Emisario
09-Oct-2012, 02:23
Una Opción para relatos:
FANZINE PORTAL CYF
MULTIVERSO Fedor Yanine
MULTIVERSO
Sentado en el borde del soñoliento lago, John Sheldy miraba lontananza en aparente quietud emocional. Su vista recorría la orilla yerma e interrumpida sólo por manchones verdes que a la distancia, parecían haber sido pintados a brocha gorda.
Acopios de tristeza, resolución y resignación se mezclaron desordenados en su mente.
“Lo lamento, Doctor Sheldy, no pudimos salvarla, llegamos tarde, las lesiones eran demasiado graves... demasiado extensas.”
Le había informado escueto el jefe de guardia mientras extendía tímidamente su mano y le entregaba un pequeño mensaje-acrílico.
“Lo ha grabado antes de morir, es para usted, me ha pedido que se lo entregue en persona. Lo lamento en verdad...”
Sheldy cerró sus ojos y se llevó la mano al bolsillo. No pudo ver cómo, a esas horas, la otra orilla comenzaba lentamente a desdibujarse mientras los domos habitacionales que la poblaban encendían sus luces: pequeños fogonazos de origen subatómico volvían a definir el ya caliginoso límite acuífero.
Su mente aún intentó, por unos instantes, negar los hechos; sin embargo, su sentido del tacto le confirmó que el mensaje era real. Para cuando los volvió a abrir, la misiva ya se encontraba en su mano. Inspiró con suavidad y, a pesar del dolor, la activó con un suave toque digital. De inmediato, el pequeño artefacto rectangular perdió su transparencia mientras la agónica imagen de Laura decía entre suspiros:
“Sé muy bien cuanto me amas, John… ¿sabrás perdonarme por abandonarte? Te pido, mi amor, que no te mortifiques. No hay nada que hubieses podido hacer para evitarlo. Ha sido el destino, o como tú sueles decir: una paradoja existencial, no lo sé...
Siento una oscura fuerza que me apaga y me arrastra lejos de aquí. Me siento perdida, ¿acaso son ésas hojas de otoño, las que dibujan tu rostro en el cielo? Caen lento, caen muertas, como mis recuerdos de verano.
Aférrate a la vida, John; recuerda con valor pero olvida. Vive, ríe y si puedes... ama. Ama con pasión, que si está escrito, si ha de ser, será. Cómo quisiera volver a verte, cuánto quisiera besarte por última vez...”
En medio de un día aparentemente ordinario, un pequeño alisio salió a pasear. Había nacido de improviso, hacía poco, producto de un delta barométrico no muy lejos de allí. Recorrió lleno de ingenuidad extensos valles de exuberantes colores otoñales que, desde arriba, parecían estar cortados por turbulentas navajas plateadas enmarcadas por erguidos verdes que se agolpaban en sus orillas. Voló cerca de empinadas laderas, las rodeó desordenado e irresoluto para luego escalar un monte cercano hasta encontrarse con sus hermanas mayores, las corrientes ascendentes. Jugueteó, se arremolinó y expandió con ellas hasta convertirse en un pequeño vendaval. El sol brillaba y le agitaba sin cesar mientras su espíritu crecía y crecía al tiempo que se colmaba de energía. Rugió colina abajo con aplomo y madurez agitando a su paso el pelaje de aquel lobo que se ladeó en su contra mientras le cruzaba; arrancó vetustas hojas carmesí del vigoroso olmo y desestabilizó el vuelo de aquella magnífica ave que chirrió sorprendida pero orgullosa. Bajó, subió y volvió a bajar. Tanto bajó en el último vaivén, que sin percatarse fue aspirado por el sistema de ventilación de la moderna aeronave que yacía posada en medio de la pradera. Avanzó —ahora ya sin poder evitarlo—, por medio de intrincadas tuberías deteniéndose solo al final, tras cruzar un filtro e ingresar a una extraña habitación. En ella, tres seres discutían en torno a un mapa tridimensional situado sobre la mesa que les convocaba. La luz provenía de las paredes y un zumbido suave —parecido al que había escuchado cerca de un enjambre de abejas—, llenaba el ambiente. Extraño sonido que sólo se atenuó cuando uno de los seres habló:
—Ahora, les pido que dirijan su atención hacia éste sector de la periferia galáctica. Los puntos amarillos representan a los planetas aún estables y los rojos a los que se han... desvanecido. Todos desviaron su atención hacia la magnífica representación. La galaxia se mostraba en miniatura con pasmosa claridad.
—¡Es imposible! –exclamó Dars mientras sus ojos se clavaron en Triffus; su planeta natal. Vio con tristeza como éste pasaba de un amarillo suave a un color más bien anaranjado, el cual dio lentamente paso a un lacerante rojo muerte. Su rostro lloró en silencio por los millones de rostros que acababan de desaparecer.
—Tranquilo, Dars, el dolor desaparecerá pronto, cuando los olvides.
—¡No quiero olvidarlos! ¡Debemos hacer algo! Debemos... revertirlo.
—Debes tranquilizarte –insistió Roe en un tono fraternal mientras apoyaba con suavidad una mano sobre su hombro—, al desaparecer de esta realidad, desaparecerán también de tu memoria, pronto les olvidarás y dejarás de sufrir, ya lo verás.
—¡Maldición, Roe! ¿Es que no lo comprendes? ¡Yo mismo también me desvaneceré! ¡Mis ancestros, por la gran nova! ¡Mis ancestros ya no existen...!
—Sucederá con retraso, aún disponemos de algún tiempo. No eres el único sin origen. —¡Lo sé! Lo sé... —respondió tembloroso Dars mientras activaba su cuenta regresiva. —¡Cuarenta y ocho horas! Vocalizó un pequeño reloj de pulgar.
—¿Qué ha dicho SIRA-3900 al respecto?
—Su último informe habla de una falla disruptiva en el espacio tiempo. No se ha podido establecer el origen de esta, sin embargo y al parecer, podría provenir de la Tierra —aclaró Hurkie, el más joven de los presentes y que hasta ahora había permanecido en silencio.
—¿Desde la Tierra? ¿es por eso que nos has traído hasta aquí Hurkie?
—Así es, hemos de localizar el vórtice y sellarlo, si lo conseguimos, de seguro bastará para detener el fenómeno, o al menos eso creemos. Aunque, lamentablemente, no va a ser tan sencillo como parecía al principio.
—¿Qué dices... por qué no?
—El quiebre... el quiebre en el espacio tiempo parece deberse... deberse a un cruce dimensional. El sistema se ha desequilibrado. SIRA lo... en los próximos minu... minut, sin embarg...
El ser que hablaba perdió la voz. Luego perdió su solidez y lentamente se desvaneció frente a Roe y Dars. Ambos se miraron atónitos y en silencio. Dars intentó advertirle, trató de gritar, pero no pudo. Frente a él, ahora era Roe el que se desvanecía mientras sus rasgos faciales se contraían súbitos. Una mueca de terror fue lo último que se vio. Visión que no atormentó a Dars por mucho ya que, tan sólo unos segundos más tarde y, contrario a lo calculado, el también desapareció. Para cuando el informe de SIRA-3900 llegó, ya nadie quedaba para interpretarlo.
Un tenue pero decisivo sonido marcó el inicio de la increíble jornada. ” ¡Click! “ y la máquina comenzó de inmediato a ronronear con suavidad. Múltiples y coloridos vórtices luminosos comenzaron a enroscarse sobre si mismos hasta extinguirse en el centro de lo que, a simple vista, parecía ser una pantalla iónica ordinaria. Si todo salía bien, entraría, su cuerpo sería sustraído y aparecería en el pasado. Una vez allí construiría una réplica y la utilizaría para regresar —en caso necesario—.
Era arriesgado, quizás demasiado, sin embargo, para él valía la pena intentarlo. Contó los pasos imaginariamente, con sólo cinco llegaría al umbral. Miró la hora: la una de la madrugada. Inspiró hondo, cerró los ojos y comenzó a avanzar.
—Uno, dos, tres... —se detuvo ¿y si no resultaba?—, ¡Demasiado tarde para acobardarse! —enunció en voz alta hacia su monstruosa creación—, Cuatro, cinco y... simplemente, se esfumó.
Desde afuera, en medio de una silenciosa nevazón, la cabaña se veía en paz. Una suave brisa mecía los copos y los agrupaba en densos remolinos que por momentos la ocultaban por completo. Uno a uno caían y se fundían en el blanco madre del tejado al tiempo que un zumbido intermitente quebraba el silencio. La oscuridad interior se interrumpió brevemente cuando, tras un fogonazo azulino, John Sheldy se materializó en medio de la sala de estar. Confundido y debilitado cayó de rodillas, sus brazos lánguidos y libres se tambalearon asincrónicos mientras su mirada perdida se estrelló contra el suelo. Afuera, la tormenta arreció, amainó y volvió a renacer durante los siguientes tres días y tres noches antes de dar paso al radiante sol invernal que la vino a interrumpir. John seguía tumbado en el piso, y no fue hasta aquel atardecer que recuperó la conciencia. Se levantó dolorido, sediento y obnubilado. No sabía dónde se encontraba y, más importante aún; no lograba obtener una referencia con respecto al año en el cual se había materializado.
Sin embargo, una extraña familiaridad con el entorno le hacía intuir una extraña proximidad. Sensación que no lograba entender o encasillar.
Hacía frío y estaba oscureciendo. Frente a él, flotaba una esfera que emitía en caracteres tipográficos una sentencia intermitente sin cesar; ”ERROR – POR FAVOR, CONFIRME REINICIO” Se acercó y por instinto científico tocó la superficie justo sobre una de las muchas teclas virtuales. La esfera dejó de parpadear, se oscureció y luego volvió a brillar, pero esta vez exhibía un bucólico paisaje otoñal tridimensional. Un destello suave precedió a una comunicación verbal:
“Gracias, Doctor Sheldy... ¿cómo ha amanecido usted el día de hoy?”
No sabía que ocurría y eso le molestaba. No estaba —ni lo estaría nunca—, acostumbrado a la incertidumbre. Su hermético mundo científico era perfecto, o al menos todo lo que se podía.
—¿Quién es usted? —preguntó en voz alta en dirección a la esfera.
“Soy SIRA-4042, ¿Se encuentra usted bien?” —respondió con voz neutra.
—¿SIRA? ¿acrónimo de...?
“Sistema de Interconexión Racional Autónomo... pero eso, usted ya lo sabe, Doctor Sheldy”
Su mente analizaba los hechos con gran dificultad. Se encontró con una sensación de impotencia que le bloqueó, no pudo evitarlo y, desde el subconsciente, emergió la más arcaica de las emociones que acompañan al ser humano en situaciones límites. Una oleada de miedo concentrado consternó su conciencia. Se asomó meditativo a una ventana y el paisaje invernal montañoso le confirmó que se encontraba perdido. Sus fuerzas medraban, necesitaba reconstituyentes. Se espabiló como pudo y no tardó demasiado en conseguir algunos extraños pero reconfortantes alimentos. En esos momentos —y sin aún saber por qué— no reparó en lo fácil que le resultó encontrar todo lo necesario y en los lugares más lógicos y convenientes.
Lo había conseguido, había viajado en el tiempo y había sobrevivido. Se encontraba exhausto, no entendía del todo a SIRA, ni cómo es que sabía quien era. Pero era tarde y casi no podía pensar. Mañana, a primera hora —se prometió—, sí, mañana se ocuparía de esos detalles e iniciaría la segunda fase del plan. Ahora, ahora necesitaba descansar y, tras unos minutos de caos mental, logró dormirse.
—¡4042! –gritó con los ojos aún cerrados. El resultado lógico de la sentencia le hizo levantarse de un brinco. Se acercó decidido a SIRA y preguntó de manera retórica:
—¡SIRA! ¿En que año estamos?
“Hoy, hace ya veintidós minutos, que corre el día primero de Agosto del año 4042, Doctor Sheldy.”
—¡Es el futuro! ¡No lo comprendo! ¿qué pudo haber salido mal? —pensó mientras buscaba apoyo en unos ojos que no encontró. Exhaló atónito mientras repetía en voz baja: —¿Cómo pude viajar hacia el futuro?
“¿Se refiere a su información genética? No poseo axiomas poéticos complejos, pero intuyo que cualquier habitante de la Tierra, hoy en día, podría decir que ha viajado hacia el futuro ¿no es así Doctor Sheldy?”
—¿A qué te refieres SIRA?
“Al gran holocausto, ¿a qué otra cosa podría referirme? La merma tan brusca de la población galáctica obligó a los originarios de los planetas sobrevivientes a clonar sus... unidades biológicas fallecidas. Entre ellas, usted: El Dr. John Sheldy original falleció por causas naturales hace más de cien años”
Sobre la superficie de la esfera se mostró los detalles de la vida de John Sheldy. Allí se consignaban todos sus datos vitales principales. Entre ellos pudo leer que había nacido en las postrimerías del año 3800, los títulos académicos pre SIRA, el resumen de su desempeño laboral y la fecha de su muerte, en Agosto del 3900. Consignaba también la fecha de su renacimiento, en enero del 4022, por medio de la clonación de material genético rescatado de la plataforma espacial cementerio K-208. Su reincorporación al planeta y su reeducación científica acelerada por medio de la inter fase SIRA-4022.
Su desesperación crecía por momentos, le arrastraba y vapuleaba hacia la indómita e inexplorada región cerebral donde no yace más que las conductas básicas de supervivencia. Pero su intelecto aún pudo, aún no se rendía del todo y pudo sobreponerse:
—¡Datos, SIRA! ¡Necesito datos, llena la esfera de datos generales actualizados! —ordenó con fuerza abrumadora. En cuanto las palabras llenaron el ambiente, o quizás antes, la esfera; que no se hizo esperar, desplegó en su superficie cientos de informes. SIRA era capaz de detectar el dato específico sobre el cual Sheldy fijaba su mirada y de inmediato emitía un informe vocalizado complementario que interrumpía en cada salto de vista.
Mientras caminaba a su alrededor, pudo leer la temperatura, la situación geográfica, la altitud, la fecha, el campo magnético, el índice de radiación UV, el índice de viento solar, hitos científicos recientes, situación política y, entre otros muchos, un esquema del sistema solar terrestre actualizado donde focalizó su atención. Una nueva y poderosa oleada de miedo le traspasó inmisericorde al descubrir que… ¡Faltaban planetas!
“¿Está todo bien Doctor Sheldy?” —preguntó SIRA al notar un cierre prolongado de sus ojos.
—¡No... no lo está! Yo... yo no debería estar aquí, ¡No debería! ¿Por qué faltan planetas en el sistema solar? ¡No, no... mejor aún! ¿dónde me encuentro? ¡Maldición!, ¿qué está ocurriendo?
SIRA analizó el cuestionamiento múltiple y dio prioridad a su respuesta según el orden de enunciación por sobre la carga emotiva de la entonación. Contestó entonces, en tono neutro:
“La ausencia de algunos planetas, es consecuencia directa del holocausto galáctico, cuando una ruptura inter dimensional provocó pérdida de materia oscura. El desbalance afectó a gran parte de la galaxia, a fines del año 3900. La galaxia sufrió una reacción en cadena que vaporizó grandes masas en las cercanías del foco descompensado. Se cree que ha sido la mayor fuga o intercambio entre dimensiones de materia oscura conocida a la fecha, ¿de verdad no lo recuerda? Es parte de la información contenida en su acelerador neuronal implantado tras su clonación. Si lo desea, puedo abrir un link y revisar su funcionamiento.”
John se quedó mirando a la máquina con incredulidad. Siendo su único interlocutor válido, no le importó mostrar su humanidad y, doblegado por las circunstancias, insistió en medio de un casi imperceptible sollozo:
—¿SIRA... dónde me encuentro? No alcanzó a escuchar la respuesta. Un dardo Stinger penetró su cuero cabelludo a la altura del tronco encefálico y se activó de inmediato. La descarga eléctrica focal adormeció su vigilia y los núcleos motores aledaños. Se desplomó sin remedio. Durante unos segundos de estupefacción, el perpetrador no se movió del dintel. Luego, con el rostro aún conmocionado se acercó precavido y giró el cuerpo del intruso que yacía boca abajo. Contrajo el rostro aún más al comprobar que, en la sala de su cabaña, allí, tumbado contra el piso, se encontraba su otro yo. Idéntico a él en todo excepto en la edad aparente. Se veía más viejo y sin duda alguna mucho más atribulado que él mismo. A pesar de su estupefacción, por encima de su conmoción mental logró escuchar la voz de SIRA:
“¡Doctor Sheldy! ¿pero... le ha disparado?”
—SIRA ¿De qué se trata todo esto?—gritó con más angustia que intelecto mientras enfundaba el arma—, Averigua lo que puedas acerca de esta clonación.
“¿Un clon, Doctor Sheldy? eso explicaría algunas conductas anómalas detectadas en él. Pero, Doctor Sheldy, ¿se ha autorizado una réplica?”
—¡Maldición, SIRA...! ¡Es que soy el único que lo está viendo? De seguro ha sido el GSS, mi informe de seguridad no ha debido pasar la prueba. Me reemplazarán ¡Han creado un replicante y ahora se desharán de mi! ¡Malditos...! Ah... pero les he descubierto y, si alguien ha de morir... no seré yo, eso es seguro SIRA.
—No creo que nada de eso sea necesario, muchacho—dijo el mayor de los dos mientras reaccionaba con torpeza, aún bajo los efectos del dardo.
—¿Muchacho? ¿es así como intentará distraerme? ¡No sea estúpido! Y espero que no crea que yo lo soy. Sabe muy bien que usted es mi clon. La pregunta es... ¿porqué? ¿es que acaso mis experimentos han asustado al GSS de tal manera como para eliminarme? ¡Hable ya! O le aseguro que el efecto del dardo que le he disparado será como una caricia comparado con lo que puede hacerle si decido detonarlo.
—¡Hablaré! Pero debe calmarse. Primero desactive el ingenio que me ha disparado en la base del cráneo.
—No cuente con ello, mi amenaza sigue en pie.
—¿Incluso si le demostrara que su instantánea y desproporcionada paranoia es ridícula y fuera de toda posibilidad?
—Le escucho, vejete, pero le advierto que no toleraré trucos y que no soy fácil de engañar.
—Ya es tarde para eso, joven ¿o quizás deba llamarle… John?
—En realidad no importa cómo me llame.
—Bien, dígame, John; ¿ha oído hablar de una máquina inter dimensional? No, es evidente que no. Pues bien, yo he inventado una que, sin siquiera proponérmelo, me ha traído hasta aquí.
—Guárdese esas patrañas para sus aliados de la GSS, Sheldy, que es como yo le llamaré. Nadie hasta ahora ha podido abrir un portal inter dimensional.
—¡Exacto! hasta ahora, John; como usted bien ha dicho. No soy su clon y lo puedo demostrar. Un simple análisis comparativo de nuestros cromosomas demostrará que no poseo mutaciones por clonación y usted sí.
—¡Vaya... que bien actúa usted! No sospechaba que poseyéramos tal capacidad artística. Está bien, le seguiré el juego, Sheldy, pero se lo advierto, la paciencia no es mi mejor virtud y... —No pudo continuar, no sin darse cuenta de que, si aquel maldito replicante decía la verdad... podría estar frente a la causa del holocausto. Aquel intruso pudo haber sido el que abriese la brecha que acarreó muerte y desmaterialización por toda la galaxia. Fenómeno que se detuvo por si mismo al alcanzarse el nuevo punto de equilibrio.
Afortunadamente, la Tierra se había salvado, pero no fue gracias al talentoso y oportuno desarrollo de tecnología lo que la había dispensado de desaparecer. La Tierra se había salvado debido a una razón mucho más débil y caprichosa; el azar.
Sheldy notó su hesitación, pudo leer cómo sus pensamientos avanzaban por la senda del raciocinio, entonces, aprovechando aquella pequeña pero oportuna merma en la confianza de su interlocutor declaró:
—¿Es increíble, no es así? Yo mismo no lo entendí hasta hace unos segundos, John. El que usted exista me lo ha terminado de confirmar. Además, en mi dimensión, el sistema solar aún está completo, nosotros no hemos sufrido holocausto alguno.
—¡Maldición, Sheldy! ¿es que no lo ve? Si su dimensión se ha conectado con la mía, y debido a esto nosotros hemos sufrido un desequilibrio que ha llevado a la desaparición de millones de planetas... ¿no creerá usted que su dimensión, después de que usted la abandonara, ha permanecido intacta, o si?
Ahora era Sheldy quien se había quedado sin habla. Su homólogo dimensional estaba en lo correcto. Se agarró la cara con ambas manos mientras imaginaba lo peor.
—¿Pero, quién... quién en su sano juicio cruzaría una dimensión? Su llegada sólo nos ha traído muerte y desapariciones, Sheldy. Déjeme adivinar, usted no sólo saltó entre dimensiones, si no que además lo hizo en el tiempo. Su viaje ha de haber comenzado cuando se detectaron las primeras desapariciones, en el año 3900. Fue entonces cuando ocurrió el holocausto en nuestro universo y de seguro también en el suyo, Sheldy. Claro que usted no se enteró hasta hoy, ya que saltó directo a la actualidad. ¡Maldición Sheldy...!
—Ha sido un accidente, John. Yo sólo pretendía viajar al pasado. Jamás planeé, nunca me imaginé, que la máquina me enviaría al futuro, menos aún al futuro de otra dimensión ¿Y ahora, que haré? ¿volver, quizás...?
—Oh... sí, es una gran idea —replicó sarcástico—, vuelva a abrir un agujero dimensional, a ver si ahora termina de aniquilar ambas dimensiones de manera definitiva.
—Ahora es usted quién está siendo irracional, John. Si logro llegar a mi universo y a mi tiempo, antes del salto, podré detener el holocausto. Haré que no ocurra. La realidad actual no será más que una posibilidad no utilizada dentro de los millones de desenlaces potenciales existentes.
—Está jugando con fuego Sheldy, si no lo consigue, podría asesinar a millones.
—Por otra parte... si lo consigo, podría salvar a millones; entre los cuales no estará usted, como es obvio. Si revierto los hechos, su clonación jamás habrá tenido lugar. Un súbito y cegador resplandor azulino interrumpió el duelo de miradas. Tras el estallido luminoso inicial, y ante el exhausto asombro de ambos, una tercera copia de John Sheldy se materializó frente a ellos. No alcanzó a permanecer de pie más de un segundo y cayó de bruces. John y Sheldy le levantaron y acostaron en un sillón donde intentaron reanimarlo en vano. La nueva réplica no despertaría hasta el tercer día, cuando en medio de confusos balbuceos, se levantó, desenfundó una pequeña pistola de energía y la descargó sin titubear contra John quien cayó desintegrado en cuestión de milisegundos. Giró entonces con rapidez hacia Sheldy pero no alcanzó, no pudo disparar contra él. Sheldy había reaccionado con la velocidad necesaria cómo para cogerlo por el cuello y desarmarlo. Le empujó con desdén para apartarlo y mientras le apuntaba preguntó: —¿Qué ocurre aquí, porqué le has matado?
—¿Quién de ustedes es mi original, el que ha venido de otra dimensión?
—¡Soy yo! —contestó solícito Sheldy— has asesinado a la replica de ésta dimensión.
—Bien, uno menos de quién huir, escúchame con atención; dentro de poco construirás una símil de la máquina que nos trajo aquí la primera vez. Será con la intención de revertir el holocausto causado por el primer salto ¡No lo hagas, no lo conseguirás! Sólo causará mayor destrucción. Nuestra dimensión no se afectó con el primer salto, pero sí lo hizo con nuestros saltos posteriores.
—¡Pero... Laura, he de salvarla!
—¡No podrás! Lo he intentado, muchas veces ¡Debes creerme, maldición, ya no hay tiempo!
—¿Quién eres tú, acaso otra réplica dimensional?
—¡No, John! Tú y yo somos el mismo, yo soy el tú del futuro!
—¿Y, cómo podrías probarlo?
—Supongo que... aunque esté algo agrietada, reconocerás ésta misiva —le suplicó con la mirada mientras le extendía las últimas palabras que, alguna vez, lejos de allí y en otro tiempo, Laura había grabado. Le miró como uno se mira a sí mismo y al comprender la tristeza, su tristeza, complementó:
—Muchas veces he llegado a su pasado y... sigue falleciendo, sólo que por distintas causas. Por favor detén el espiral, ya no lo soporto más... ¡Escúchame! —insistió en voz alta y fuera de sí—, dentro de poco, dentro de muy poco, ésta dimensión colapsará por completo, pronto llegarán —insistió con expresión paranoica—, ha sido nuestra culpa, ocurrirá pronto; hoy mismo...
—¡Quiénes llegarán, a qué te refieres?
—¡A ellos, ellos llegarán! A no ser que...
—¿A no ser que, qué?
—A no ser que te resignes y acabes con nuestra vida ahora mismo, muchas versiones de nosotros convergerán aquí. Algunas están dementes, créeme, las he visto en el futuro. Todas vienen hacia aquí desde diferentes dimensiones para evitar que te asesine, todas ellas existen gracias a los saltos sucesivos que hemos perpetrado en el intento de salvar a Laura. Si mueres ahora, todos moriremos, pero salvaremos a millones que han desaparecido por nuestra culpa. He dejado un rastro falso, no los engañaré por mucho más, por favor, déjanos por fin descansar...
No se escuchó ruido alguno, máquinas temporo-dimensionales perfeccionadas trajeron a uno, luego a dos y a tres, hasta completar más de una decena de replicantes dimensionales exactos a John Sheldy. Su mano, que aún cargaba la pistola, se movió impulsada por una fuerza inmedible y desconocida. Supo, en ése mismo instante lo que debía hacer. Le pareció ver, justo antes de desintegrarse, la anhelada faz de Laura. Tras su muerte, la cabaña comenzó a desalojar a sus extraños visitantes. Desaparecieron uno tras otro, hasta no quedar ninguno.
Sin lugar a dudas, desde ésa precisa fracción del espacio-tiempo en adelante, John Sheldy ya no existía en el multiverso.
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Sentado en el borde del soñoliento lago, John Sheldy miraba lontananza en aparente quietud emocional. Su vista recorría la orilla yerma e interrumpida sólo por manchones verdes que a la distancia, parecían haber sido pintados a brocha gorda.
Acopios de tristeza, resolución y resignación se mezclaron desordenados en su mente.
“Lo lamento, Doctor Sheldy, no pudimos salvarla, llegamos tarde, las lesiones eran demasiado graves... demasiado extensas.”
Le había informado escueto el jefe de guardia mientras extendía tímidamente su mano y le entregaba un pequeño mensaje-acrílico.
“Lo ha grabado antes de morir, es para usted, me ha pedido que se lo entregue en persona. Lo lamento en verdad...”
Sheldy cerró sus ojos y se llevó la mano al bolsillo. No pudo ver cómo, a esas horas, la otra orilla comenzaba lentamente a desdibujarse mientras los domos habitacionales que la poblaban encendían sus luces: pequeños fogonazos de origen subatómico volvían a definir el ya caliginoso límite acuífero.
Su mente aún intentó, por unos instantes, negar los hechos; sin embargo, su sentido del tacto le confirmó que el mensaje era real. Para cuando los volvió a abrir, la misiva ya se encontraba en su mano. Inspiró con suavidad y, a pesar del dolor, la activó con un suave toque digital. De inmediato, el pequeño artefacto rectangular perdió su transparencia mientras la agónica imagen de Laura decía entre suspiros:
“Sé muy bien cuanto me amas, John… ¿sabrás perdonarme por abandonarte? Te pido, mi amor, que no te mortifiques. No hay nada que hubieses podido hacer para evitarlo. Ha sido el destino, o como tú sueles decir: una paradoja existencial, no lo sé...
Siento una oscura fuerza que me apaga y me arrastra lejos de aquí. Me siento perdida, ¿acaso son ésas hojas de otoño, las que dibujan tu rostro en el cielo? Caen lento, caen muertas, como mis recuerdos de verano.
Aférrate a la vida, John; recuerda con valor pero olvida. Vive, ríe y si puedes... ama. Ama con pasión, que si está escrito, si ha de ser, será. Cómo quisiera volver a verte, cuánto quisiera besarte por última vez...”
En medio de un día aparentemente ordinario, un pequeño alisio salió a pasear. Había nacido de improviso, hacía poco, producto de un delta barométrico no muy lejos de allí. Recorrió lleno de ingenuidad extensos valles de exuberantes colores otoñales que, desde arriba, parecían estar cortados por turbulentas navajas plateadas enmarcadas por erguidos verdes que se agolpaban en sus orillas. Voló cerca de empinadas laderas, las rodeó desordenado e irresoluto para luego escalar un monte cercano hasta encontrarse con sus hermanas mayores, las corrientes ascendentes. Jugueteó, se arremolinó y expandió con ellas hasta convertirse en un pequeño vendaval. El sol brillaba y le agitaba sin cesar mientras su espíritu crecía y crecía al tiempo que se colmaba de energía. Rugió colina abajo con aplomo y madurez agitando a su paso el pelaje de aquel lobo que se ladeó en su contra mientras le cruzaba; arrancó vetustas hojas carmesí del vigoroso olmo y desestabilizó el vuelo de aquella magnífica ave que chirrió sorprendida pero orgullosa. Bajó, subió y volvió a bajar. Tanto bajó en el último vaivén, que sin percatarse fue aspirado por el sistema de ventilación de la moderna aeronave que yacía posada en medio de la pradera. Avanzó —ahora ya sin poder evitarlo—, por medio de intrincadas tuberías deteniéndose solo al final, tras cruzar un filtro e ingresar a una extraña habitación. En ella, tres seres discutían en torno a un mapa tridimensional situado sobre la mesa que les convocaba. La luz provenía de las paredes y un zumbido suave —parecido al que había escuchado cerca de un enjambre de abejas—, llenaba el ambiente. Extraño sonido que sólo se atenuó cuando uno de los seres habló:
—Ahora, les pido que dirijan su atención hacia éste sector de la periferia galáctica. Los puntos amarillos representan a los planetas aún estables y los rojos a los que se han... desvanecido. Todos desviaron su atención hacia la magnífica representación. La galaxia se mostraba en miniatura con pasmosa claridad.
—¡Es imposible! –exclamó Dars mientras sus ojos se clavaron en Triffus; su planeta natal. Vio con tristeza como éste pasaba de un amarillo suave a un color más bien anaranjado, el cual dio lentamente paso a un lacerante rojo muerte. Su rostro lloró en silencio por los millones de rostros que acababan de desaparecer.
—Tranquilo, Dars, el dolor desaparecerá pronto, cuando los olvides.
—¡No quiero olvidarlos! ¡Debemos hacer algo! Debemos... revertirlo.
—Debes tranquilizarte –insistió Roe en un tono fraternal mientras apoyaba con suavidad una mano sobre su hombro—, al desaparecer de esta realidad, desaparecerán también de tu memoria, pronto les olvidarás y dejarás de sufrir, ya lo verás.
—¡Maldición, Roe! ¿Es que no lo comprendes? ¡Yo mismo también me desvaneceré! ¡Mis ancestros, por la gran nova! ¡Mis ancestros ya no existen...!
—Sucederá con retraso, aún disponemos de algún tiempo. No eres el único sin origen. —¡Lo sé! Lo sé... —respondió tembloroso Dars mientras activaba su cuenta regresiva. —¡Cuarenta y ocho horas! Vocalizó un pequeño reloj de pulgar.
—¿Qué ha dicho SIRA-3900 al respecto?
—Su último informe habla de una falla disruptiva en el espacio tiempo. No se ha podido establecer el origen de esta, sin embargo y al parecer, podría provenir de la Tierra —aclaró Hurkie, el más joven de los presentes y que hasta ahora había permanecido en silencio.
—¿Desde la Tierra? ¿es por eso que nos has traído hasta aquí Hurkie?
—Así es, hemos de localizar el vórtice y sellarlo, si lo conseguimos, de seguro bastará para detener el fenómeno, o al menos eso creemos. Aunque, lamentablemente, no va a ser tan sencillo como parecía al principio.
—¿Qué dices... por qué no?
—El quiebre... el quiebre en el espacio tiempo parece deberse... deberse a un cruce dimensional. El sistema se ha desequilibrado. SIRA lo... en los próximos minu... minut, sin embarg...
El ser que hablaba perdió la voz. Luego perdió su solidez y lentamente se desvaneció frente a Roe y Dars. Ambos se miraron atónitos y en silencio. Dars intentó advertirle, trató de gritar, pero no pudo. Frente a él, ahora era Roe el que se desvanecía mientras sus rasgos faciales se contraían súbitos. Una mueca de terror fue lo último que se vio. Visión que no atormentó a Dars por mucho ya que, tan sólo unos segundos más tarde y, contrario a lo calculado, el también desapareció. Para cuando el informe de SIRA-3900 llegó, ya nadie quedaba para interpretarlo.
Un tenue pero decisivo sonido marcó el inicio de la increíble jornada. ” ¡Click! “ y la máquina comenzó de inmediato a ronronear con suavidad. Múltiples y coloridos vórtices luminosos comenzaron a enroscarse sobre si mismos hasta extinguirse en el centro de lo que, a simple vista, parecía ser una pantalla iónica ordinaria. Si todo salía bien, entraría, su cuerpo sería sustraído y aparecería en el pasado. Una vez allí construiría una réplica y la utilizaría para regresar —en caso necesario—.
Era arriesgado, quizás demasiado, sin embargo, para él valía la pena intentarlo. Contó los pasos imaginariamente, con sólo cinco llegaría al umbral. Miró la hora: la una de la madrugada. Inspiró hondo, cerró los ojos y comenzó a avanzar.
—Uno, dos, tres... —se detuvo ¿y si no resultaba?—, ¡Demasiado tarde para acobardarse! —enunció en voz alta hacia su monstruosa creación—, Cuatro, cinco y... simplemente, se esfumó.
Desde afuera, en medio de una silenciosa nevazón, la cabaña se veía en paz. Una suave brisa mecía los copos y los agrupaba en densos remolinos que por momentos la ocultaban por completo. Uno a uno caían y se fundían en el blanco madre del tejado al tiempo que un zumbido intermitente quebraba el silencio. La oscuridad interior se interrumpió brevemente cuando, tras un fogonazo azulino, John Sheldy se materializó en medio de la sala de estar. Confundido y debilitado cayó de rodillas, sus brazos lánguidos y libres se tambalearon asincrónicos mientras su mirada perdida se estrelló contra el suelo. Afuera, la tormenta arreció, amainó y volvió a renacer durante los siguientes tres días y tres noches antes de dar paso al radiante sol invernal que la vino a interrumpir. John seguía tumbado en el piso, y no fue hasta aquel atardecer que recuperó la conciencia. Se levantó dolorido, sediento y obnubilado. No sabía dónde se encontraba y, más importante aún; no lograba obtener una referencia con respecto al año en el cual se había materializado.
Sin embargo, una extraña familiaridad con el entorno le hacía intuir una extraña proximidad. Sensación que no lograba entender o encasillar.
Hacía frío y estaba oscureciendo. Frente a él, flotaba una esfera que emitía en caracteres tipográficos una sentencia intermitente sin cesar; ”ERROR – POR FAVOR, CONFIRME REINICIO” Se acercó y por instinto científico tocó la superficie justo sobre una de las muchas teclas virtuales. La esfera dejó de parpadear, se oscureció y luego volvió a brillar, pero esta vez exhibía un bucólico paisaje otoñal tridimensional. Un destello suave precedió a una comunicación verbal:
“Gracias, Doctor Sheldy... ¿cómo ha amanecido usted el día de hoy?”
No sabía que ocurría y eso le molestaba. No estaba —ni lo estaría nunca—, acostumbrado a la incertidumbre. Su hermético mundo científico era perfecto, o al menos todo lo que se podía.
—¿Quién es usted? —preguntó en voz alta en dirección a la esfera.
“Soy SIRA-4042, ¿Se encuentra usted bien?” —respondió con voz neutra.
—¿SIRA? ¿acrónimo de...?
“Sistema de Interconexión Racional Autónomo... pero eso, usted ya lo sabe, Doctor Sheldy”
Su mente analizaba los hechos con gran dificultad. Se encontró con una sensación de impotencia que le bloqueó, no pudo evitarlo y, desde el subconsciente, emergió la más arcaica de las emociones que acompañan al ser humano en situaciones límites. Una oleada de miedo concentrado consternó su conciencia. Se asomó meditativo a una ventana y el paisaje invernal montañoso le confirmó que se encontraba perdido. Sus fuerzas medraban, necesitaba reconstituyentes. Se espabiló como pudo y no tardó demasiado en conseguir algunos extraños pero reconfortantes alimentos. En esos momentos —y sin aún saber por qué— no reparó en lo fácil que le resultó encontrar todo lo necesario y en los lugares más lógicos y convenientes.
Lo había conseguido, había viajado en el tiempo y había sobrevivido. Se encontraba exhausto, no entendía del todo a SIRA, ni cómo es que sabía quien era. Pero era tarde y casi no podía pensar. Mañana, a primera hora —se prometió—, sí, mañana se ocuparía de esos detalles e iniciaría la segunda fase del plan. Ahora, ahora necesitaba descansar y, tras unos minutos de caos mental, logró dormirse.
—¡4042! –gritó con los ojos aún cerrados. El resultado lógico de la sentencia le hizo levantarse de un brinco. Se acercó decidido a SIRA y preguntó de manera retórica:
—¡SIRA! ¿En que año estamos?
“Hoy, hace ya veintidós minutos, que corre el día primero de Agosto del año 4042, Doctor Sheldy.”
—¡Es el futuro! ¡No lo comprendo! ¿qué pudo haber salido mal? —pensó mientras buscaba apoyo en unos ojos que no encontró. Exhaló atónito mientras repetía en voz baja: —¿Cómo pude viajar hacia el futuro?
“¿Se refiere a su información genética? No poseo axiomas poéticos complejos, pero intuyo que cualquier habitante de la Tierra, hoy en día, podría decir que ha viajado hacia el futuro ¿no es así Doctor Sheldy?”
—¿A qué te refieres SIRA?
“Al gran holocausto, ¿a qué otra cosa podría referirme? La merma tan brusca de la población galáctica obligó a los originarios de los planetas sobrevivientes a clonar sus... unidades biológicas fallecidas. Entre ellas, usted: El Dr. John Sheldy original falleció por causas naturales hace más de cien años”
Sobre la superficie de la esfera se mostró los detalles de la vida de John Sheldy. Allí se consignaban todos sus datos vitales principales. Entre ellos pudo leer que había nacido en las postrimerías del año 3800, los títulos académicos pre SIRA, el resumen de su desempeño laboral y la fecha de su muerte, en Agosto del 3900. Consignaba también la fecha de su renacimiento, en enero del 4022, por medio de la clonación de material genético rescatado de la plataforma espacial cementerio K-208. Su reincorporación al planeta y su reeducación científica acelerada por medio de la inter fase SIRA-4022.
Su desesperación crecía por momentos, le arrastraba y vapuleaba hacia la indómita e inexplorada región cerebral donde no yace más que las conductas básicas de supervivencia. Pero su intelecto aún pudo, aún no se rendía del todo y pudo sobreponerse:
—¡Datos, SIRA! ¡Necesito datos, llena la esfera de datos generales actualizados! —ordenó con fuerza abrumadora. En cuanto las palabras llenaron el ambiente, o quizás antes, la esfera; que no se hizo esperar, desplegó en su superficie cientos de informes. SIRA era capaz de detectar el dato específico sobre el cual Sheldy fijaba su mirada y de inmediato emitía un informe vocalizado complementario que interrumpía en cada salto de vista.
Mientras caminaba a su alrededor, pudo leer la temperatura, la situación geográfica, la altitud, la fecha, el campo magnético, el índice de radiación UV, el índice de viento solar, hitos científicos recientes, situación política y, entre otros muchos, un esquema del sistema solar terrestre actualizado donde focalizó su atención. Una nueva y poderosa oleada de miedo le traspasó inmisericorde al descubrir que… ¡Faltaban planetas!
“¿Está todo bien Doctor Sheldy?” —preguntó SIRA al notar un cierre prolongado de sus ojos.
—¡No... no lo está! Yo... yo no debería estar aquí, ¡No debería! ¿Por qué faltan planetas en el sistema solar? ¡No, no... mejor aún! ¿dónde me encuentro? ¡Maldición!, ¿qué está ocurriendo?
SIRA analizó el cuestionamiento múltiple y dio prioridad a su respuesta según el orden de enunciación por sobre la carga emotiva de la entonación. Contestó entonces, en tono neutro:
“La ausencia de algunos planetas, es consecuencia directa del holocausto galáctico, cuando una ruptura inter dimensional provocó pérdida de materia oscura. El desbalance afectó a gran parte de la galaxia, a fines del año 3900. La galaxia sufrió una reacción en cadena que vaporizó grandes masas en las cercanías del foco descompensado. Se cree que ha sido la mayor fuga o intercambio entre dimensiones de materia oscura conocida a la fecha, ¿de verdad no lo recuerda? Es parte de la información contenida en su acelerador neuronal implantado tras su clonación. Si lo desea, puedo abrir un link y revisar su funcionamiento.”
John se quedó mirando a la máquina con incredulidad. Siendo su único interlocutor válido, no le importó mostrar su humanidad y, doblegado por las circunstancias, insistió en medio de un casi imperceptible sollozo:
—¿SIRA... dónde me encuentro? No alcanzó a escuchar la respuesta. Un dardo Stinger penetró su cuero cabelludo a la altura del tronco encefálico y se activó de inmediato. La descarga eléctrica focal adormeció su vigilia y los núcleos motores aledaños. Se desplomó sin remedio. Durante unos segundos de estupefacción, el perpetrador no se movió del dintel. Luego, con el rostro aún conmocionado se acercó precavido y giró el cuerpo del intruso que yacía boca abajo. Contrajo el rostro aún más al comprobar que, en la sala de su cabaña, allí, tumbado contra el piso, se encontraba su otro yo. Idéntico a él en todo excepto en la edad aparente. Se veía más viejo y sin duda alguna mucho más atribulado que él mismo. A pesar de su estupefacción, por encima de su conmoción mental logró escuchar la voz de SIRA:
“¡Doctor Sheldy! ¿pero... le ha disparado?”
—SIRA ¿De qué se trata todo esto?—gritó con más angustia que intelecto mientras enfundaba el arma—, Averigua lo que puedas acerca de esta clonación.
“¿Un clon, Doctor Sheldy? eso explicaría algunas conductas anómalas detectadas en él. Pero, Doctor Sheldy, ¿se ha autorizado una réplica?”
—¡Maldición, SIRA...! ¡Es que soy el único que lo está viendo? De seguro ha sido el GSS, mi informe de seguridad no ha debido pasar la prueba. Me reemplazarán ¡Han creado un replicante y ahora se desharán de mi! ¡Malditos...! Ah... pero les he descubierto y, si alguien ha de morir... no seré yo, eso es seguro SIRA.
—No creo que nada de eso sea necesario, muchacho—dijo el mayor de los dos mientras reaccionaba con torpeza, aún bajo los efectos del dardo.
—¿Muchacho? ¿es así como intentará distraerme? ¡No sea estúpido! Y espero que no crea que yo lo soy. Sabe muy bien que usted es mi clon. La pregunta es... ¿porqué? ¿es que acaso mis experimentos han asustado al GSS de tal manera como para eliminarme? ¡Hable ya! O le aseguro que el efecto del dardo que le he disparado será como una caricia comparado con lo que puede hacerle si decido detonarlo.
—¡Hablaré! Pero debe calmarse. Primero desactive el ingenio que me ha disparado en la base del cráneo.
—No cuente con ello, mi amenaza sigue en pie.
—¿Incluso si le demostrara que su instantánea y desproporcionada paranoia es ridícula y fuera de toda posibilidad?
—Le escucho, vejete, pero le advierto que no toleraré trucos y que no soy fácil de engañar.
—Ya es tarde para eso, joven ¿o quizás deba llamarle… John?
—En realidad no importa cómo me llame.
—Bien, dígame, John; ¿ha oído hablar de una máquina inter dimensional? No, es evidente que no. Pues bien, yo he inventado una que, sin siquiera proponérmelo, me ha traído hasta aquí.
—Guárdese esas patrañas para sus aliados de la GSS, Sheldy, que es como yo le llamaré. Nadie hasta ahora ha podido abrir un portal inter dimensional.
—¡Exacto! hasta ahora, John; como usted bien ha dicho. No soy su clon y lo puedo demostrar. Un simple análisis comparativo de nuestros cromosomas demostrará que no poseo mutaciones por clonación y usted sí.
—¡Vaya... que bien actúa usted! No sospechaba que poseyéramos tal capacidad artística. Está bien, le seguiré el juego, Sheldy, pero se lo advierto, la paciencia no es mi mejor virtud y... —No pudo continuar, no sin darse cuenta de que, si aquel maldito replicante decía la verdad... podría estar frente a la causa del holocausto. Aquel intruso pudo haber sido el que abriese la brecha que acarreó muerte y desmaterialización por toda la galaxia. Fenómeno que se detuvo por si mismo al alcanzarse el nuevo punto de equilibrio.
Afortunadamente, la Tierra se había salvado, pero no fue gracias al talentoso y oportuno desarrollo de tecnología lo que la había dispensado de desaparecer. La Tierra se había salvado debido a una razón mucho más débil y caprichosa; el azar.
Sheldy notó su hesitación, pudo leer cómo sus pensamientos avanzaban por la senda del raciocinio, entonces, aprovechando aquella pequeña pero oportuna merma en la confianza de su interlocutor declaró:
—¿Es increíble, no es así? Yo mismo no lo entendí hasta hace unos segundos, John. El que usted exista me lo ha terminado de confirmar. Además, en mi dimensión, el sistema solar aún está completo, nosotros no hemos sufrido holocausto alguno.
—¡Maldición, Sheldy! ¿es que no lo ve? Si su dimensión se ha conectado con la mía, y debido a esto nosotros hemos sufrido un desequilibrio que ha llevado a la desaparición de millones de planetas... ¿no creerá usted que su dimensión, después de que usted la abandonara, ha permanecido intacta, o si?
Ahora era Sheldy quien se había quedado sin habla. Su homólogo dimensional estaba en lo correcto. Se agarró la cara con ambas manos mientras imaginaba lo peor.
—¿Pero, quién... quién en su sano juicio cruzaría una dimensión? Su llegada sólo nos ha traído muerte y desapariciones, Sheldy. Déjeme adivinar, usted no sólo saltó entre dimensiones, si no que además lo hizo en el tiempo. Su viaje ha de haber comenzado cuando se detectaron las primeras desapariciones, en el año 3900. Fue entonces cuando ocurrió el holocausto en nuestro universo y de seguro también en el suyo, Sheldy. Claro que usted no se enteró hasta hoy, ya que saltó directo a la actualidad. ¡Maldición Sheldy...!
—Ha sido un accidente, John. Yo sólo pretendía viajar al pasado. Jamás planeé, nunca me imaginé, que la máquina me enviaría al futuro, menos aún al futuro de otra dimensión ¿Y ahora, que haré? ¿volver, quizás...?
—Oh... sí, es una gran idea —replicó sarcástico—, vuelva a abrir un agujero dimensional, a ver si ahora termina de aniquilar ambas dimensiones de manera definitiva.
—Ahora es usted quién está siendo irracional, John. Si logro llegar a mi universo y a mi tiempo, antes del salto, podré detener el holocausto. Haré que no ocurra. La realidad actual no será más que una posibilidad no utilizada dentro de los millones de desenlaces potenciales existentes.
—Está jugando con fuego Sheldy, si no lo consigue, podría asesinar a millones.
—Por otra parte... si lo consigo, podría salvar a millones; entre los cuales no estará usted, como es obvio. Si revierto los hechos, su clonación jamás habrá tenido lugar. Un súbito y cegador resplandor azulino interrumpió el duelo de miradas. Tras el estallido luminoso inicial, y ante el exhausto asombro de ambos, una tercera copia de John Sheldy se materializó frente a ellos. No alcanzó a permanecer de pie más de un segundo y cayó de bruces. John y Sheldy le levantaron y acostaron en un sillón donde intentaron reanimarlo en vano. La nueva réplica no despertaría hasta el tercer día, cuando en medio de confusos balbuceos, se levantó, desenfundó una pequeña pistola de energía y la descargó sin titubear contra John quien cayó desintegrado en cuestión de milisegundos. Giró entonces con rapidez hacia Sheldy pero no alcanzó, no pudo disparar contra él. Sheldy había reaccionado con la velocidad necesaria cómo para cogerlo por el cuello y desarmarlo. Le empujó con desdén para apartarlo y mientras le apuntaba preguntó: —¿Qué ocurre aquí, porqué le has matado?
—¿Quién de ustedes es mi original, el que ha venido de otra dimensión?
—¡Soy yo! —contestó solícito Sheldy— has asesinado a la replica de ésta dimensión.
—Bien, uno menos de quién huir, escúchame con atención; dentro de poco construirás una símil de la máquina que nos trajo aquí la primera vez. Será con la intención de revertir el holocausto causado por el primer salto ¡No lo hagas, no lo conseguirás! Sólo causará mayor destrucción. Nuestra dimensión no se afectó con el primer salto, pero sí lo hizo con nuestros saltos posteriores.
—¡Pero... Laura, he de salvarla!
—¡No podrás! Lo he intentado, muchas veces ¡Debes creerme, maldición, ya no hay tiempo!
—¿Quién eres tú, acaso otra réplica dimensional?
—¡No, John! Tú y yo somos el mismo, yo soy el tú del futuro!
—¿Y, cómo podrías probarlo?
—Supongo que... aunque esté algo agrietada, reconocerás ésta misiva —le suplicó con la mirada mientras le extendía las últimas palabras que, alguna vez, lejos de allí y en otro tiempo, Laura había grabado. Le miró como uno se mira a sí mismo y al comprender la tristeza, su tristeza, complementó:
—Muchas veces he llegado a su pasado y... sigue falleciendo, sólo que por distintas causas. Por favor detén el espiral, ya no lo soporto más... ¡Escúchame! —insistió en voz alta y fuera de sí—, dentro de poco, dentro de muy poco, ésta dimensión colapsará por completo, pronto llegarán —insistió con expresión paranoica—, ha sido nuestra culpa, ocurrirá pronto; hoy mismo...
—¡Quiénes llegarán, a qué te refieres?
—¡A ellos, ellos llegarán! A no ser que...
—¿A no ser que, qué?
—A no ser que te resignes y acabes con nuestra vida ahora mismo, muchas versiones de nosotros convergerán aquí. Algunas están dementes, créeme, las he visto en el futuro. Todas vienen hacia aquí desde diferentes dimensiones para evitar que te asesine, todas ellas existen gracias a los saltos sucesivos que hemos perpetrado en el intento de salvar a Laura. Si mueres ahora, todos moriremos, pero salvaremos a millones que han desaparecido por nuestra culpa. He dejado un rastro falso, no los engañaré por mucho más, por favor, déjanos por fin descansar...
No se escuchó ruido alguno, máquinas temporo-dimensionales perfeccionadas trajeron a uno, luego a dos y a tres, hasta completar más de una decena de replicantes dimensionales exactos a John Sheldy. Su mano, que aún cargaba la pistola, se movió impulsada por una fuerza inmedible y desconocida. Supo, en ése mismo instante lo que debía hacer. Le pareció ver, justo antes de desintegrarse, la anhelada faz de Laura. Tras su muerte, la cabaña comenzó a desalojar a sus extraños visitantes. Desaparecieron uno tras otro, hasta no quedar ninguno.
Sin lugar a dudas, desde ésa precisa fracción del espacio-tiempo en adelante, John Sheldy ya no existía en el multiverso.