Nieves Delgado
13-Nov-2012, 12:26
Os dejo aquí lo que es la primera versión de un artículo que estoy escribiendo para una revista. En principio iba a ser el definitivo, pero al final voy a ampliarlo, así que si creéis que esta primera versión puede servir para la revista, adelante. El definitivo no lo tendré hasta dentro de un tiempito.
Esta vez lo he subido en PDF.
(Tampoco sé si debe ir en la sección "ciencia", pero bueno...)
TRANSHUMANISMO
Orígenes
El ser humano, como cualquier otra especie del planeta, está sometido a los designios de la evolución biológica, ese proceso que nos va cambiando y propiciando que seamos capaces de adaptarnos razonablemente al entorno. Pero nuestra especie, por primera vez en la historia del planeta, ha alcanzado un nivel tal de complejidad que puede plantearse un nuevo mecanismo de avance; la evolución dirigida y consciente. En este momento histórico en el que estamos, somos capaces de manipular tecnológicamente nuestro propio ADN y en muy poco tiempo podríamos, si quisiéramos, configurarnos a nosotros mismos y decidir hacia dónde queremos dirigir nuestro destino. Sería el primer paso evolutivo capaz de trascender a la propia naturaleza y estaría impulsado por una simbiosis profunda entre organismo biológico y tecnología. El resultado sería un ser humano “mejorado”, un posthumano liberado ya de la tiranía de los designios de las leyes naturales.
Tales son las premisas del movimiento filosófico e intelectual llamado transhumanismo (simbolizado como H+, homo plus), cuyo origen se sitúa en un texto, “Nuevas botellas para vino nuevo”, escrito en 1957 por Julian Huxley, biólogo británico y hermano del famoso escritor Aldous Huxley. En él se puede leer: "La especie humana puede, si así quiere, transcenderse a sí misma, no sólo enteramente, un individuo aquí de una manera, otro individuo allá de otra manera, sino también en su integridad, como humanidad. Necesitamos un nombre para esa nueva creencia. Quizás transhumanismo puede servir: el hombre sigue siendo hombre, pero trascendiéndose a sí mismo, realizando nuevas posibilidades de, y para, su naturaleza humana."
Pocos avances experimentó esta idea hasta los años 80, en que tuvo lugar la primera reunión oficial de transhumanistas en la Universidad de California, que pasaría a ser el centro neurálgico del movimiento. A partir de aquí, y espoleado por nuevos y excitantes avances como la nanotecnología o la criogénesis, el movimiento se va extendiendo hasta que finalmente se funda la World Transhumanism Association (WTA), que lucha en foros internacionales por el reconocimiento de la legitimidad de los ideales transhumanistas. En 1999, la asociación redacta y aprueba la Declaración Transhumanista, un manifiesto que recoge los principios básicos de este novedoso sistema de pensamiento. Partiendo de esas premisas, son hoy en día varias las asociaciones de alcance internacional, algunas de ellas con intereses biotecnológicos en juego, que propugnan y defienden los ideales transhumanistas.
Objetivos
Pero, ¿cómo se concibe el cambio evolutivo que debemos llevar a cabo para convertirnos en posthumanos? El fin último es transformar al ser humano aumentando sus capacidades físicas e intelectuales y minimizando aspectos de su existencia que pudieran resultar penosos o indeseables, como la enfermedad o la propia muerte. Así, los transhumanistas no dudan en echar mano de los últimos avances tecnológicos, incluidos aquellos más controvertidos como la ingeniería genética, para propiciar un cambio profundo en nuestra manera de percibir el mundo. El aumento de la longevidad, la memoria y la inteligencia, así como la eliminación de enfermedades y defectos físicos mediante la implantación de chips y prótesis en el cuerpo y la erradicación de genes defectuosos, transformarán al humano convencional en un ser con unas capacidades tan enormemente ampliadas que podrá gestionar su destino de una manera totalmente eficiente y, según aseguran, mucho más humana. Un tiempo de vida prolongado (se habla de cientos de años) o directamente ilimitado, supondrá un potencial de aprendizaje muy superior al actual, mientras que la ampliación de las capacidades intelectuales traerá como consecuencia una mejor gestión de los estados mentales y emocionales y, en consecuencia, una profundización en la consciencia de lo intrínsecamente humano. El ser posthumano será trascedente en todos los sentidos.
Raymond Kurzweil
El transhumanismo, como cualquier otro movimiento intelectual, también tiene sus gurús. El principal de ellos es Raymond Kurzweil, un científico estadounidense licenciado en Ciencias de la Computación y especializado en Inteligencia Artificial cuyo trabajo en este campo se basa en la “Ley de los rendimientos acelerados”; según esta ley, el avance tecnológico se está produciendo en la actualidad no de una manera lineal, sino exponencial (es decir, muy acelerada), lo cual nos llevará a alcanzar en el plazo de unos pocos años un punto que él llama “la singularidad” y que será crucial para la evolución de la especie humana.
Esta ley no es más que la extrapolación de la famosa Ley de Moore, que describe un patrón de crecimiento exponencial en la complejidad de los circuitos integrados, y según la cual aproximadamente cada dos años se duplica la velocidad de procesamiento de un ordenador. Según Kurzweil, esta característica de crecimiento acelerado, que él amplía a todo el conjunto de la tecnología, nos llevará hasta un momento concreto, la singularidad (que él sitúa sobre el año 2050), que será el punto de ruptura con el antiguo ser humano; en ese momento, la Humanidad habrá conseguido el progreso tecnológico y el nivel de creación de conocimiento necesarios para trascenderse a sí misma y acceder a un nuevo estadio evolutivo.
Debate
Los ideales transhumanistas son a menudo simplificados y caricaturizados como la “robotización” del ser humano, no en vano las principales críticas al movimiento surgen de la posible deshumanización que este proceso conllevaría. Los sectores más conservadores cuestionan la modificación del estado natural de la especie en sí mismo y advierten ante la aplicación de una eugenesia activa en la población como un alejamiento de esa esencia de humanidad.
Pero lo cierto es que desde siempre el ser humano ha buscado mejorar sus condiciones de vida modificándose a sí mismo y a su entorno, y surgen entonces cuestiones de índole moral difíciles de resolver; porque, ¿acaso no es manipulación de la naturaleza el uso masivo de vacunas, pongamos por caso? Y en otro orden de cosas, ¿es realmente ético no hacer ciertas intervenciones que paliarían situaciones de sufrimiento para algunos individuos? Supongamos, por ejemplo, que sabemos que un feto tiene un gen defectuoso que le va a acarrear un cierto retraso mental; ¿de verdad deberíamos dejar que la naturaleza siguiera su curso aun cuando pudiéramos tecnológicamente desechar ese gen e insertar uno sano en el ADN del feto? Y si aceptamos esto como éticamente válido, ¿dónde ponemos la barrera? ¿por debajo de un coeficiente intelectual de 70 (considerado el límite del retraso mental) estaría permitido pero para un coeficiente de 72 no? ¿por qué? ¿y por qué no aprovechar los avances que la tecnología nos ofrece para elevar el coeficiente mental de toda la población?
Este tipo de planteamientos ponen en contraposición dos éticas muy diferentes; la ética de la no intervención, que aboga por una comunión más íntima con la naturaleza y que deja entrever una cierta identificación del ser humano con su organismo biológico, frente a la ética de la intervención activa, que defiende la obligación moral de paliar el sufrimiento y mejorar las condiciones de vida a través de todos los medios posibles, incluida la tecnología. Ambas cuentan con acérrimos defensores y detractores, y responden a filosofías de vida diametralmente opuestas.
Surgen también otros aspectos cuestionables a partir de la teoría transhumanista, como la posible acentuación de la estratificación social al no ser la tecnología accesible económicamente a toda la población por igual. Son muchas las novelas de ciencia ficción que advierten sobre este peligro dibujando un paisaje distópico en el que las personas más acomodadas de la sociedad son las que gozan de ciertos privilegios accesibles solo a través del poder económico, como por ejemplo la inmortalidad. Y también hay numerosas llamadas de advertencia sobre una posible explotación del ser humano en base a la consecución de nuevos entes como clones y cyborgs, o sobre la utilización de la tecnología como instrumento de eugenesia en aras de la búsqueda de una nueva “raza superior” mediante la selección genética. Son muchos los frentes abiertos en el horizonte del transhumanismo y muy rápidos los cambios sociales que están propiciando los avances tecnológicos. Tal vez estemos en un momento crucial en el que debamos elegir entre coger un tren o dejarlo pasar de largo.
Transhumanismo y ciencia ficción
A pesar del profundo calado de los planteamientos transhumanistas, la literatura de ciencia ficción no se ha visto impregnada por sus postulados tanto como podría parecer a priori. Y cuando aparece alguna pincelada, es siempre en el contexto de un futuro profundamente distópico y perturbador, como sucede con el subgénero cyberpunk, principal heredero de los planteamientos transhumanistas. Cyborgs atormentados, humanos sin emociones y máquinas dominantes son los principales elementos de estas obras, sin duda reflejo de las objeciones de la sociedad ante los adelantos tecnológicos y sus aplicaciones en humanos.
No obstante, y aunque hay varias novelas que sí rozan el tema en algún momento, existe un reducido número de obras que lo tratan más o menos directamente; Homo Plus (1976) de Frederick Pohl, Ciudad Permutación (1994) y Diáspora (1997) de Greg Egan y Cismatrix (1985) de Bruce Sterling, son buena muestra de ello. Más extendida está la estética transhumanista en el cine, donde la interacción entre humanos y máquinas suele dar como resultado un espectáculo visual bastante llamativo; películas como Blade Runner, Gattaca y The Matrix, e incluso alguna rareza anime como Ghost in the Shell, bordean el tema pero sin llegar a abordarlo de lleno.
Tal vez esta escasez de obras que recojan el pensamiento transhumanista no es más que el reflejo de un cierto desinterés hacia el tema. Pero si la Ley de Moore se sigue cumpliendo como hasta el momento y el progreso tecnológico tiene lugar al ritmo que predice la Ley de los rendimientos acelerados, tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a cuestiones de esta índole y, necesariamente, el debate se trasladará al ámbito social.
Esta vez lo he subido en PDF.
(Tampoco sé si debe ir en la sección "ciencia", pero bueno...)
TRANSHUMANISMO
Orígenes
El ser humano, como cualquier otra especie del planeta, está sometido a los designios de la evolución biológica, ese proceso que nos va cambiando y propiciando que seamos capaces de adaptarnos razonablemente al entorno. Pero nuestra especie, por primera vez en la historia del planeta, ha alcanzado un nivel tal de complejidad que puede plantearse un nuevo mecanismo de avance; la evolución dirigida y consciente. En este momento histórico en el que estamos, somos capaces de manipular tecnológicamente nuestro propio ADN y en muy poco tiempo podríamos, si quisiéramos, configurarnos a nosotros mismos y decidir hacia dónde queremos dirigir nuestro destino. Sería el primer paso evolutivo capaz de trascender a la propia naturaleza y estaría impulsado por una simbiosis profunda entre organismo biológico y tecnología. El resultado sería un ser humano “mejorado”, un posthumano liberado ya de la tiranía de los designios de las leyes naturales.
Tales son las premisas del movimiento filosófico e intelectual llamado transhumanismo (simbolizado como H+, homo plus), cuyo origen se sitúa en un texto, “Nuevas botellas para vino nuevo”, escrito en 1957 por Julian Huxley, biólogo británico y hermano del famoso escritor Aldous Huxley. En él se puede leer: "La especie humana puede, si así quiere, transcenderse a sí misma, no sólo enteramente, un individuo aquí de una manera, otro individuo allá de otra manera, sino también en su integridad, como humanidad. Necesitamos un nombre para esa nueva creencia. Quizás transhumanismo puede servir: el hombre sigue siendo hombre, pero trascendiéndose a sí mismo, realizando nuevas posibilidades de, y para, su naturaleza humana."
Pocos avances experimentó esta idea hasta los años 80, en que tuvo lugar la primera reunión oficial de transhumanistas en la Universidad de California, que pasaría a ser el centro neurálgico del movimiento. A partir de aquí, y espoleado por nuevos y excitantes avances como la nanotecnología o la criogénesis, el movimiento se va extendiendo hasta que finalmente se funda la World Transhumanism Association (WTA), que lucha en foros internacionales por el reconocimiento de la legitimidad de los ideales transhumanistas. En 1999, la asociación redacta y aprueba la Declaración Transhumanista, un manifiesto que recoge los principios básicos de este novedoso sistema de pensamiento. Partiendo de esas premisas, son hoy en día varias las asociaciones de alcance internacional, algunas de ellas con intereses biotecnológicos en juego, que propugnan y defienden los ideales transhumanistas.
Objetivos
Pero, ¿cómo se concibe el cambio evolutivo que debemos llevar a cabo para convertirnos en posthumanos? El fin último es transformar al ser humano aumentando sus capacidades físicas e intelectuales y minimizando aspectos de su existencia que pudieran resultar penosos o indeseables, como la enfermedad o la propia muerte. Así, los transhumanistas no dudan en echar mano de los últimos avances tecnológicos, incluidos aquellos más controvertidos como la ingeniería genética, para propiciar un cambio profundo en nuestra manera de percibir el mundo. El aumento de la longevidad, la memoria y la inteligencia, así como la eliminación de enfermedades y defectos físicos mediante la implantación de chips y prótesis en el cuerpo y la erradicación de genes defectuosos, transformarán al humano convencional en un ser con unas capacidades tan enormemente ampliadas que podrá gestionar su destino de una manera totalmente eficiente y, según aseguran, mucho más humana. Un tiempo de vida prolongado (se habla de cientos de años) o directamente ilimitado, supondrá un potencial de aprendizaje muy superior al actual, mientras que la ampliación de las capacidades intelectuales traerá como consecuencia una mejor gestión de los estados mentales y emocionales y, en consecuencia, una profundización en la consciencia de lo intrínsecamente humano. El ser posthumano será trascedente en todos los sentidos.
Raymond Kurzweil
El transhumanismo, como cualquier otro movimiento intelectual, también tiene sus gurús. El principal de ellos es Raymond Kurzweil, un científico estadounidense licenciado en Ciencias de la Computación y especializado en Inteligencia Artificial cuyo trabajo en este campo se basa en la “Ley de los rendimientos acelerados”; según esta ley, el avance tecnológico se está produciendo en la actualidad no de una manera lineal, sino exponencial (es decir, muy acelerada), lo cual nos llevará a alcanzar en el plazo de unos pocos años un punto que él llama “la singularidad” y que será crucial para la evolución de la especie humana.
Esta ley no es más que la extrapolación de la famosa Ley de Moore, que describe un patrón de crecimiento exponencial en la complejidad de los circuitos integrados, y según la cual aproximadamente cada dos años se duplica la velocidad de procesamiento de un ordenador. Según Kurzweil, esta característica de crecimiento acelerado, que él amplía a todo el conjunto de la tecnología, nos llevará hasta un momento concreto, la singularidad (que él sitúa sobre el año 2050), que será el punto de ruptura con el antiguo ser humano; en ese momento, la Humanidad habrá conseguido el progreso tecnológico y el nivel de creación de conocimiento necesarios para trascenderse a sí misma y acceder a un nuevo estadio evolutivo.
Debate
Los ideales transhumanistas son a menudo simplificados y caricaturizados como la “robotización” del ser humano, no en vano las principales críticas al movimiento surgen de la posible deshumanización que este proceso conllevaría. Los sectores más conservadores cuestionan la modificación del estado natural de la especie en sí mismo y advierten ante la aplicación de una eugenesia activa en la población como un alejamiento de esa esencia de humanidad.
Pero lo cierto es que desde siempre el ser humano ha buscado mejorar sus condiciones de vida modificándose a sí mismo y a su entorno, y surgen entonces cuestiones de índole moral difíciles de resolver; porque, ¿acaso no es manipulación de la naturaleza el uso masivo de vacunas, pongamos por caso? Y en otro orden de cosas, ¿es realmente ético no hacer ciertas intervenciones que paliarían situaciones de sufrimiento para algunos individuos? Supongamos, por ejemplo, que sabemos que un feto tiene un gen defectuoso que le va a acarrear un cierto retraso mental; ¿de verdad deberíamos dejar que la naturaleza siguiera su curso aun cuando pudiéramos tecnológicamente desechar ese gen e insertar uno sano en el ADN del feto? Y si aceptamos esto como éticamente válido, ¿dónde ponemos la barrera? ¿por debajo de un coeficiente intelectual de 70 (considerado el límite del retraso mental) estaría permitido pero para un coeficiente de 72 no? ¿por qué? ¿y por qué no aprovechar los avances que la tecnología nos ofrece para elevar el coeficiente mental de toda la población?
Este tipo de planteamientos ponen en contraposición dos éticas muy diferentes; la ética de la no intervención, que aboga por una comunión más íntima con la naturaleza y que deja entrever una cierta identificación del ser humano con su organismo biológico, frente a la ética de la intervención activa, que defiende la obligación moral de paliar el sufrimiento y mejorar las condiciones de vida a través de todos los medios posibles, incluida la tecnología. Ambas cuentan con acérrimos defensores y detractores, y responden a filosofías de vida diametralmente opuestas.
Surgen también otros aspectos cuestionables a partir de la teoría transhumanista, como la posible acentuación de la estratificación social al no ser la tecnología accesible económicamente a toda la población por igual. Son muchas las novelas de ciencia ficción que advierten sobre este peligro dibujando un paisaje distópico en el que las personas más acomodadas de la sociedad son las que gozan de ciertos privilegios accesibles solo a través del poder económico, como por ejemplo la inmortalidad. Y también hay numerosas llamadas de advertencia sobre una posible explotación del ser humano en base a la consecución de nuevos entes como clones y cyborgs, o sobre la utilización de la tecnología como instrumento de eugenesia en aras de la búsqueda de una nueva “raza superior” mediante la selección genética. Son muchos los frentes abiertos en el horizonte del transhumanismo y muy rápidos los cambios sociales que están propiciando los avances tecnológicos. Tal vez estemos en un momento crucial en el que debamos elegir entre coger un tren o dejarlo pasar de largo.
Transhumanismo y ciencia ficción
A pesar del profundo calado de los planteamientos transhumanistas, la literatura de ciencia ficción no se ha visto impregnada por sus postulados tanto como podría parecer a priori. Y cuando aparece alguna pincelada, es siempre en el contexto de un futuro profundamente distópico y perturbador, como sucede con el subgénero cyberpunk, principal heredero de los planteamientos transhumanistas. Cyborgs atormentados, humanos sin emociones y máquinas dominantes son los principales elementos de estas obras, sin duda reflejo de las objeciones de la sociedad ante los adelantos tecnológicos y sus aplicaciones en humanos.
No obstante, y aunque hay varias novelas que sí rozan el tema en algún momento, existe un reducido número de obras que lo tratan más o menos directamente; Homo Plus (1976) de Frederick Pohl, Ciudad Permutación (1994) y Diáspora (1997) de Greg Egan y Cismatrix (1985) de Bruce Sterling, son buena muestra de ello. Más extendida está la estética transhumanista en el cine, donde la interacción entre humanos y máquinas suele dar como resultado un espectáculo visual bastante llamativo; películas como Blade Runner, Gattaca y The Matrix, e incluso alguna rareza anime como Ghost in the Shell, bordean el tema pero sin llegar a abordarlo de lleno.
Tal vez esta escasez de obras que recojan el pensamiento transhumanista no es más que el reflejo de un cierto desinterés hacia el tema. Pero si la Ley de Moore se sigue cumpliendo como hasta el momento y el progreso tecnológico tiene lugar al ritmo que predice la Ley de los rendimientos acelerados, tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a cuestiones de esta índole y, necesariamente, el debate se trasladará al ámbito social.