no podría regresar a su hogar, se tiró en el suelo de la cabina, se retorció, lloró y se ausentó de su pensamiento y permaneció así por mucho tiempo. Y cuando, impulsado por sus instintos básicos de supervivencia salió del trance, se dio cuenta de que la dimensión correspondiente al tiempo estaba distorsionada, porque los instrumentos indicaban que apenas habían transcurrido 5 días desde su arribo a ese universo; sin embargo, la distancia recorrida en ese lapso de tiempo no correspondía con la de unos cuantos días, sino con la de varios años viajando a la velocidad de la luz. Sorprendido por el nuevo descubrimiento, como si fuera un niño en navidad y, sabiéndose con tiempo de sobra en lo que parecía un eterno vagar por el cosmos, empezó a jugar con los nuevos datos que poseía. La nave autosuficiente y los recursos sustentables que tenía, le permitieron a Leonard no pensar en otra cosa más que en cálculos y nuevas teorías cosmológicas; y al cabo de 3 años postuló una nueva teoría que decía que si dentro del Horizonte de Sucesos de cada hoyo negro existe un universo, algún Horizonte de Sucesos de esos múltiples universos debía contener el suyo. Sin embargo, Leonard no se sentía satisfecho con su postulado, sino todo lo contrario, porque eso implicaba ir de hoyo negro en hoyo negro, de universo en universo, hasta que, por azares del destino, diera con su propio universo, lo que parecía una tarea infinita y a la vez imposible, porque aunque sus cálculos lo respaldaban, su veracidad implicaba una paradoja irresoluble: si un universo A contiene a un universo B, entonces el universo B no puede contener al universo A.
Abrumado por hallarse en un aparente laberinto sin salida, Leonard dio inicio con su ardua labor teniendo la esperanza de que, conforme se introdujera en nuevos universos, pudiera obtener más datos reveladores que le ayudaran a desenmarañar la paradoja y le permitieran volver a su universo. Así pasaron los años y, empleando los agujeros de gusano intra-universo, que conectaban partes remotas del universo y que con sus nuevos conocimientos había mejorado, recorrió distancias impensables y se introdujo en hoyo negro tras hoyo negro. Fue entonces que notó que cada nuevo universo al que llegaba, era más primitivo que el anterior, lo cual le hizo pensar que en algún momento tenía que llegar a la singularidad: el origen de todo.
Transcurridos 50 años desde que abandonó su hogar en la Tierra e inicio con su viaje hacia la oscuridad, y luego de ver universos cada vez más jóvenes y calientes y ver el proceso de formación del cosmos en reversa, llegó a uno en el que todavía ni siquiera se formaban las primeras galaxias y que sólo contenían gases, polvo y apenas unos cientos de millares de estrellas, la mayoría de ellas recién nacidas, y atravesó el Horizonte de Sucesos de uno de los únicos dos hoyos negros que había ahí. Al salir del otro lado, apareció ante la Oscuridad Absoluta.
Aunque no veía nada en el universo al que había llegado, sabía que frente a él estaba el principio de todas las cosas, o, visto desde otra perspectiva, también podría ser considerado el final de todo. Este pensamiento le iluminó la mente y, mientras Orpheus se aceleraba exponencialmente en dirección a la singularidad, empezó a trazar lo que llamó la Ley Unificadora del Cosmos.
Leonard van Dyk cerró los ojos, la nave se dirigió a la singularidad, alcanzó la velocidad de la luz e incluso la superó, y apareció en otro universo. Abrió los ojos al sentir que Orpheus dejaba de vibrar y vio ante él una belleza insuperable: un universo en el que existían muy pocas galaxias, billones de estrellas esparcidas por todos lados y miles de destellos, producto de novas, supernovas e hipernovas que colapsaban por la altísima temperatura a cada segundo. Entonces se dio cuenta de que ese universo ya no se expandía, sino que ahora era devorado por los hoyos negros hipermasivos de las pocas galaxias que quedaban y que, a su vez, devoraban a los menos masivos; y supo que en algún momento reinaría sólo un gran hoyo negro: la singularidad, la Oscuridad Absoluta.
Cautivado por tanta belleza, las lágrimas se le escaparon de sus viejos y agotados ojos, porque había resuelto el misterio del cosmos. La paradoja no existía, porque los universos no se ramificaban hasta el infinito, sino que, conforme se avanzaba a través de ellos, debido a que cada uno era más simple o joven que su predecesor, las ramificaciones disminuían hasta llegar al primer universo que, a su vez, contenía al último. En otras palabras, el cosmos no era lineal, sino más bien un ciclo, un uróboros. Y entonces nombrar a un universo como el primero y a otro como el último, no era valido,
Pero su travesía galáctica todavía no terminaba. Empleando su Ley Unificadora del Cosmos, Leonard van Dyk encontró el camino que debía seguir a través de los hoyos negros para poder llegar a su universo. Emocionado por regresar a casa después de haber viajado al infierno y haber logrado salir de él, y, sobre todo porque el recibimiento por parte de los suyos sería espectacular, y más cuando él develara los conocimientos que poseía, se dirigió adonde debía de estar el Sistema Solar. Sin embargo, al llegar al cuadrante de la Vía Láctea donde se suponía que estaba, vio con escepticismo que el Sol se había convertido en una gigante roja y que había devorado a Mercurio, Venus, la Tierra y Marte, y que sólo quedaban los enormes planetas gaseosos orbitando a su alrededor. Fue a Titán, la luna de Saturno donde se debía de encontrar la colonia humana más distante del astro rey, pero ahí sólo encontró los vestigios de su especie. Se preguntó cómo es que el Sol se había transformado en una gigante roja en tan solo 50 años y, como si le acabaran de quitar una venda de los ojos, comprendió que a su Ley Unificadora del Cosmos se le había escapado un pequeño detalle: conforme se introducía en universos primitivos, el tiempo fluía más lento mientras que en el suyo seguía con su ritmo habitual. Por lo tanto, los 50 años que habían transcurrido para él, en su universo habían sido 50 mil millones de años. Se pensaría entonces que, al estar en los universos más viejos donde el tiempo transcurría más rápido Leonard tendría que haber envejecido de forma acelerada, pero, gracias a que sus nuevos conocimientos le permitían recorrer distancias inimaginables usando los agujeros de gusano intra-universo, el tiempo que estuvo en ellos fue mínimo al igual que sus efectos.
Al borde de la locura, porque parecía que nunca podría vencer al cosmos, Leonard van Dyk levantó vuelo de Titán y, contemplando al Sol con su fulgor rojo, supo cuál era su único destino: había iniciado su odisea en busca de la verdad, para ello había viajado hasta el mismo infierno, hasta la Obscuridad Absoluta, y al igual que el héroe griego que, al ver la luz pensó que ya había salvado a su amor del inframundo, él pensó que ya tenía todo el saber, todas las respuestas, cuando en realidad no estaba ni tantito cerca. Y viendo su rotundo fracaso y dándose cuenta de lo insignificante que era, dirigió a Orpheus hacia el Sol y se consumió en sus llamas.
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Más Allá de la Oscuridad Absoluta
El astrofísico, Leonard van Dyk, después de recorrer más de 25,000 años luz en un período de 10 años, se encontraba en la cabina de mando de Orpheus que, al igual que el héroe mitológico, se dirigía al infierno, aunque a diferencia del griego, él no iba en busca de su amor, sino en busca de la verdad oculta más allá de la oscuridad absoluta.
Leonard estaba cerca de atravesar el Límite de Roche, el punto a partir del cual la gravedad de Sagitario A, el oscuro monstruo situado en el centro de la Vía Láctea, podía ejercer su fatal atracción. Antes de permitir que la gravedad atrajera a Orpheus, Leonard van Dyk, que se había aventurado en aquel largo y solitario viaje sólo para demostrar que su teoría que decía que los hoyos negros escupían todo lo que consumían a universos alternos a través de hoyos blancos-el inverso matemático del hoyo negro-, y viceversa, se comunicó, usando los millares de satélites artificiales, sondas y demás artefactos construidos por el hombre que estaban regados por el universo, en una transmisión que tardo casi 4 días en llegar a su destino en el Sistema Solar, con las colonias humanas de la Tierra, la Luna, Marte y Titán, y les transfirió los datos que había recolectado y analizado a lo largo de su inmenso recorrido, y que servirían para esclarecer muchos de los más grandes misterios del universo.
Terminado el enlace con el Sistema Solar, cruzó el Límite de Roche, apagó los propulsores nucleares y dejo que la gravedad condujera a Orpheus hasta la boca del monstruo. Gracias a las ecuaciones que Leonard había hecho, él suponía que luego de rebasar el Horizonte de Sucesos-el área en torno al hoyo negro de la cual es imposible salir- y finalmente llegar al corazón de Sagitario A, en lugar de ser comprimido como las demás teorías decían, sería expulsado a otro universo a través de un hoyo blanco y, a su vez, al entrar en un hoyo negro de aquel universo paralelo, regresaría a su universo original. Pero estando frente a la oscuridad inmaculada y viendo como la velocidad de Orpheus incrementaba de forma exponencial, sintió miedo y empezó a dudar de sus propios cálculos. Puso los propulsores nucleares en reversa y les dio su máxima potencia, pero fue en vano, el poder gravitacional de Sagitario A, a pesar de que aún no se introducía en el Horizonte de Sucesos, ya no le permitía escapar.
Echando un vistazo hacia atrás, lo que veía era luz, contrario a lo de enfrente; y usando los filtros vio a aquella aglomeración de estrellas que, en conjunto, vistas desde fuera de la Vía Láctea, formaban su núcleo luminoso y hermoso. Sintió nostalgia, porque sabía que en esa dirección estaba su hogar: el pequeño e insignificante planeta azul, el lugar al que tal vez no podría regresar jamás. Lleno de miedo y tristeza, hizo una última transmisión con el Sistema Solar que tardo más de 8 días en llegar debido a que la fuerza gravitatoria de Sagitario A también influía sobre las ondas electromagnéticas. En la transmisión simplemente aparecía él derramando un par de lágrimas, despidiéndose de todos y hablando del miedo que le provocaba la sensación de estar completamente solo; decía que estando tan cerca de lograr su objetivo, se arrepentía de haber aceptado el dinero de sus patrocinadores para realizar el viaje, porque se encontraba en el peor lugar del universo entero: se encontraba frente a un demonio al que no podía ver, pero que sabía lo observaba y lo esperaba con las fauces abiertas.
Los instrumentos en cabina le indicaban que en cuestión de minutos Orpheus alcanzaría la velocidad de la luz y que, justo cuando lograra dicha cifra, sería el momento en que atravesaría el Horizonte de Sucesos, el sitio del que ni la luz puede escapar. Se aferró a su asiento, porque, a pesar de que la nave estaba diseñada para que en su interior no se sintiera la aceleración, el simple hecho de saber que se desplazaba a velocidades nunca antes alcanzadas por el hombre en dirección del hoyo negro supermasivo, le producía vértigo y lo estremecía. Ya no llorada, ya no sentía miedo; esos sentimientos habían quedado olvidados porque ahora, estando a unos segundos de adentrarse al lugar más desconocido del universo, sus expectativas regresaban y volvía a sentir curiosidad de saber lo que encontraría ahí, de ver el rostro del demonio que sostenía con su desmesurada gravedad a la Vía Láctea.
Orpheus empezó a vibrar y alcanzó la velocidad de la luz al mismo tiempo que un resplandor envolvía todo. Al disiparse la radiación misteriosa que encegueció a Leonard van Dyk, frente a él no vio a Sagitario A con su enigmática forma, sino a un universo basto, porque en realidad un hoyo negro no era la puerta que conectaba con un corredor que llevaba hasta un universo alterno, sino que él mismo era un universo. Leonard empezó a reír con locura, ya que con este descubrimiento su teoría y, prácticamente todas las demás que trataban de explicar al universo, quedaban reducidas a meras tonterías; su propio universo no era otra cosa más que un grano de arena en una playa cósmica.
Cuando recupero la calma, que se la trajo el espectáculo galáctico que se desplegaba ante sus ojos: un universo entero visto desde sus límites finales, quiso deshacer su trayecto y regresar, para comunicar cuanto antes su descubrimiento y planear nuevos viajes, pero conforme se aproximaba a la frontera del Horizonte de Sucesos, su aceleración empezó a disminuir hasta quedar anulada. Intentó varias veces retornar, pero finalmente, frustrado y desesperado porque parecía que no podría regresar a su hogar, se tiró en el suelo de la cabina, se retorció, lloró y se ausentó de su pensamiento y permaneció así por mucho tiempo. Y cuando, impulsado por sus instintos básicos de supervivencia salió del trance, se dio cuenta de que la dimensión correspondiente al tiempo estaba distorsionada, porque los instrumentos indicaban que apenas habían transcurrido 5 días desde su arribo a ese universo; sin embargo, la distancia recorrida en ese lapso de tiempo no correspondía con la de unos cuantos días, sino con la de varios años viajando a la velocidad de la luz. Sorprendido por el nuevo descubrimiento, como si fuera un niño en navidad y, sabiéndose con tiempo de sobra en lo que parecía un eterno vagar por el cosmos, empezó a jugar con los nuevos datos que poseía. La nave autosuficiente y los recursos sustentables que tenía, le permitieron a Leonard no pensar en otra cosa más que en cálculos y nuevas teorías cosmológicas; y al cabo de 3 años postuló una nueva teoría que decía que si dentro del Horizonte de Sucesos de cada hoyo negro existe un universo, algún Horizonte de Sucesos de esos múltiples universos debía contener el suyo. Sin embargo, Leonard no se sentía satisfecho con su postulado, sino todo lo contrario, porque eso implicaba ir de hoyo negro en hoyo negro, de universo en universo, hasta que, por azares del destino, diera con su propio universo, lo que parecía una tarea infinita y a la vez imposible, porque aunque sus cálculos lo respaldaban, su veracidad implicaba una paradoja irresoluble: si un universo A contiene a un universo B, entonces el universo B no puede contener al universo A.
Abrumado por hallarse en un aparente laberinto sin salida, Leonard dio inicio con su ardua labor teniendo la esperanza de que, conforme se introdujera en nuevos universos, pudiera obtener más datos reveladores que le ayudaran a desenmarañar la paradoja y le permitieran volver a su universo. Así pasaron los años y, empleando los agujeros de gusano intra-universo, que conectaban partes remotas del universo y que con sus nuevos conocimientos había mejorado, recorrió distancias impensables y se introdujo en hoyo negro tras hoyo negro. Fue entonces que notó que cada nuevo universo al que llegaba, era más primitivo que el anterior, lo cual le hizo pensar que en algún momento tenía que llegar a la singularidad: el origen de todo.
Transcurridos 50 años desde que abandonó su hogar en la Tierra e inicio con su viaje hacia la oscuridad, y luego de ver universos cada vez más jóvenes y calientes y ver el proceso de formación del cosmos en reversa, llegó a uno en el que todavía ni siquiera se formaban las primeras galaxias y que sólo contenían gases, polvo y apenas unos cientos de millares de estrellas, la mayoría de ellas recién nacidas, y atravesó el Horizonte de Sucesos de uno de los únicos dos hoyos negros que había ahí. Al salir del otro lado, apareció ante la Oscuridad Absoluta.
Aunque no veía nada en el universo al que había llegado, sabía que frente a él estaba el principio de todas las cosas, o, visto desde otra perspectiva, también podría ser considerado el final de todo. Este pensamiento le iluminó la mente y, mientras Orpheus se aceleraba exponencialmente en dirección a la singularidad, empezó a trazar lo que llamó la Ley Unificadora del Cosmos.
Leonard van Dyk cerró los ojos, la nave se dirigió a la singularidad, alcanzó la velocidad de la luz e incluso la superó, y apareció en otro universo. Abrió los ojos al sentir que Orpheus dejaba de vibrar y vio ante él una belleza insuperable: un universo en el que existían muy pocas galaxias, billones de estrellas esparcidas por todos lados y miles de destellos, producto de novas, supernovas e hipernovas que colapsaban por la altísima temperatura a cada segundo. Entonces se dio cuenta de que ese universo ya no se expandía, sino que ahora era devorado por los hoyos negros hipermasivos de las pocas galaxias que quedaban y que, a su vez, devoraban a los menos masivos; y supo que en algún momento reinaría sólo un gran hoyo negro: la singularidad, la Oscuridad Absoluta.
Cautivado por tanta belleza, las lágrimas se le escaparon de sus viejos y agotados ojos, porque había resuelto el misterio del cosmos. La paradoja no existía, porque los universos no se ramificaban hasta el infinito, sino que, conforme se avanzaba a través de ellos, debido a que cada uno era más simple o joven que su predecesor, las ramificaciones disminuían hasta llegar al primer universo que, a su vez, contenía al último. En otras palabras, el cosmos no era lineal, sino más bien un ciclo, un uróboros. Y entonces nombrar a un universo como el primero y a otro como el último, no era valido,
Pero su travesía galáctica todavía no terminaba. Empleando su Ley Unificadora del Cosmos, Leonard van Dyk encontró el camino que debía seguir a través de los hoyos negros para poder llegar a su universo. Emocionado por regresar a casa después de haber viajado al infierno y haber logrado salir de él, y, sobre todo porque el recibimiento por parte de los suyos sería espectacular, y más cuando él develara los conocimientos que poseía, se dirigió adonde debía de estar el Sistema Solar. Sin embargo, al llegar al cuadrante de la Vía Láctea donde se suponía que estaba, vio con escepticismo que el Sol se había convertido en una gigante roja y que había devorado a Mercurio, Venus, la Tierra y Marte, y que sólo quedaban los enormes planetas gaseosos orbitando a su alrededor. Fue a Titán, la luna de Saturno donde se debía de encontrar la colonia humana más distante del astro rey, pero ahí sólo encontró los vestigios de su especie. Se preguntó cómo es que el Sol se había transformado en una gigante roja en tan solo 50 años y, como si le acabaran de quitar una venda de los ojos, comprendió que a su Ley Unificadora del Cosmos se le había escapado un pequeño detalle: conforme se introducía en universos primitivos, el tiempo fluía más lento mientras que en el suyo seguía con su ritmo habitual. Por lo tanto, los 50 años que habían transcurrido para él, en su universo habían sido 50 mil millones de años. Se pensaría entonces que, al estar en los universos más viejos donde el tiempo transcurría más rápido Leonard tendría que haber envejecido de forma acelerada, pero, gracias a que sus nuevos conocimientos le permitían recorrer distancias inimaginables usando los agujeros de gusano intra-universo, el tiempo que estuvo en ellos fue mínimo al igual que sus efectos.
Al borde de la locura, porque parecía que nunca podría vencer al cosmos, Leonard van Dyk levantó vuelo de Titán y, contemplando al Sol con su fulgor rojo, supo cuál era su único destino: había iniciado su odisea en busca de la verdad, para ello había viajado hasta el mismo infierno, hasta la Obscuridad Absoluta, y al igual que el héroe griego que, al ver la luz pensó que ya había salvado a su amor del inframundo, él pensó que ya tenía todo el saber, todas las respuestas, cuando en realidad no estaba ni tantito cerca. Y viendo su rotundo fracaso y dándose cuenta de lo insignificante que era, dirigió a Orpheus hacia el Sol y se consumió en sus llamas.