ricardocabe
24-Jun-2013, 04:54
Suenan las alarmas en la plaza de los artistas. Viejas canciones de Chyntek salen de los parlantes a mi lado llenando las aceras frías con las voces de promesas perdidas. A su vez, decenas de muchachos con crestas rojas inclinan su cabeza sobre el piso entrelazando sus manos con los conductos electrónicos de sus tatuajes. Se hacen llamar Nanotechs; simbiontes tecnológicos de la estética deprimente y penetrante. Algunos alcanzan a llorar por el universo entero mientras se desploman sobre las baldosas convulsionando, gritando o gimiendo. Ellos son lo más ´Nano´, lo más cool. Los beats sincopados del Chyntek resuenan atronadores en el brumoso aire nocturno, como una ecuación siniestra, que contrasta con los grises adoquines de la plaza.
Los crestas rojas adquieren ahora un aire intelectual muy sombrío. El dolor se imprime en sus rostros blancuzcos. Sus cerebros se encuentran conectados a bases de datos donde son catalogados los matices de su anticlímax emocional; el ritual de Bo Dell-air en el espacio del desconcierto. Asombro, miedo, confusión, apatía. La resonancia de las mentes al unísono y el gesto de desprecio ante quienes no puedan comprender lo magnifico de su miseria. Complejos diseños recorren las venas de sus brazos, en diagramas electrónicos instantáneos como las manchas de un pez marino.
Ahora, las pantallas moleculares de sus Holo-5 proyectan estrofas de poemas antiguos; oraciones dolorosas que los crestas rojas repiten con una voz neutra y opaca en medio del pandemónium sonoro del Chyntek:
Sobre la suave espalda de pálidos nublados,
Moribunda, se entrega a lánguidas visiones,
Y pasea sus ojos, apenas desmayados,
Por el azul que arde en bellas floraciones.
Yo soy viejo, pero muy poco Nano. Raras veces tengo lágrimas, o algo inteligente que decir. Me aparto disgustado de los Crestas Rojas y sus Holo-5 tratando de evitar las miradas inquisidoras, que me siguen mientras camino hacia la antigua avenida Caracas. Afortunadamente no hay que temer violencia alguna por parte de ellos. Sus cabezas están atiborradas de PSB y de otros depresores corticales, que modulan sus emociones y deseos. Me limito a esquivar los voluminosos cuerpos de latex perdidos entre las alegorías melodramáticas del ciberespacio y sus terminaciones nerviosas. A mi alrededor, el paisaje recuerda un camposanto primitivo con cuerpos de hombres y mujeres desparramados por el suelo en castas posiciones.
Mi casa queda a 3 cuadras del Parque del Triangulo Neón en la avenida de la Adicción Occidental, frente a las ruinas oxidadas de una estación de Transmilenio. La antigua Caracas con 45 epicentro de bares de salsa y restaurantes malolientes, donde prosperaba el crimen organizado y la mala música. Aún así, siento nostalgia por los viejos tiempos.
Entro a mi casa asqueado. Las pantallas sintonizan el canal del Furor Quantiko. Una voz saciada repite ¨Somos como aterrados neutrinos orbitando la calidez de un agujero de Einstein–Rosen. Nuestras plegarias de amor llenan las galaxias, se expanden hacia el vacío de los multiversos atareados. ¨ Intento sintonizar algo diferente, pero en los 835 canales de mi servidor se proyectan estupideces similares y slogans de la Corporación del Hombre Triste ¨ser inteligente y melancólico es cool¨, ¨el futuro es de los deprimidos¨ ¨¡No al fascismo de la felicidad!¨ ¨La sonrisa es para los borregos y los vulgares¨. La plaga ya llega a las colonias lunares, a las bases en Marte: ¨Universe and Sadness in Expansion: join the NASA¨. La constante de Bo-Dell-Air invade el mundo. Lo impregna.
Busco efedrina en la alacena. Pastillas rojas y anaranjadas que rápidamente desaparecen en mi garganta seca. Cierro las ventanas y bajo el volumen del sistema. Nubes automáticas de memorias comienzan a delinearse en mi mente. Pienso en la ciudad. Antes, mucho antes de los crestas rojas y su parafernalia: una fria ciudad de páramo, vanal y seductora.
Bo-Dell-Air no existía más que como un rumor de la red; algo que se mencionaba en algunos tweets marginales, relativo a experimentos topográficos sobre los patrones mentales de ciclotímicos y autistas. Poca cosa comparada con los torneos de futbol, la crisis económica o el último Reality de la televisión. Era a comienzos de siglo más o menos.
Luego de algunos meses, este rumor se convirtió en el principal trending topic de las comunidades virtuales. La creación de un nuevo cerebro -o mejor aún-, de una nueva mentalidad, que reafirmaría el triunfo de lo intelectual sobre el insípido hedonismo de la cultura de masas.
Miles se presentaron como voluntarios de estos mapas mentales: actores, escritores pintores, individuos vanguardistas cansados de su humanidad… incluso aquel genio de las instalaciones y el performance que recién acababa de triunfar en la bienal de Venecia. Poco tiempo después las compañías farmacéuticas se adueñaron del proyecto; había posibilidades inconmensurables para llegar a comprender las estructuras cerebrales de la conciencia y de sus trastornos -decían-. El Human Mental Protocol Baudelaire, recibió todo el apoyo de la OMS y de numerosos gobiernos. Algunos hackers graciosos comenzaron a llamarlo simplemente ¨Bo-Dell-Air¨, por que el protocolo era una ¨solución tecnológica para los problemas de las mentes enajenadas y poéticas¨. Puro spam cultural.
Con el tiempo, las técnicas de mapeo cerebral, de tomografía por positrones junto con la proteómica neuronal, consiguieron replicar los patrones mentales de algunos escritorzuelos adictos a las anfetaminas. Era un producto fácil de empacar y de vender. Millones de personas, ávidas de nuevas sensaciones se lanzaron a su consumo masivo. Poco después se descubrió que el suministro permanente de PSB sobre las regiones corticales del cerebro, mediante nanovesículas acopladas al receptor de Manosa-6-fosfato garantizaban un estado de permanente de depresión, junto con una mayor creatividad y aprehensión del mundo. Solo necesitabas un catéter bajo el lóbulo temporal para sentirte como un genio incomprendido. Así pues, los crestas rojas comenzaron a multiplicarse como bacterias estomacales; niños autistas entregados a la comunión universal con las nuevas tecnologías, en perpetua contradicción con el mundo hedonista y aburrido del que yo provenía. Los conozco bien: yo trabaje en el proyecto que consolidó su existencia.
Ahora amanece. Al fondo aparece la sombra de Monserrate, como el último vestigio de realidad en este paisaje holográfico y pixelado. Una línea amarilla difusa emerge en el horizonte, mientras el rumor del Chyntek va desapareciendo lentamente. El festival de los Nanos ha terminado.
Apago las pantallas. Desconecto el sistema. Quedo a solas con mi viejo Ipod, mientras las anticuadas melodías de Pearl Jam llenan la atmósfera con un melancólico bienestar de duermevela. Afuera, los crestas rojas regresaran a sus sucios cuartos atiborrados de cables y de redundantes epifanías. No escucho sus voces de protesta contra la cálida mañana y el cielo gilipollas que fracasa con todo el peso de su insignificancia.
Una voz suave canta:
Thoughts arrive like butterflies
Oh, he don't know, so he chases them away
Someday yet, he'll begin his life again
Life again, life again...
Quiero más efedrina.
Los crestas rojas adquieren ahora un aire intelectual muy sombrío. El dolor se imprime en sus rostros blancuzcos. Sus cerebros se encuentran conectados a bases de datos donde son catalogados los matices de su anticlímax emocional; el ritual de Bo Dell-air en el espacio del desconcierto. Asombro, miedo, confusión, apatía. La resonancia de las mentes al unísono y el gesto de desprecio ante quienes no puedan comprender lo magnifico de su miseria. Complejos diseños recorren las venas de sus brazos, en diagramas electrónicos instantáneos como las manchas de un pez marino.
Ahora, las pantallas moleculares de sus Holo-5 proyectan estrofas de poemas antiguos; oraciones dolorosas que los crestas rojas repiten con una voz neutra y opaca en medio del pandemónium sonoro del Chyntek:
Sobre la suave espalda de pálidos nublados,
Moribunda, se entrega a lánguidas visiones,
Y pasea sus ojos, apenas desmayados,
Por el azul que arde en bellas floraciones.
Yo soy viejo, pero muy poco Nano. Raras veces tengo lágrimas, o algo inteligente que decir. Me aparto disgustado de los Crestas Rojas y sus Holo-5 tratando de evitar las miradas inquisidoras, que me siguen mientras camino hacia la antigua avenida Caracas. Afortunadamente no hay que temer violencia alguna por parte de ellos. Sus cabezas están atiborradas de PSB y de otros depresores corticales, que modulan sus emociones y deseos. Me limito a esquivar los voluminosos cuerpos de latex perdidos entre las alegorías melodramáticas del ciberespacio y sus terminaciones nerviosas. A mi alrededor, el paisaje recuerda un camposanto primitivo con cuerpos de hombres y mujeres desparramados por el suelo en castas posiciones.
Mi casa queda a 3 cuadras del Parque del Triangulo Neón en la avenida de la Adicción Occidental, frente a las ruinas oxidadas de una estación de Transmilenio. La antigua Caracas con 45 epicentro de bares de salsa y restaurantes malolientes, donde prosperaba el crimen organizado y la mala música. Aún así, siento nostalgia por los viejos tiempos.
Entro a mi casa asqueado. Las pantallas sintonizan el canal del Furor Quantiko. Una voz saciada repite ¨Somos como aterrados neutrinos orbitando la calidez de un agujero de Einstein–Rosen. Nuestras plegarias de amor llenan las galaxias, se expanden hacia el vacío de los multiversos atareados. ¨ Intento sintonizar algo diferente, pero en los 835 canales de mi servidor se proyectan estupideces similares y slogans de la Corporación del Hombre Triste ¨ser inteligente y melancólico es cool¨, ¨el futuro es de los deprimidos¨ ¨¡No al fascismo de la felicidad!¨ ¨La sonrisa es para los borregos y los vulgares¨. La plaga ya llega a las colonias lunares, a las bases en Marte: ¨Universe and Sadness in Expansion: join the NASA¨. La constante de Bo-Dell-Air invade el mundo. Lo impregna.
Busco efedrina en la alacena. Pastillas rojas y anaranjadas que rápidamente desaparecen en mi garganta seca. Cierro las ventanas y bajo el volumen del sistema. Nubes automáticas de memorias comienzan a delinearse en mi mente. Pienso en la ciudad. Antes, mucho antes de los crestas rojas y su parafernalia: una fria ciudad de páramo, vanal y seductora.
Bo-Dell-Air no existía más que como un rumor de la red; algo que se mencionaba en algunos tweets marginales, relativo a experimentos topográficos sobre los patrones mentales de ciclotímicos y autistas. Poca cosa comparada con los torneos de futbol, la crisis económica o el último Reality de la televisión. Era a comienzos de siglo más o menos.
Luego de algunos meses, este rumor se convirtió en el principal trending topic de las comunidades virtuales. La creación de un nuevo cerebro -o mejor aún-, de una nueva mentalidad, que reafirmaría el triunfo de lo intelectual sobre el insípido hedonismo de la cultura de masas.
Miles se presentaron como voluntarios de estos mapas mentales: actores, escritores pintores, individuos vanguardistas cansados de su humanidad… incluso aquel genio de las instalaciones y el performance que recién acababa de triunfar en la bienal de Venecia. Poco tiempo después las compañías farmacéuticas se adueñaron del proyecto; había posibilidades inconmensurables para llegar a comprender las estructuras cerebrales de la conciencia y de sus trastornos -decían-. El Human Mental Protocol Baudelaire, recibió todo el apoyo de la OMS y de numerosos gobiernos. Algunos hackers graciosos comenzaron a llamarlo simplemente ¨Bo-Dell-Air¨, por que el protocolo era una ¨solución tecnológica para los problemas de las mentes enajenadas y poéticas¨. Puro spam cultural.
Con el tiempo, las técnicas de mapeo cerebral, de tomografía por positrones junto con la proteómica neuronal, consiguieron replicar los patrones mentales de algunos escritorzuelos adictos a las anfetaminas. Era un producto fácil de empacar y de vender. Millones de personas, ávidas de nuevas sensaciones se lanzaron a su consumo masivo. Poco después se descubrió que el suministro permanente de PSB sobre las regiones corticales del cerebro, mediante nanovesículas acopladas al receptor de Manosa-6-fosfato garantizaban un estado de permanente de depresión, junto con una mayor creatividad y aprehensión del mundo. Solo necesitabas un catéter bajo el lóbulo temporal para sentirte como un genio incomprendido. Así pues, los crestas rojas comenzaron a multiplicarse como bacterias estomacales; niños autistas entregados a la comunión universal con las nuevas tecnologías, en perpetua contradicción con el mundo hedonista y aburrido del que yo provenía. Los conozco bien: yo trabaje en el proyecto que consolidó su existencia.
Ahora amanece. Al fondo aparece la sombra de Monserrate, como el último vestigio de realidad en este paisaje holográfico y pixelado. Una línea amarilla difusa emerge en el horizonte, mientras el rumor del Chyntek va desapareciendo lentamente. El festival de los Nanos ha terminado.
Apago las pantallas. Desconecto el sistema. Quedo a solas con mi viejo Ipod, mientras las anticuadas melodías de Pearl Jam llenan la atmósfera con un melancólico bienestar de duermevela. Afuera, los crestas rojas regresaran a sus sucios cuartos atiborrados de cables y de redundantes epifanías. No escucho sus voces de protesta contra la cálida mañana y el cielo gilipollas que fracasa con todo el peso de su insignificancia.
Una voz suave canta:
Thoughts arrive like butterflies
Oh, he don't know, so he chases them away
Someday yet, he'll begin his life again
Life again, life again...
Quiero más efedrina.