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06-Sep-2014, 16:20
La programación es y ha sido siempre, a mi entender, la base de la evolución desde sus comienzos. Tanto es así, que la clara programación genética que nos dota de determinada estructura perceptiva y nos permite filtrar el incesante y caótico flujo de estímulos que recibimos, nos moldea hasta el fin de nuestros días.
Es innegable que, al igual que las máquinas, nuestro hardware (cuerpo) nos viene dado forzosamente, y al igual que los robots, nuestro sistema operativo cerebral (mente) responde a circuitos, capacidades y prioridades que quedan fuera de nuestro control personal. En verdad, nadie puede auto-programarse a placer. Nadie puede elegir libremente lo que quiere ser, ni cambiar a su antojo su comportamiento y deseos unilateralmente, cuando le venga en gana. Solamente un contexto circunstancial muy concreto propiciará dichos cambios. Y en todo caso, y quizá lo más importante, de querer y poder cambiar algún aspecto de nuestra personalidad, eso respondería directamente a un deseo condicionado absolutamente por nuestros gustos y apetencias impuestas; unos gustos y preferencias que cada uno tenemos y no hemos elegido, pero que sin embargo, condicionarán por completo nuestra vida al intentar saciar constantemente nuestros apetitos, a la vez que evitamos aquello que nos disgusta.
Así pues, lo placentero será almacenado en nuestra base de datos como una información susceptible de ser repetida, y procuraremos reproducir unos contextos que propicien su gozosa experimentación cuantas más veces mejor; del mismo modo, las experiencias dolorosas también se guardarán en nuestro cerebro, pero esta vez, a modo de apunte alarmante; como experiencias que deben ser evitadas. Y en esta búsqueda por lo afín y repulsa por lo discordante, se enmarca la psique humana. Simple y llanamente.
De este modo, el vanagloriado comportamiento humano que durante siglos ha llevado de cabeza a pensadores de todos los tiempos, parece ser en el fondo bastante básico, y cualquier tecnología avanzada que se precie, eventualmente podría reproducir este tipo de comportamiento simplón.
El elenco de emociones humanas no hace más que maquillar la sencillez elemental de la que se parte, ya que en resumidas cuentas, las emociones son meros datos medibles a los que se ajusta la configuración mental mediante patrones y redes neuronales. De este modo, el amor es atracción (debido a procesos químicos y entrada de datos). Y de modo parecido, el odio es repulsa (debido a procesos químicos también, y a la entrada de más datos).
En ello, se genera una empatía y acercamiento por lo que compartes (que se ajusta a tu sistema operativo y proporciona agrado), o intolerancia por lo que tu configuración mental rechaza (lo que no entiendes ni compartes). Se trata de una simple atracción-repulsión en base a afinidades o carencia de ellas, que se mantendrá en todos los ámbitos emocionales humanos mediante programas y patrones mentales. Y siempre, no lo olvidemos, en función de unas apetencias claramente programadas e impuestas genéticamente.
En el fondo, que sea la naturaleza quien programe nuestra estructura corporal, funcionalidad, gustos y predisposiciones, o nosotros mediante ingeniería genética, es algo que desde un punto de vista imparcial importa poco. Pero el caso es que al interferir en el programa “natural”, pasamos a hablar de la malsonante “manipulación” (algo que por otro lado, venimos haciendo desde que adquirimos conciencia), ya que operarse, por ejemplo, es “manipular” el programa evolutivo “natural”.
No hay que buscarle pues propósitos trascendentes ni misterios a la conducta humana. Somos simplemente robots (o bio-robots, pues somos orgánicos), estructuralmente programados con gustos y capacidades predefinidos, que se reprograman incesantemente mediante interacciones sociales; actualizaciones interactivas de software colectivo. Básicamente, vía “memes”.
Y es que la educación, sin duda, es mera y cruda programación; nos planifican, en definitiva, para responder y satisfacer a las demandas de la sociedad que nos acoge; para que nos acoplemos a ella, y respondamos al rol que nos han dispuesto. Y al igual que robots, se procura que seamos productivos, que suplamos deficiencias, que nuestro comportamiento se ajuste a la norma, y en última instancia, que perpetuemos el modelo reproductivo engendrando más individuos condicionados igualmente por las circunstancias que definieron sus ancestros.
Simplemente, el contexto y circunstancias, en toda su extensión, nos definen; y respondemos a causas mensurables que no por ser difíciles de enmarcar y reproducir, son menos concretas y empíricamente simulables.
Si concebimos el comportamiento humano como algo esencialmente misterioso, místico y espiritual, o que responde a almas transferidas a cuerpos por alguien de naturaleza divina e inescrutable, entonces es imposible encontrar factible el diseño de robots con conciencia humana. Pero si convenimos que los seres humanos respondemos (y hemos respondido siempre) a programación medible y materialmente abarcable, entonces desarrollar máquinas pensantes es meramente una cuestión de tiempo.
En resumidas cuentas, se trata de considerar si la programación biológica a la que hemos estado sometidos desde nuestros inicios, es materialmente reproducible en otros soportes o si, por el contrario, responde a pautas inmateriales que están fuera de nuestra capacidad comprensiva y de manipulación. Y en el hipotético caso de que la conciencia solamente pudiera aflorar a partir de lo orgánico (algo de lo que no hay en principio indicios), como ciborgs siempre podríamos mantener cierto grado de biología indispensable para reproducir funcionalidad pensante.
Así pues, quizá la pregunta obvia sea si con el tiempo transitaremos completamente hacia lo artificial, o si nunca podremos desembarazarnos completamente de lo biológico sin desprendernos de cierta conciencia humana.
En cualquier caso, todas las especies se extinguen con el tiempo si no se transfiguran acorde a los nuevos tiempos, así que no es de extrañar que si queremos perdurar, debamos cambiar nuestra condición irremediablemente para poder sobrevivir y, como es presumible, adentrarnos masivamente al espacio.
:gracias::saludo:
Es innegable que, al igual que las máquinas, nuestro hardware (cuerpo) nos viene dado forzosamente, y al igual que los robots, nuestro sistema operativo cerebral (mente) responde a circuitos, capacidades y prioridades que quedan fuera de nuestro control personal. En verdad, nadie puede auto-programarse a placer. Nadie puede elegir libremente lo que quiere ser, ni cambiar a su antojo su comportamiento y deseos unilateralmente, cuando le venga en gana. Solamente un contexto circunstancial muy concreto propiciará dichos cambios. Y en todo caso, y quizá lo más importante, de querer y poder cambiar algún aspecto de nuestra personalidad, eso respondería directamente a un deseo condicionado absolutamente por nuestros gustos y apetencias impuestas; unos gustos y preferencias que cada uno tenemos y no hemos elegido, pero que sin embargo, condicionarán por completo nuestra vida al intentar saciar constantemente nuestros apetitos, a la vez que evitamos aquello que nos disgusta.
Así pues, lo placentero será almacenado en nuestra base de datos como una información susceptible de ser repetida, y procuraremos reproducir unos contextos que propicien su gozosa experimentación cuantas más veces mejor; del mismo modo, las experiencias dolorosas también se guardarán en nuestro cerebro, pero esta vez, a modo de apunte alarmante; como experiencias que deben ser evitadas. Y en esta búsqueda por lo afín y repulsa por lo discordante, se enmarca la psique humana. Simple y llanamente.
De este modo, el vanagloriado comportamiento humano que durante siglos ha llevado de cabeza a pensadores de todos los tiempos, parece ser en el fondo bastante básico, y cualquier tecnología avanzada que se precie, eventualmente podría reproducir este tipo de comportamiento simplón.
El elenco de emociones humanas no hace más que maquillar la sencillez elemental de la que se parte, ya que en resumidas cuentas, las emociones son meros datos medibles a los que se ajusta la configuración mental mediante patrones y redes neuronales. De este modo, el amor es atracción (debido a procesos químicos y entrada de datos). Y de modo parecido, el odio es repulsa (debido a procesos químicos también, y a la entrada de más datos).
En ello, se genera una empatía y acercamiento por lo que compartes (que se ajusta a tu sistema operativo y proporciona agrado), o intolerancia por lo que tu configuración mental rechaza (lo que no entiendes ni compartes). Se trata de una simple atracción-repulsión en base a afinidades o carencia de ellas, que se mantendrá en todos los ámbitos emocionales humanos mediante programas y patrones mentales. Y siempre, no lo olvidemos, en función de unas apetencias claramente programadas e impuestas genéticamente.
En el fondo, que sea la naturaleza quien programe nuestra estructura corporal, funcionalidad, gustos y predisposiciones, o nosotros mediante ingeniería genética, es algo que desde un punto de vista imparcial importa poco. Pero el caso es que al interferir en el programa “natural”, pasamos a hablar de la malsonante “manipulación” (algo que por otro lado, venimos haciendo desde que adquirimos conciencia), ya que operarse, por ejemplo, es “manipular” el programa evolutivo “natural”.
No hay que buscarle pues propósitos trascendentes ni misterios a la conducta humana. Somos simplemente robots (o bio-robots, pues somos orgánicos), estructuralmente programados con gustos y capacidades predefinidos, que se reprograman incesantemente mediante interacciones sociales; actualizaciones interactivas de software colectivo. Básicamente, vía “memes”.
Y es que la educación, sin duda, es mera y cruda programación; nos planifican, en definitiva, para responder y satisfacer a las demandas de la sociedad que nos acoge; para que nos acoplemos a ella, y respondamos al rol que nos han dispuesto. Y al igual que robots, se procura que seamos productivos, que suplamos deficiencias, que nuestro comportamiento se ajuste a la norma, y en última instancia, que perpetuemos el modelo reproductivo engendrando más individuos condicionados igualmente por las circunstancias que definieron sus ancestros.
Simplemente, el contexto y circunstancias, en toda su extensión, nos definen; y respondemos a causas mensurables que no por ser difíciles de enmarcar y reproducir, son menos concretas y empíricamente simulables.
Si concebimos el comportamiento humano como algo esencialmente misterioso, místico y espiritual, o que responde a almas transferidas a cuerpos por alguien de naturaleza divina e inescrutable, entonces es imposible encontrar factible el diseño de robots con conciencia humana. Pero si convenimos que los seres humanos respondemos (y hemos respondido siempre) a programación medible y materialmente abarcable, entonces desarrollar máquinas pensantes es meramente una cuestión de tiempo.
En resumidas cuentas, se trata de considerar si la programación biológica a la que hemos estado sometidos desde nuestros inicios, es materialmente reproducible en otros soportes o si, por el contrario, responde a pautas inmateriales que están fuera de nuestra capacidad comprensiva y de manipulación. Y en el hipotético caso de que la conciencia solamente pudiera aflorar a partir de lo orgánico (algo de lo que no hay en principio indicios), como ciborgs siempre podríamos mantener cierto grado de biología indispensable para reproducir funcionalidad pensante.
Así pues, quizá la pregunta obvia sea si con el tiempo transitaremos completamente hacia lo artificial, o si nunca podremos desembarazarnos completamente de lo biológico sin desprendernos de cierta conciencia humana.
En cualquier caso, todas las especies se extinguen con el tiempo si no se transfiguran acorde a los nuevos tiempos, así que no es de extrañar que si queremos perdurar, debamos cambiar nuestra condición irremediablemente para poder sobrevivir y, como es presumible, adentrarnos masivamente al espacio.
:gracias::saludo: