Blasero1
10-Aug-2013, 04:40
-¡Juan, están aquí! ¡Los escucho encima! -comunicaba María.
El robot levantó una pierna. Abriéndose la coraza del gemelo, se articularon ruedas en línea sobre la planta del pie. A continuación alzaba la otra pierna, sucediendo lo mismo, e impulsado por la fuerza motriz saltaba en mitad de la calle. Patinó a toda velocidad el asfalto hasta el siguiente cruce y doblando a la izquierda, tras pasar una paralela, salía a la avenida de las Naciones. Giraba la esquina rozando el suelo con la mano y cogía su fusil extraviado. Se acercó con disparos al aire, intentando ahuyentar al nutrido grupo de “Convertidos” que con sus lanzas o hachas de piedras golpeaban al carro de combate, atascado en los contenedores soterrados. Otra multitud, devoraba a la fiera alienígena que habían cazado cuando merodeaba la zona.
-¡Malditos! -exclamó Juan. El robot parado en el sitio, alzaba el arma automática contra los “Convertidos” que le lanzaban una lluvia de flechas, rebotando en el campo de fuerza que le envolvía.
-Juan, por favor, no dispares -comunicaba María- ¡Son humanos cómo nosotros!
-¿Humanos? Sólo veo bestias.
-¿Recuerdas cómo durante cuarenta días llovieron esporas? ¿Y tuviste la fortuna de encontrar resguardo y alimento hasta que cesó? Gran parte de humanidad no tuvo la misma suerte, siendo infectada. Las semillas alienígenas se alimentaron de sus cuerpos, germinando vegetación que afectó el sistema nervioso y neuronal. Algunos de los más prestigiosos científicos coinciden en que las criaturas aún conservan una ínfima parte del recuerdo humano.
-¡No está demostrado! -replicaba Juan- Y bien sabes, que si ahora mismo salieras al exterior te comerían viva.
-¿Y si uno de ellos fuera tú mujer, o tú hijo?
El robot enfundó el arma a la vez que se quedaba en cuclillas. Observaba al “Convertido” femenino, golpeando con su hacha de piedra el escudo de energía que protegía el rostro metálico. En tanto que los demás subidos encima o alrededor, también atacaban.
-¡Fui un cobarde! -el infante mecánico extendía la mano para acariciar el rostro del “Convertido“, pero éste retrocedió, mostrando los dientes, alzaba su arma primitiva en actitud amenazadora- Aquel día, cuando la tormenta oscureció el cielo, estaba de visita en casa de mi madre con el niño, ya que mi esposa trabajaba -contestó- Había bajado a comprar pan, en uno de los chinos del barrio. Al escuchar los gritos en la calle, desde el umbral de la tienda de alimentación pude observar cómo la lluvia de esporas infectaba a los transeúntes. Una mujer asiática con el niño en brazos, entró en el local. Gritaba, enloquecida, al mismo tiempo que las raíces se extendían por todas las venas del cuerpo. A los pocos segundos sustituyó el vello y cuero cabelludo por brotes vegetales, y cuando sus ojos se velaron, dejó caer al bebé “Convertido” en maleza extraterrestre. La mujer entonces se despojaba de sus ropas, mostrando la nueva naturaleza de su desnudez y completada la metamorfosis, atacaba al estupefacto marido, quien tras recibir mordiscos en el cuello, ensangrentado, la golpeaba con una barra metálica cogida del mostrador. Huyó de la tienda perseguido por su familia y yo me quedé sólo, aterrorizado. Sin dudarlo, cerraba la puerta y atrancaba utilizando susodicha barra.
-Lo siento mucho.
-¡No lo sientas! Me olvidé de los seres queridos. Fue el hambre lo que me hizo salir después de consumir todas las existencias de la tienda, y encontrar la gigantesca flora y fauna alíen a cada palmo de tierra, no el afán de ir a buscarles.
El robot se puso en pie, sacudiendo a los “Convertidos” que llevaba encima. Marchó frente al miembro más corpulento de la tribu y golpeando, le lanzaba a la frondosa jungla verde que ocupaban los parques y jardines cercanos. Al momento, los miembros restantes corrían despavoridos a la espesura.
-Juan, el radar alerta de la proximidad de Soldados Arácnidos.
-No tenemos mucho tiempo -contestaba. El robot agarró el cañón del carro blindado. Tirando con todo el peso del cuerpo y ayudado por la poca tracción orugas del vehículo, conseguía sacarlo del hueco.
-¡No funcionan los mandos! ¡Debes hacerlo de forma manual! -exclamaba María, al asomar por la escotilla abierta de la torreta. A continuación salía fuera del vehículo blindado y de pie, junto a la ametralladora ligera, se quitaba el casco.
El robot echó mano de una conexión corporal, extendiendo el cable lo conectaba al tanque. Se articuló entonces la ametralladora pesada, el cañón principal y el secundario para dejar al descubierto ambas recamaras. En aquel momento el infante cogía un proyectil con cabeza nuclear de la cartuchera y lo introducía en la primera, acto seguido, realizaba la misma operación con munición termonuclear en el ánima de menor calibre.
-¡Dios mío! ¿Qué haces? -chillaba María y ante su sorpresa, el robot con su única mano la atrapaba el brazo. Vio como apoyaba la rodilla acorazada en el suelo y del cuerpo expulsaba la silla del piloto.
-A raíz de caer los Meteoritos, la faz de la tierra cambió en apenas un año. Y también todos los seres vivos que lo habitaban -dijo Juan, con la visera del casco levantada- Una vez que las colosales rocas hundieron sus raíces en el lecho marino, brotaron a la superficie las gigantescas plantas polinizadoras con formas de “Chimeneas“, que cómo bien sabes, durante cuarenta día y noches expulsaron esporas. Otros asteroides transportaron organismos marcianos que revivieron al contacto con los océanos, poblando la tierra de fauna extraterrestre -relataba, a la vez que programaba el ordenador balístico y los cañones volvían a su ser.
-¡Loco! ¡Cobarde! ¡Matarás a muchos humanos inocentes!
-¿Humanos? ¡La vegetación los ha consumido! ¡Al igual que a mi mujer e hijo! ¡Como a cada palmo de nuestra tierra!
-Los científicos pronto darán con la vacuna -suplicaba.
-Pero María… -reía y por un momento apartaba la vista de los monitores- Somos lo poco que queda de la OTAN. Y la emboscada de los malditos insectos a nuestra Base Móvil Porta Carros, nos ha diezmado. Hace tiempo que perdimos todo contacto con los demás ejércitos internacionales. Retazos de la humanidad no “Convertida” frente a la nueva raza dominante ¡Estoy harto de vivir así! -exclamaba, al mirar de nuevo el cuadro instrumental- ¿Y los científicos? ¿Recuerdas al médico de la unidad? Se infectó en una incursión en el Parque del Retiro y él mismo se voló la tapa de los sesos horas más tarde.
El carro de combate efectuaba un primer disparo. Tras el ensordecedor estruendo, alzaba los cañones hasta quedar verticales y disparaba el segundo proyectil. Juan se quitó el casco y peinó el cabello con las manos. Después se desabrochó los cinturones de la seguridad al asiento. Desconectada la conexión implantada en su nuca, al sistema nervioso del robot de infantería, Camaleón, saltaba al suelo. Caminó hasta la mujer que atrapada entre los enormes dedos metálicos le maldecía a viva voz, observando las brillantes parábolas de los proyectiles en el cielo hacia los respectivos objetivos; uno de ellos, la planta “Chimenea” que infectaba la zona sur de Madrid y sembraba de vida espacial.
-María… -Juan apretaba un pulsador de la muñeca del robot y los dedos metálicos liberaban a la mujer.
-¡Cerdo! -contestaba con una sonora bofetada- ¡No quiero morir! -volvía a golpear su cara repetidas veces, manchándose las manos de sangre- ¡Yo no he perdido la esperanza! ¡Mi familia está ahí fuera!
-María… tu familia… -mascullaba, protegiéndose la nariz rota- los encontraron…
-¿Qué dices? -detuvo la mano en el aire.
-¿Te acuerdas cuando coincidimos con la unidad Aerotransportada Francesa, en la única pista libre de vegetación del aeropuerto de Barajas? Un francotirador gabacho a cambio de invitarle a café, me pasó información de todos los civiles humanos encontrados en sus diferentes misiones.
-¿Están vivos? -preguntaba, agarrando la pechera del uniforme.
-María, encontraron a tu marido e hijos dentro de un Nido de Arácnidos que protegía la gigantesca flor “Chimenea” en la isla de Lanzarote.
-Pero…
-Me dijo que la muerte por veneno fue instantánea, antes que las criaturas extraterrestres los envolvieran en capullos de seda.
-¡No puede ser! ¡No!
-Tuvieron la suerte de buena parte de la humanidad, al comienzo de la invasión.
-¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora?
-Yo… no quería verte sufrir…
María soltaba la pechera del uniforme y daba varios pasos atrás. Moviendo la cabeza a los lados, murmuraba con los ojos inundados de lágrimas que bajaban por sus mejillas. Entonces al alzar la mirada, encontraba a Juan girado hacia las centenas de colosales arañas de abultados abdomen con tonalidades rojizas, adelantadas a los Soldados Arácnidos y Consortes o guardia personal de la Reina del Nido, bestias aún más temidas que las anteriores por su constitución y corazas orgánicas. Y por primera vez, veía temblar a su compañero encogido en el sitio…
-¡Soldado! -gritó María, pero Juan no la escuchaba- ¡Soldado! -volvía a gritar, esta vez alto y claro.
Juan se volvió para encontrarla realizando el saludo militar y al mirar sus profundos ojos azules, el miedo desapareció. A medida que se erguía sacando pecho, alzó la mano hasta situarla a la altura de la frente y devolver el saludo.
-¡Soldado! -chilló Juan- ¡Ha sido un honor compartir estos años contigo! -a continuación bajaba la mano. La abrazaba, fuerte, muy fuerte.
María vislumbró el hongo nuclear del horizonte. Otro destello encima suya la cegaba, e instantes previos a vaporizarse, los recuerdos cruzaron su mente a velocidades vertiginosas, para darse cuenta que Juan siempre había estado cerca de ella, sin condiciones, desde que el convoy militar les recogió el mismo día.
El robot levantó una pierna. Abriéndose la coraza del gemelo, se articularon ruedas en línea sobre la planta del pie. A continuación alzaba la otra pierna, sucediendo lo mismo, e impulsado por la fuerza motriz saltaba en mitad de la calle. Patinó a toda velocidad el asfalto hasta el siguiente cruce y doblando a la izquierda, tras pasar una paralela, salía a la avenida de las Naciones. Giraba la esquina rozando el suelo con la mano y cogía su fusil extraviado. Se acercó con disparos al aire, intentando ahuyentar al nutrido grupo de “Convertidos” que con sus lanzas o hachas de piedras golpeaban al carro de combate, atascado en los contenedores soterrados. Otra multitud, devoraba a la fiera alienígena que habían cazado cuando merodeaba la zona.
-¡Malditos! -exclamó Juan. El robot parado en el sitio, alzaba el arma automática contra los “Convertidos” que le lanzaban una lluvia de flechas, rebotando en el campo de fuerza que le envolvía.
-Juan, por favor, no dispares -comunicaba María- ¡Son humanos cómo nosotros!
-¿Humanos? Sólo veo bestias.
-¿Recuerdas cómo durante cuarenta días llovieron esporas? ¿Y tuviste la fortuna de encontrar resguardo y alimento hasta que cesó? Gran parte de humanidad no tuvo la misma suerte, siendo infectada. Las semillas alienígenas se alimentaron de sus cuerpos, germinando vegetación que afectó el sistema nervioso y neuronal. Algunos de los más prestigiosos científicos coinciden en que las criaturas aún conservan una ínfima parte del recuerdo humano.
-¡No está demostrado! -replicaba Juan- Y bien sabes, que si ahora mismo salieras al exterior te comerían viva.
-¿Y si uno de ellos fuera tú mujer, o tú hijo?
El robot enfundó el arma a la vez que se quedaba en cuclillas. Observaba al “Convertido” femenino, golpeando con su hacha de piedra el escudo de energía que protegía el rostro metálico. En tanto que los demás subidos encima o alrededor, también atacaban.
-¡Fui un cobarde! -el infante mecánico extendía la mano para acariciar el rostro del “Convertido“, pero éste retrocedió, mostrando los dientes, alzaba su arma primitiva en actitud amenazadora- Aquel día, cuando la tormenta oscureció el cielo, estaba de visita en casa de mi madre con el niño, ya que mi esposa trabajaba -contestó- Había bajado a comprar pan, en uno de los chinos del barrio. Al escuchar los gritos en la calle, desde el umbral de la tienda de alimentación pude observar cómo la lluvia de esporas infectaba a los transeúntes. Una mujer asiática con el niño en brazos, entró en el local. Gritaba, enloquecida, al mismo tiempo que las raíces se extendían por todas las venas del cuerpo. A los pocos segundos sustituyó el vello y cuero cabelludo por brotes vegetales, y cuando sus ojos se velaron, dejó caer al bebé “Convertido” en maleza extraterrestre. La mujer entonces se despojaba de sus ropas, mostrando la nueva naturaleza de su desnudez y completada la metamorfosis, atacaba al estupefacto marido, quien tras recibir mordiscos en el cuello, ensangrentado, la golpeaba con una barra metálica cogida del mostrador. Huyó de la tienda perseguido por su familia y yo me quedé sólo, aterrorizado. Sin dudarlo, cerraba la puerta y atrancaba utilizando susodicha barra.
-Lo siento mucho.
-¡No lo sientas! Me olvidé de los seres queridos. Fue el hambre lo que me hizo salir después de consumir todas las existencias de la tienda, y encontrar la gigantesca flora y fauna alíen a cada palmo de tierra, no el afán de ir a buscarles.
El robot se puso en pie, sacudiendo a los “Convertidos” que llevaba encima. Marchó frente al miembro más corpulento de la tribu y golpeando, le lanzaba a la frondosa jungla verde que ocupaban los parques y jardines cercanos. Al momento, los miembros restantes corrían despavoridos a la espesura.
-Juan, el radar alerta de la proximidad de Soldados Arácnidos.
-No tenemos mucho tiempo -contestaba. El robot agarró el cañón del carro blindado. Tirando con todo el peso del cuerpo y ayudado por la poca tracción orugas del vehículo, conseguía sacarlo del hueco.
-¡No funcionan los mandos! ¡Debes hacerlo de forma manual! -exclamaba María, al asomar por la escotilla abierta de la torreta. A continuación salía fuera del vehículo blindado y de pie, junto a la ametralladora ligera, se quitaba el casco.
El robot echó mano de una conexión corporal, extendiendo el cable lo conectaba al tanque. Se articuló entonces la ametralladora pesada, el cañón principal y el secundario para dejar al descubierto ambas recamaras. En aquel momento el infante cogía un proyectil con cabeza nuclear de la cartuchera y lo introducía en la primera, acto seguido, realizaba la misma operación con munición termonuclear en el ánima de menor calibre.
-¡Dios mío! ¿Qué haces? -chillaba María y ante su sorpresa, el robot con su única mano la atrapaba el brazo. Vio como apoyaba la rodilla acorazada en el suelo y del cuerpo expulsaba la silla del piloto.
-A raíz de caer los Meteoritos, la faz de la tierra cambió en apenas un año. Y también todos los seres vivos que lo habitaban -dijo Juan, con la visera del casco levantada- Una vez que las colosales rocas hundieron sus raíces en el lecho marino, brotaron a la superficie las gigantescas plantas polinizadoras con formas de “Chimeneas“, que cómo bien sabes, durante cuarenta día y noches expulsaron esporas. Otros asteroides transportaron organismos marcianos que revivieron al contacto con los océanos, poblando la tierra de fauna extraterrestre -relataba, a la vez que programaba el ordenador balístico y los cañones volvían a su ser.
-¡Loco! ¡Cobarde! ¡Matarás a muchos humanos inocentes!
-¿Humanos? ¡La vegetación los ha consumido! ¡Al igual que a mi mujer e hijo! ¡Como a cada palmo de nuestra tierra!
-Los científicos pronto darán con la vacuna -suplicaba.
-Pero María… -reía y por un momento apartaba la vista de los monitores- Somos lo poco que queda de la OTAN. Y la emboscada de los malditos insectos a nuestra Base Móvil Porta Carros, nos ha diezmado. Hace tiempo que perdimos todo contacto con los demás ejércitos internacionales. Retazos de la humanidad no “Convertida” frente a la nueva raza dominante ¡Estoy harto de vivir así! -exclamaba, al mirar de nuevo el cuadro instrumental- ¿Y los científicos? ¿Recuerdas al médico de la unidad? Se infectó en una incursión en el Parque del Retiro y él mismo se voló la tapa de los sesos horas más tarde.
El carro de combate efectuaba un primer disparo. Tras el ensordecedor estruendo, alzaba los cañones hasta quedar verticales y disparaba el segundo proyectil. Juan se quitó el casco y peinó el cabello con las manos. Después se desabrochó los cinturones de la seguridad al asiento. Desconectada la conexión implantada en su nuca, al sistema nervioso del robot de infantería, Camaleón, saltaba al suelo. Caminó hasta la mujer que atrapada entre los enormes dedos metálicos le maldecía a viva voz, observando las brillantes parábolas de los proyectiles en el cielo hacia los respectivos objetivos; uno de ellos, la planta “Chimenea” que infectaba la zona sur de Madrid y sembraba de vida espacial.
-María… -Juan apretaba un pulsador de la muñeca del robot y los dedos metálicos liberaban a la mujer.
-¡Cerdo! -contestaba con una sonora bofetada- ¡No quiero morir! -volvía a golpear su cara repetidas veces, manchándose las manos de sangre- ¡Yo no he perdido la esperanza! ¡Mi familia está ahí fuera!
-María… tu familia… -mascullaba, protegiéndose la nariz rota- los encontraron…
-¿Qué dices? -detuvo la mano en el aire.
-¿Te acuerdas cuando coincidimos con la unidad Aerotransportada Francesa, en la única pista libre de vegetación del aeropuerto de Barajas? Un francotirador gabacho a cambio de invitarle a café, me pasó información de todos los civiles humanos encontrados en sus diferentes misiones.
-¿Están vivos? -preguntaba, agarrando la pechera del uniforme.
-María, encontraron a tu marido e hijos dentro de un Nido de Arácnidos que protegía la gigantesca flor “Chimenea” en la isla de Lanzarote.
-Pero…
-Me dijo que la muerte por veneno fue instantánea, antes que las criaturas extraterrestres los envolvieran en capullos de seda.
-¡No puede ser! ¡No!
-Tuvieron la suerte de buena parte de la humanidad, al comienzo de la invasión.
-¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora?
-Yo… no quería verte sufrir…
María soltaba la pechera del uniforme y daba varios pasos atrás. Moviendo la cabeza a los lados, murmuraba con los ojos inundados de lágrimas que bajaban por sus mejillas. Entonces al alzar la mirada, encontraba a Juan girado hacia las centenas de colosales arañas de abultados abdomen con tonalidades rojizas, adelantadas a los Soldados Arácnidos y Consortes o guardia personal de la Reina del Nido, bestias aún más temidas que las anteriores por su constitución y corazas orgánicas. Y por primera vez, veía temblar a su compañero encogido en el sitio…
-¡Soldado! -gritó María, pero Juan no la escuchaba- ¡Soldado! -volvía a gritar, esta vez alto y claro.
Juan se volvió para encontrarla realizando el saludo militar y al mirar sus profundos ojos azules, el miedo desapareció. A medida que se erguía sacando pecho, alzó la mano hasta situarla a la altura de la frente y devolver el saludo.
-¡Soldado! -chilló Juan- ¡Ha sido un honor compartir estos años contigo! -a continuación bajaba la mano. La abrazaba, fuerte, muy fuerte.
María vislumbró el hongo nuclear del horizonte. Otro destello encima suya la cegaba, e instantes previos a vaporizarse, los recuerdos cruzaron su mente a velocidades vertiginosas, para darse cuenta que Juan siempre había estado cerca de ella, sin condiciones, desde que el convoy militar les recogió el mismo día.