Blasero1
08-Aug-2013, 15:37
-¡Unidad acorazada número 13! ¿Me recibe alguien?
El robot de combate estaba oculto en la espesura vegetal que cubría el portal del edificio, en ruinas y abandonado al igual que toda la manzana, tras el coche enraizado de maleza y las cortinas de plantas trepadoras que caían de los balcones. Aferraba el cuchillo, pues el fusil de asalto lo había extraviado en la emboscada. Sus sensores registraban exactamente dónde se hallaba, pero aún era demasiado pronto para recogerlo, recibía datos confusos y debía valorar la situación antes de tomar cualquier decisión.
Al apartar las raíces con sigilo, escuchó la explosión de otro carro de combate. Pronto atisbaba la columna de humo más allá de las colosales plantas que coronaban los edificios de enfrente, también la bandada de aves extraterrestres espantadas de los numerosos nidos en los tallos. Muchos años atrás, éstas extinguieron a las especies autóctonas, asimismo cualquier ser humano u animal que encontraran al paso, ya que las repelentes criaturas voladoras, semejantes a descomunales sanguijuelas con patas, plumas, y alas de considerable tamaño, mostraron un apetito voraz por cualquier forma de vida terrestre.
-¡Aquí número 13! ¿Hay alguien? -volvía a repetir.
-Alek, me han alcanzado, necesito ayuda…
-Galya, dame tu posición -contestó, cuando las interferencias interrumpieron la emisión.
-El vehículo tiene muchos daños y la baliza no funciona. ¡Dios mío, me persiguen y cada vez están más cerca! -gritaba, cortándose la comunicación.
Alek se levantaba la visera del casco, conectado al sistema nervioso del robot de Infantería, Camaleón. Sentado en las entrañas de la máquina, accedía a los controles manuales al desaparecer la holografía y presionaba el botón de emergencia. Al mismo tiempo que el exoesqueleto se agachaba y apoyaba una rodilla en la acera verdosa, las placas metálicas del habitáculo se articularon sucesivamente hasta abrirse el omóplato acorazado, expulsando el asiento con el cuadro de mandos, descubría al piloto.
Alek, liberó los anclajes de seguridad del traje, se quitó el casco, y saltó al suelo. Abriendo una cartuchera del cinturón del robot, cogía una bengala. Se asomó con cautela para ver que la calle estuviera despejada, pero al respirar el aire fresco y sentir el leve escozor de ojos por la luminosidad del día, se dio cuenta del tiempo que llevaba encerrado en la máquina de guerra. Por un instante, observó embelesado las plantas trepadoras y vegetación extraterrestre que cubrían todo. Y las gigantescas mariposas de infinitos colores, revoloteando alrededor de grandiosas flores. Entonces alzó el tubo, tirando de la anilla, el cohete salía disparado al cielo. Sin embargo cuando éste caía brillante, un ruido característico le hizo estremecer y subir apresurado a la espalda del infante, para ocupar el sitio de nuevo.
-¡Perros de caza! -exclamó, cuando el asiento del piloto se introdujo en la máquina bélica y las corazas se cerraron tras de sí, dibujando el número 13- Sin duda, del Nido -susurraba- ¿Qué esperabas? ¡Has tenido que desactivar el camuflaje y descubrir tu posición!
La calle pronto fue tomada por criaturas de morfología arácnida, adelantadas a otra de mayor tamaño, que las dirigía desde la retaguardia.
-¡Malditos bichos!
Lanzó rapidísimos puñetazos y el acero de los nudillos impactaba de lleno en las primeras criaturas que mostrando las fauces se abalanzaron sobre el robot, estrellándolas reventadas contra la pared o suelo. Esquivaba los ataques de las siguientes, mientras su cuchillo seccionaba los abultados abdómenes de tonalidades rojizas, realizó quiebros y piruetas imposibles en poco espacio, con el fin de evadir la fina seda que tejían de las arañas en cada salto, porque podían cercarle si dejaba de moverse. Al aproximarse el soldado arácnido, todos los bichos yacían en un charco de fluidos pringosos.
-¿Galya, me recibes?
Aquel, era un adversario temible. Su fuerza sobrenatural y coraza orgánica resultaban extraordinarias. Sin su arma de fuego, Juan tenía pocas posibilidades de sobrevivir al enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
-El vehículo está atorado en el hueco de los contenedores soterrados -respondía.
-¿Viste la bengala? ¿Me podrías orientar? -comunicaba.
El infante robot echó mano del poso mohoso de la puerta, del portal número 7, pero en el amago de abrir para huir al interior, un sentimiento de rabia se apoderó de Alek, disipando cualquier miedo. Lo lógico hubiera sido escapar, pero era un barrio conocido. Si, dónde vivieron sus padres y tantas veces fue de visita, y ahora, por circunstancias de la misión militar, estaba allí. No quería escapar. Sentía la necesidad de honrar a los fantasmas del pasado, aunque le costara la vida.
-Estoy cerca de la Fuente de las Escaleras -escuchaba por el audio, al mismo tiempo que el robot corría hacia la corpulenta criatura de punzante coraza.
La máquina bélica dio un pequeño salto y girando, lanzaba una patada al rostro del oponente. Sin embargo, el talón metálico sólo encontró aire. Al apoyar el pie, un golpe lo barría y perdía el equilibrio, entonces el soldado arácnido le asestaba un fortísimo contragolpe que le lanzaba contra un ventanal del edificio de enfrente.
-¡Maldito bicho! -exclamó, y por un breve instante, recordó a la gentil dueña del bar y los cafés que tomaba, cinco años atrás.
El robot estaba empotrado en el servicio del pequeño establecimiento, entre escombros y restos del mostrador destrozado, cuando el arácnido súbitamente apareció delante y lo levantó sobre sí, para estrellarlo contra la pared. Traspasando el portal del edificio, demolía la pared del local contiguo y se golpeaba en el suelo de parquet. El robot puesto en pie, aferraba una barra metálica en cada mano. Los espejos de las paredes, máquinas y pesas tiradas por el suelo, incluso la recepción con la expendedora de alimentos o bebidas, o la vitrina aún con productos energéticos, parcialmente cubiertos de la flora alíen, delataban la rapidez del abandono del gimnasio cuando la nube de esporas muy tóxicas, llegó al Municipio de Fuenlabrada.
-¡Análisis de daños! -ordenaba Alek. A través de la visera digital del casco, veía con los ojos del robot, cómo si él mismo estuviera frente a su oponente humanoide. El chequeo validaba todos los sistemas operativos del infante, a excepción del escudo electromagnético que le protegía. En realidad, los golpes no habían tocado su armadura de forma directa, se amortiguaron en la energía que fluctuaba sobre ésta cómo una segunda piel. Sin embargo la dureza de los impactos, repercutió en el Generador, al límite de su capacidad.
El robot, tomó la iniciativa del combate. Amagando una barra, con la otra atacaba al pequeño cráneo de pronunciada mandíbula y múltiples ojos oscuros, poblado de grandes púas cristalinas que caían por la espalda. Pero el metal se doblaba en el antebrazo del soldado arácnido, interpuesto a velocidad sobrenatural. Acto seguido, bloqueaba de nuevo y su coraza orgánica también retorcía la segunda barra encima suya.
-¿Sigues ahí? -interfería Galya, con tono angustiado.
-¡Dios! -maldecía Alek, observando el brazo del robot en el suelo, el arácnido se relamía las garras retráctiles de los huesudos dedos- ¡Los sensores ni siquiera han captado el movimiento de ataque!
El infante soltaba la barra retorcida y extendía la única mano al frente. El humanoide se acercó despacio, hasta situar su horrible rostro ante los dedos abiertos que acumulaban energía en la esfera luminosa.
-¡Vamos, amigo, todo a una baza! -gritó, desafiante- ¡Derivando el flujo del Generador!
La esfera de plasma alteraba el espacio y tiempo, deformando la realidad del entorno. Al súbito impulso de energía, hubo un fortísimo estruendo. La criatura arácnida aguantaba la posición, a medida que los edificios se desintegraban tras de sí. La onda de choque lo empujaba lentamente, cuando su punzante coraza orgánica se despedazaba. De repente, salió disparado con los escombros, en el preciso instante que desapareció la esfera lumínica y quedaron los dedos del robot al rojo vivo y humeante.
-¡Protocolo de emergencia! -solicitaba Alek- ¡Genial, no tengo escudo! ¿Galya, me recibes?
-Alek, las bestias no se van. Están hambrientas y no me atrevo a salir del vehículo. Puede que hayan llamado la atención de los Convertidos.
-No te muevas, voy enseguida -calmaba, entretanto caían pedazos del edificio aún pie, el resto de la manzana se amontonaba en la explanada, arrasada por la onda de choque.
Hubo una explosión, lanzando cascotes por los aires. De la polvareda, surgía el soldado arácnido caminando hacia el robot.
El robot, sin dudar entonces corrió al portal número 7. Debido a su estatura, subía agachado las estrechas escaleras sin hueco del ascensor. Al pasar la primera planta y encontrar la puerta abierta del único piso, vio el mueble del recibidor con figuras mohosas. El descolorido cuadro de la pared, con el marco podrido y enraizado de plantas a la lámpara colgante. Continuó, perseguido por el ruido característico de las gigantescas arañas extraterrestres. Sus dedos metálicos atravesaron la puerta entreabierta del segundo piso, arrancada de cuajo, se dio la media vuelta y empujó a los arácnidos que le pisaban los talones, para amontonarlos en el rellano de las escaleras. Con grandes zancadas llegaba el último piso… tan familiar… Sin darse cuenta, perdía los preciados segundos aventajados al detenerse y contemplar la casa de sus padres, años antes que se estrellaran los meteoritos en el mar cantábrico, contaminando el planeta Tierra. Localizó el tragaluz del techo, por el cual accedía a la buhardilla y tejado de uralita, cuando la antena de la comunidad dio problemas. Saltando, atravesaba la techumbre y caía encima de las plantas trepadoras, próximo al nido de una pareja de "sanguijuelas” con las alas extendidas, que después de mostrar las fauces alzaron el vuelo y dejaron al descubierto el lecho de esqueletos humanos.
El robot echó mano de la cartuchera y cogió una granada de implosión solar. Tras quitar la anilla con la boca, la tiraba al hueco que hubo dejado en el tejado.
-¡Tres…! -contaba Alek, mientras el robot flexionaba las piernas, hasta apoyar su única mano en el verdor- ¡Dos…! -saltaba con todas sus fuerzas y alcanzaba mucha altura, a su vez que el estallido generaba una pequeña estrella incandescente. Cuando llegó al punto más alto del impulso, el infante giraba sobre sí, con las piernas juntas y el brazo pegado al cuerpo- ¡Uno…! -por un breve instante, permaneció suspendido en el aire a un palmo de las turbulencias caloríficas, observando tanto a la materia y al soldado arácnido que había saltado detrás con las garras extendidas, como las demás criaturas, deshaciéndose rápidamente- ¡Cero…! -la radiación desapareció y el robot cayó de pie, en el cráter de lava solidificada.
El robot de combate estaba oculto en la espesura vegetal que cubría el portal del edificio, en ruinas y abandonado al igual que toda la manzana, tras el coche enraizado de maleza y las cortinas de plantas trepadoras que caían de los balcones. Aferraba el cuchillo, pues el fusil de asalto lo había extraviado en la emboscada. Sus sensores registraban exactamente dónde se hallaba, pero aún era demasiado pronto para recogerlo, recibía datos confusos y debía valorar la situación antes de tomar cualquier decisión.
Al apartar las raíces con sigilo, escuchó la explosión de otro carro de combate. Pronto atisbaba la columna de humo más allá de las colosales plantas que coronaban los edificios de enfrente, también la bandada de aves extraterrestres espantadas de los numerosos nidos en los tallos. Muchos años atrás, éstas extinguieron a las especies autóctonas, asimismo cualquier ser humano u animal que encontraran al paso, ya que las repelentes criaturas voladoras, semejantes a descomunales sanguijuelas con patas, plumas, y alas de considerable tamaño, mostraron un apetito voraz por cualquier forma de vida terrestre.
-¡Aquí número 13! ¿Hay alguien? -volvía a repetir.
-Alek, me han alcanzado, necesito ayuda…
-Galya, dame tu posición -contestó, cuando las interferencias interrumpieron la emisión.
-El vehículo tiene muchos daños y la baliza no funciona. ¡Dios mío, me persiguen y cada vez están más cerca! -gritaba, cortándose la comunicación.
Alek se levantaba la visera del casco, conectado al sistema nervioso del robot de Infantería, Camaleón. Sentado en las entrañas de la máquina, accedía a los controles manuales al desaparecer la holografía y presionaba el botón de emergencia. Al mismo tiempo que el exoesqueleto se agachaba y apoyaba una rodilla en la acera verdosa, las placas metálicas del habitáculo se articularon sucesivamente hasta abrirse el omóplato acorazado, expulsando el asiento con el cuadro de mandos, descubría al piloto.
Alek, liberó los anclajes de seguridad del traje, se quitó el casco, y saltó al suelo. Abriendo una cartuchera del cinturón del robot, cogía una bengala. Se asomó con cautela para ver que la calle estuviera despejada, pero al respirar el aire fresco y sentir el leve escozor de ojos por la luminosidad del día, se dio cuenta del tiempo que llevaba encerrado en la máquina de guerra. Por un instante, observó embelesado las plantas trepadoras y vegetación extraterrestre que cubrían todo. Y las gigantescas mariposas de infinitos colores, revoloteando alrededor de grandiosas flores. Entonces alzó el tubo, tirando de la anilla, el cohete salía disparado al cielo. Sin embargo cuando éste caía brillante, un ruido característico le hizo estremecer y subir apresurado a la espalda del infante, para ocupar el sitio de nuevo.
-¡Perros de caza! -exclamó, cuando el asiento del piloto se introdujo en la máquina bélica y las corazas se cerraron tras de sí, dibujando el número 13- Sin duda, del Nido -susurraba- ¿Qué esperabas? ¡Has tenido que desactivar el camuflaje y descubrir tu posición!
La calle pronto fue tomada por criaturas de morfología arácnida, adelantadas a otra de mayor tamaño, que las dirigía desde la retaguardia.
-¡Malditos bichos!
Lanzó rapidísimos puñetazos y el acero de los nudillos impactaba de lleno en las primeras criaturas que mostrando las fauces se abalanzaron sobre el robot, estrellándolas reventadas contra la pared o suelo. Esquivaba los ataques de las siguientes, mientras su cuchillo seccionaba los abultados abdómenes de tonalidades rojizas, realizó quiebros y piruetas imposibles en poco espacio, con el fin de evadir la fina seda que tejían de las arañas en cada salto, porque podían cercarle si dejaba de moverse. Al aproximarse el soldado arácnido, todos los bichos yacían en un charco de fluidos pringosos.
-¿Galya, me recibes?
Aquel, era un adversario temible. Su fuerza sobrenatural y coraza orgánica resultaban extraordinarias. Sin su arma de fuego, Juan tenía pocas posibilidades de sobrevivir al enfrentamiento cuerpo a cuerpo.
-El vehículo está atorado en el hueco de los contenedores soterrados -respondía.
-¿Viste la bengala? ¿Me podrías orientar? -comunicaba.
El infante robot echó mano del poso mohoso de la puerta, del portal número 7, pero en el amago de abrir para huir al interior, un sentimiento de rabia se apoderó de Alek, disipando cualquier miedo. Lo lógico hubiera sido escapar, pero era un barrio conocido. Si, dónde vivieron sus padres y tantas veces fue de visita, y ahora, por circunstancias de la misión militar, estaba allí. No quería escapar. Sentía la necesidad de honrar a los fantasmas del pasado, aunque le costara la vida.
-Estoy cerca de la Fuente de las Escaleras -escuchaba por el audio, al mismo tiempo que el robot corría hacia la corpulenta criatura de punzante coraza.
La máquina bélica dio un pequeño salto y girando, lanzaba una patada al rostro del oponente. Sin embargo, el talón metálico sólo encontró aire. Al apoyar el pie, un golpe lo barría y perdía el equilibrio, entonces el soldado arácnido le asestaba un fortísimo contragolpe que le lanzaba contra un ventanal del edificio de enfrente.
-¡Maldito bicho! -exclamó, y por un breve instante, recordó a la gentil dueña del bar y los cafés que tomaba, cinco años atrás.
El robot estaba empotrado en el servicio del pequeño establecimiento, entre escombros y restos del mostrador destrozado, cuando el arácnido súbitamente apareció delante y lo levantó sobre sí, para estrellarlo contra la pared. Traspasando el portal del edificio, demolía la pared del local contiguo y se golpeaba en el suelo de parquet. El robot puesto en pie, aferraba una barra metálica en cada mano. Los espejos de las paredes, máquinas y pesas tiradas por el suelo, incluso la recepción con la expendedora de alimentos o bebidas, o la vitrina aún con productos energéticos, parcialmente cubiertos de la flora alíen, delataban la rapidez del abandono del gimnasio cuando la nube de esporas muy tóxicas, llegó al Municipio de Fuenlabrada.
-¡Análisis de daños! -ordenaba Alek. A través de la visera digital del casco, veía con los ojos del robot, cómo si él mismo estuviera frente a su oponente humanoide. El chequeo validaba todos los sistemas operativos del infante, a excepción del escudo electromagnético que le protegía. En realidad, los golpes no habían tocado su armadura de forma directa, se amortiguaron en la energía que fluctuaba sobre ésta cómo una segunda piel. Sin embargo la dureza de los impactos, repercutió en el Generador, al límite de su capacidad.
El robot, tomó la iniciativa del combate. Amagando una barra, con la otra atacaba al pequeño cráneo de pronunciada mandíbula y múltiples ojos oscuros, poblado de grandes púas cristalinas que caían por la espalda. Pero el metal se doblaba en el antebrazo del soldado arácnido, interpuesto a velocidad sobrenatural. Acto seguido, bloqueaba de nuevo y su coraza orgánica también retorcía la segunda barra encima suya.
-¿Sigues ahí? -interfería Galya, con tono angustiado.
-¡Dios! -maldecía Alek, observando el brazo del robot en el suelo, el arácnido se relamía las garras retráctiles de los huesudos dedos- ¡Los sensores ni siquiera han captado el movimiento de ataque!
El infante soltaba la barra retorcida y extendía la única mano al frente. El humanoide se acercó despacio, hasta situar su horrible rostro ante los dedos abiertos que acumulaban energía en la esfera luminosa.
-¡Vamos, amigo, todo a una baza! -gritó, desafiante- ¡Derivando el flujo del Generador!
La esfera de plasma alteraba el espacio y tiempo, deformando la realidad del entorno. Al súbito impulso de energía, hubo un fortísimo estruendo. La criatura arácnida aguantaba la posición, a medida que los edificios se desintegraban tras de sí. La onda de choque lo empujaba lentamente, cuando su punzante coraza orgánica se despedazaba. De repente, salió disparado con los escombros, en el preciso instante que desapareció la esfera lumínica y quedaron los dedos del robot al rojo vivo y humeante.
-¡Protocolo de emergencia! -solicitaba Alek- ¡Genial, no tengo escudo! ¿Galya, me recibes?
-Alek, las bestias no se van. Están hambrientas y no me atrevo a salir del vehículo. Puede que hayan llamado la atención de los Convertidos.
-No te muevas, voy enseguida -calmaba, entretanto caían pedazos del edificio aún pie, el resto de la manzana se amontonaba en la explanada, arrasada por la onda de choque.
Hubo una explosión, lanzando cascotes por los aires. De la polvareda, surgía el soldado arácnido caminando hacia el robot.
El robot, sin dudar entonces corrió al portal número 7. Debido a su estatura, subía agachado las estrechas escaleras sin hueco del ascensor. Al pasar la primera planta y encontrar la puerta abierta del único piso, vio el mueble del recibidor con figuras mohosas. El descolorido cuadro de la pared, con el marco podrido y enraizado de plantas a la lámpara colgante. Continuó, perseguido por el ruido característico de las gigantescas arañas extraterrestres. Sus dedos metálicos atravesaron la puerta entreabierta del segundo piso, arrancada de cuajo, se dio la media vuelta y empujó a los arácnidos que le pisaban los talones, para amontonarlos en el rellano de las escaleras. Con grandes zancadas llegaba el último piso… tan familiar… Sin darse cuenta, perdía los preciados segundos aventajados al detenerse y contemplar la casa de sus padres, años antes que se estrellaran los meteoritos en el mar cantábrico, contaminando el planeta Tierra. Localizó el tragaluz del techo, por el cual accedía a la buhardilla y tejado de uralita, cuando la antena de la comunidad dio problemas. Saltando, atravesaba la techumbre y caía encima de las plantas trepadoras, próximo al nido de una pareja de "sanguijuelas” con las alas extendidas, que después de mostrar las fauces alzaron el vuelo y dejaron al descubierto el lecho de esqueletos humanos.
El robot echó mano de la cartuchera y cogió una granada de implosión solar. Tras quitar la anilla con la boca, la tiraba al hueco que hubo dejado en el tejado.
-¡Tres…! -contaba Alek, mientras el robot flexionaba las piernas, hasta apoyar su única mano en el verdor- ¡Dos…! -saltaba con todas sus fuerzas y alcanzaba mucha altura, a su vez que el estallido generaba una pequeña estrella incandescente. Cuando llegó al punto más alto del impulso, el infante giraba sobre sí, con las piernas juntas y el brazo pegado al cuerpo- ¡Uno…! -por un breve instante, permaneció suspendido en el aire a un palmo de las turbulencias caloríficas, observando tanto a la materia y al soldado arácnido que había saltado detrás con las garras extendidas, como las demás criaturas, deshaciéndose rápidamente- ¡Cero…! -la radiación desapareció y el robot cayó de pie, en el cráter de lava solidificada.